Machu Picchu había existido durante cientos de años antes de aquel 24 de julio de 1911, cuando el historiador de Yale Hiram Bingham ascendió al antiguo sitio dirigido por un granjero local, Melchor Arteaga, y un niño llamado Pablito. Aún así, muchos reaccionaron a lo que Bingham le contó al mundo como si las ruinas hubieran aparecido repentinamente de la nada.
Bingham vio solo una fracción de Machu Picchu ese día, ya que muchas de las ruinas estaban oscurecidas por siglos de exuberante vegetación, pero habían estado allí desde el siglo XV, cuando los incas construyeron una ciudad con fines que aún se debaten en la actualidad. Muchos creen que fue un retiro real para el emperador Pachacuti y su séquito, mientras que otros sostienen que fue un templo en honor al paisaje divino en el que se asienta.
Independientemente de los orígenes de Machu Picchu, el amplio anuncio de Bingham sobre su existencia trajo consigo resultados mixtos. La belleza y la fascinante historia del lugar crearon una gran atracción que atrae a más de 1 millón de visitantes al año. Esa popularidad ha puesto en grave peligro su existencia.
Cuando Frank Scherschel de LIFE capturó con su lente a Machu Picchu y las áreas circundantes en 1945, la erosión y degradación que el turismo ha traído al sitio aún estaban a décadas de distancia. Las fotografías que hizo son silenciosas y majestuosas, sin gente e imbuidas de una sensación de asombro ante los restos de una ciudad que alguna vez fue magnífica.