De mochilera independiente a viaje familiar

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Redactor
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– María Paz, llegamos el 15 de Diciembre a las 11 de la mañana a Bangkok.
– ¡Perfecto! ¡Van a estar para Navidad y año nuevo conmigo!
– Sí y también para tu cumpleaños, nos quedamos hasta el 15 de Febrero.
– ¿2 meses? ¿Los 4?

Mi emoción por volver a ver a mi familia se convirtió en ansiedad y luego terror. Llevaba casi un año viajando sola por Asia y Europa. No duraba mucho viajando con un partner, me había acostumbrado a la independencia. Me había acostumbrado a ir de un lugar a otro a mi antojo, si me gustaba un lugar me quedaba semanas, si no, me iba al día siguiente. Comía a la hora que quería, tomaba los tours que se me daba la gana y también me daba días de total descanso en mi pieza a pesar de estar en lugares tan paradisiacos como Bali.
Extrañaba a mi familia, los quería ver, pero dos meses juntos 24/7 sonaban más a desafío que a vacaciones. Mi papá nunca había salido de Chile antes, ni él ni mi mamá hablan inglés. Mis hermanos son viajeros, pero todos tenemos intereses muy distintos. Después del shock inicial comencé la planificación. Les pregunté dónde les gustaría ir durante los 2 meses de estadía. Tailandia, India, Myanmar, China, Bangladesh, Bali. Armar un itinerario iba a ser un desafío.

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“¿5 adultos viajando juntos por 2 meses? Yo jamás lo he hecho”, “Eres mi ídola, ¿tú sabes que te va a costar mucho acostumbrarte?”, “No va a ser fácil, yo no sobreviviría tanto tiempo”. Esos fueron los comentarios que recibí de todos los viajeros que iba conociendo en el camino. Mientras más de acercaba la fecha, mas ansiosa estaba.

– María Paz, estamos atrapados en policía internacional. No nos dejan pasar. ¡No podemos entrar al país! ¿Necesitábamos visa?

Ese fue el primer whatsapp que recibí de mi papá después de esperarlos por 2 horas en el aeropuerto internacional de Bangkok. No necesitaban visa. Mi papá había llenado mal el formulario de entrada y el policía internacional intentaba explicarle eso en inglés, con la amabilidad característica de un policía internacional. Mi hermano logró ayudarlo. Con 2 horas y media de atraso nos reencontramos después de 10 meses separados.

Tailandia, Malasia, India, Myanmar, Hong Kong, China y Vietnam. Ese era el itinerario final.

Nada, absolutamente nada me había preparado para el cambio. De un día para otro pasé de dormir en dormitorios para 10 personas a piezas individuales, dobles o triples en hoteles 3,4 y 5 estrellas. De tomar desayuno en la calle a los desayunos buffet más completos de Asia. De caminar kilómetros y kilómetros a tomar taxis y tuk tuk hasta por diversión. De viajera independiente a planificadora de viajes. De un día para otro me convertí en negociante, traductora, fotógrafa y guía turístico.

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Me enfermé. Primero fue mi estómago, luego mi cabeza y finalmente una alergia que no me dejaba dormir. Mi cuerpo se había acostumbrado a la incomodidad, a la comida de calle, a los ruidos en la noche. Ahora todo era comodidad. Pero también era cumplir horarios, tomar tours y siempre esperar al grupo. Estaba feliz de estar con mi familia, pero miraba con nostalgia la vida mochilera.

Algún sabio dijo que no hay situación a la que el ser humano no se adapte. En 2 semanas ya era una viajera familiar. Me levantaba a entrenar con mis hermanos, tomábamos desayuno todos juntos y decidíamos que haríamos durante el día. En países como Tailandia y Malasia fui una guía turística de tiempo completo: llevé a mi papá al hospital cuando pisó un erizo de mar, busqué un buen centro de buceo para que mis hermanos sacaron su certificación, llevé a mi mamá de compras y comimos todos juntos en mi restaurant favorito de Kuala Lumpur. En India nos encantamos y espantamos juntos. Doy gracias a la vida por haber tenido la oportunidad de visitar Rajastán con mi familia, no habría sobrevivido sola. Para algunos la India es solo paz y amor, para mí no lo fue. Me sorprendí llorando de stress y rabia ante las estafas y el maltrato animal, peleando con cuanto guía turístico me encontré y con mi papá diciéndome “¡no problem, no problem!”. También me sorprendí llorando de risa cuando decidimos subirnos 5 adultos grandes en un tuk tuk y yo tuve que ir acostada encima de todos con mis piernas afuera del tuk tuk. Visitar la fundación de protección animal que más admiro en la vida fue un sueño hecho realidad. Yo no quería obligar a mi familia a hacerlo, pero todos prefirieron conocer Animal Aid Unlimited conmigo antes de visitar los palacios en Udaipur. Todos siguieron mi locura por los animales. Y fue una de las experiencias más lindas del viaje. Mis padres se enamoraban de los animales, mi hermano chico se encantaba con la idea de trabajar como voluntario y todos nos sentíamos felices y esperanzados después de ver tanto maltrato en las calles.

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Llegar a Myanmar fue un alivio. No más bocinas, no más animales sufriendo. Gente amable y paisajes maravillosos. Nuestro primer atardecer fue en el puente de madera más largo de Asia, Mandalay. En Bagan toda mi familia aprendió a andar en scooter, todos menos yo. En Bagan mis hermanos y yo nos intoxicamos. En Bagan anduvimos en globos de helio viendo el amanecer.

Cuando llevábamos 1 mes de viaje me enteré de la muerte de una de las personas más importantes que ha pasado por mi vida. Me quise morir. Me quería ir. Quería desaparecer del mundo. Ya no me animaba viajar, tampoco irme a Chile. Ya no estaba cumpliendo un sueño, ya no iba a disfrutar ni una sola cosa en la vida. Ese sentimiento me acompañó mucho tiempo y a veces me sigue acompañando. Los primeros días no podía evitar llorar. Mi familia hizo todo para animarme. Me llevaron a Disneyland Hong Kong y a Ocean Park. Me animaban a escribir. Si bien sigo pensando que a veces la vida es muy injusta y que hay muertes que simplemente no puedo aceptar, creo que dentro de toda esa injusticia la vida también nos entrega un equilibrio. Yo no creo en el destino, pero si en las coincidencias. No creo que hubiese sobrevivido a esta pérdida estando sola viajando por el mundo, pero todo pasó cuando estaba con mi red de apoyo más importante conmigo. Mi familia había hecho hasta lo imposible por coordinar un viaje de 2 meses para visitarme. Yo quería echarme a morir, pero sin arruinar el viaje que habían preparado con tanto cariño. Así que día a día me levantaba y ponía mi mejor cara para hacer los panoramas de cada ciudad. Si, fingía. Pero de tanto fingir no me di cuenta cuando de repente estaba disfrutando. No me di cuenta cuando me reía genuinamente. No me di cuenta cuando comencé a agradecerle a la vida por todo lo que tenía. No me di cuenta cuando empecé a hacer planes optimistas.

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2 meses, 7 países. Dos meses en los que disfruté ver como mis padres aprendían a comunicarse con mímica y a ser independientes en las calles de ciudades desconocidas. En los que mis hermanos se enamoraron del buceo. En los que nos emocionamos viendo el show del Rey León en vivo y en directo. En los que mi papá se volvió consumista por primera vez, nadie se resiste a los precios de Asia. En los que nos peleamos 5 veces y una fue porque nadie quería cargar el bolso comunitario. Si, la primera semana colapsé porque tenía que reservar todo, pero después fue parte de mi vida cotidiana. Porque lo aventurero es de familia y todos simplemente nos entregamos a la aventura, a lo distinto, al caos. Porque al principio nos peleábamos por la pieza single y después tuvimos que arrendar siempre una triple porque era mas divertido compartir. Porque no sé cómo pero mi papá sabe los distintos modelos de monos de las carteras kipling (gracias Vietnam) y uno de mis hermanos ahora ama a las asiáticas. Porque mi mamá aprendió que fuimos a Langkawi y no a Longaví, y mi otro hermano la importancia de viajar con una mochila buena (después de haber perdido su shampoo, su cinturón y un sinfín de otras cosas que se cayeron por un agujero). Porque Ohana significa familia, y la familia nunca te abandona, ni te olvida.

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Somos unos privilegiados de la vida. Porque un viaje así no es solo dinero. También es tiempo. De 5 adultos. Cada uno con su vida. Y logramos coordinar.
Pasar de mochilera independiente a viajera familiar es una de las mejores experiencias que he vivido en mi vida. Nos unió como familia. Nos obligó a conversar cada vez que tuvimos desencuentros, por dos meses fuimos lo único que teníamos. Dependíamos los unos de los otros. Este reencuentro me dio las fuerzas para seguir viajando sola. Me demostró que no importa la distancia, siempre los tendré conmigo. Es un amor tan incondicional que me emociona y me hace sentir segura de mis pasos.

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