En la planificación del viaje cuatro días parecían muchos: grave error ya que podríamos haber estado una semana sin apuros. Pasamos de mezquitas monumentales a palacios con jardines, de mercados callejeros a restaurantes, de Europa a Asia en minutos, de caminar por pisos adoquinados a navegar por un Estrecho de cuento, del silencio casi absoluto a los llamados a rezo. Así debe haberse sentido Liam Neeson en “Búsqueda implacable 2”. Les presentamos los once imperdibles de Estambul:
1. Gran Bazar: números que abruman
Ubicado en el lado europeo de Estambul: construido en 1455, tiene más de 58 calles, 22 puertas y 4.000 tiendas en una superficie de 45.000 m2. Los números abruman: 4.399 almacenes, 2.195 cuartos, 497 pequeños comercios, dos restaurantes, 12 oficinas, una mezquita principal y 10 menores. Sigue: un baño turco, 19 fuentes, 8 pozos con sus bombas, 24 mesones, una escuela y una tumba.
Las banderas turcas están en todos lados, los comerciantes esperan a sus clientes en las entradas de los locales donde algunos insisten y te dan algún dulce típico para probar. Reconocen a los turistas en segundos y empiezan a hablar en tu idioma al instante.
Un dato importante: hay mejores precios fuera del Gran Bazar. Hasta un café es bastante más caro dentro que fuera. Más allá de los precios es una visita obligada.
2. Bazar egipcio: cuando más chico es mejor
También conocido como Bazar de las Especias fue construido entre 1663 y 1664 por el sultán Turhan, y es considerado uno de los más antiguos de Estambul. El mercado forma parte del complejo de la mezquita Yeni Capii, en el barrio de Eminönü, en lo que era el corazón de la antigua ciudad amurallada de Constantinopla.
Tiene forma de “L” y mide unos 150 metros de largo de lado más largo, y 120 del lado más corto. Vamos a cargar toda la vida por no haber comprado té de manzana y un molinillo manual. En cuanto a impresiones nos pareció más auténtico que el Gran Bazar -está adaptado más al turismo-. La única contra son los espacios más reducidos –a diferencia del Gran Bazar-, lo que hace más complicado moverse.
3. Comer en el centro del mundo: culturas que convergen en la cocina
Estambul es una ciudad soñada para los amantes de la gastronomía: hay mercados callejeros, desayuno para guerreros, rincones a los que no van los turistas, sobredosis de té, el mejor hojaldre, un café espectacular y, abundancia de pistacho.
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4. La gran Mezquita Azul
En un punto estratégico de Estambul se levanta uno de los símbolos de la ciudad: la Mezquita de Sultanahmet o Mezquita Azul, construida entre 1603 y 1617 en el reinado de Ahmet. Debe su nombre al color azul francia de los mosaicos que decoran sus cúpulas: es la única mezquita con seis torres, y en su construcción se utilizaron 21.043 azulejos, y tiene 260 ventanales alineados en cinco niveles.
Importante: la entrada es gratuita, y al igual que los templos del sudeste asiático tiene algunos requisitos: hay que entrar descalzo y las mujeres con la cabeza cubierta con un pañuelo. Además, no se puede visitar con pantalones cortos o con los hombros descubiertos. A diferencia de Camboya, donde tuvimos que comprar una remera para entrar, si fueron con musculosa no se preocupen ya que se entregan pañuelos de manera gratuita para poder entrar.
5. Iglesia de Santa Sofía: un museo imperdible
Con el correr de los años pasó de ser una catedral cristiana a una mezquita. Es uno de los monumentos más espectaculares del arte bizantino. También llamada Iglesia de la Divina Sabiduría o Hagia Sophia, la Iglesia de Santa Sofía, hoy es un museo. En su interior dominan el color negro y el dorado. Vale la pena hacer la fila y pagar la entrada para visitarla.
6. El Palacio de Topkapi: aquí vivía el Sultán
Es un reflejo del poder que alcanzó el Imperio otomano. El sultán Mehmet II “el conquistador”, lo mandó a construir como demostración de ese poder. Formado por varios edificios en torno a cuatro patios a los que se accede a través de grandes portones, el palacio aloja en su interior los museos del antiguo oriente, de la cerámica turca, de Santa Irene y de arte turco e islámico. Este último contiene una colección de cerámicas, miniaturas, objetos de metal y algunas de las alfombras más antiguas del mundo. Fue centro administrativo del Imperio otomano desde 1465 hasta 1853.
Además, de los museos y jardines cuenta con un Harem –donde vivía el Sultán- que es espectacular y por el que hay que sacar una entrada aparte. Altamente recomendable al igual que el Tesoro, que cuenta con algunos de los objetos más valiosos del mundo: como “el diamante del cucharero”, un diamante de 88 quilates que perteneció a Letizia Ramolino, madre de Napoleón o el puñal Topkapi, el arma más cara del mundo que tiene oro con esmeraldas incrustadas.
Importante: el Palacio y sus alrededores son tan grandes que su visita lleva toda una mañana.
7. La Cisterna Basílica: en la profundidad de la historia
Construida en el siglo VI por el emperador bizantino Justiniano I, fue la reserva de agua más grande en el Gran Palacio Bizantino: tiene 140 metros de largo y 70 de ancho. En un ambiente lúgubre y misterioso. De sus 336 columnas resaltan dos muy llamativas: cada una tiene en su base un enorme rostro de Medusa que se encuentra boca abajo. Se presume que habrían sido sacadas de algún edificio del último período del Imperio Romano. Si bien está dentro del circuito clásico se diferencia de las mezquitas y los mercados. Se puede visitar a la salida de Santa Sofía, y no lleva más de una hora.
8. Cuerno de Oro: un atardecer alucinante
Este fue el paseo más complicado del viaje ya que no encontramos una empresa privada que lo haga y optamos –obligatoriamente- por el transporte público. Aquí quedó plasmada la buena voluntad y paciencia de muchos turcos: aún con la barrera del idioma hicieron lo imposible para indicarnos donde tomar el barco.
El ferry se toma en el puerto Karakoy y hay que tomar el barco de la línea Golden Horn que va hasta Eyup, parada donde hay que bajar. Lo mejor de haber demorado en tomar la embarcación es que nos agarró la hora del atardecer y vimos caer el sol en un marco soñado. Dicen que los bizantinos tiraron todo el oro al agua cuando iban a ser atacados por el Imperio otomano, por eso “Cuerno de Oro”.
9. La Torre de Gálata: las mejores vistas de la ciudad
Tuvimos el privilegio de verla de cerca los cuatro días que estuvimos en Estambul ya que nos alojamos a pocos metros. Construida en 1348, tras la expansión de la colonia genovesa de Constantinopla. Con nueve pisos y casi 67 metros de altura, era entonces la edificación más alta de la ciudad.
A principio de los años 60, se cambió el interior original de madera por una estructura de hormigón con el fin de una mejor conservación. Sin dudas tiene las mejores vistas de la ciudad. Se puede comer en el restaurante que se ubica en el último piso –precios elevados como la torre-. Una opción: enfrente hay un café Lavazza impresionante a precios más acomodados.
Precio de la entrada a la torre: 25 liras turcas -6 euros-.
10. Kadıköy: la parte asiática
Estambul no es solo la parte europea de la ciudad. Alejado de los monumentos icónicos de la ciudad conocimos el lado asiático a través de Kadıköy, uno de los barrios de moda de Estambul.
Es fácil y rápido llegar: el barco demora quince minutos desde el lado europeo. Vale la pena solo por el bullicioso mercado callejero donde se pueden probar exquisiteces como embutidos, pickles o simplemente tomar un té, y deambular al ritmo de los locales. También se disfrutan los enormes murales que la convierten en una ciudad donde abunda el arte urbano. Hay docenas de bares donde parar a tomar algo y ver la gente pasar.