La deforestación en la Amazonia brasileña ha logrado disminuir en el último año cuando los indicios apuntaban a un aumento. El mayor bosque tropical del mundo perdió unos 11.568 kilómetros cuadrados de árboles por la tala ilegal entre agosto de 2021 y julio de 2022, según se ha informado este miércoles por parte del Instituto Nacional de Pesquisas Espaciales (INPE), el organismo oficial que obtiene sus porcentajes exactos a través y a raíz de eso evalúa el desempeño medioambiental de Brasil. Esa cifra significa una caída de un 11% en el último balance anual de Bolsonaro como presidente y un fuerte cambio de tendencia tras una década de incremento.
La directora científica del Instituto de Pesquisa Ambiental de Amazonia (IPAM), Ane Alencar, ha mencionado al respecto que “cualquier reducción en la deforestación es bienvenida”, según una nota. Pero inmediatamente se ha dedicado a advertir de que “esta reducción está lejos de representar una tendencia a la baja en la tala de bosques en la Amazonia”. Los especialistas alertan de que la tasa anual es todavía muy alta y que durante el mandato del presidente Bolsonaro la deforestación ha sido un 60% más elevada que en los cuatro años anteriores. El dato de 2021 fue el peor en 15 años: desaparecieron más de 13.000 kilómetros cuadrados. La destrucción de la masa boscosa amazónica es el gran culpable de las emisiones brasileñas de gases de efecto invernadero.
En esta ocasión la tasa ha disminuido en todos los estados, menos en el que toma su nombre de uno de los ríos más largos del mundo, el Amazonas.
Luiz Inácio Lula da Silva, que ganó las elecciones hace un mes y tomará el relevo de Bolsonaro el próximo día de Año Nuevo, ha prometido un profundo cambio en la política ambiental brasileña, un asunto que preocupa tanto la Unión Europea como Estados Unidos ya que les otorgan una importancia capital. Por eso, eligió la cumbre del clima COP27, celebrada en Egipto, como el destino de su primer viaje al extranjero como presidente electo antes de asumir por tercera vez la Presidencia. Allí se presentó como socio en la lucha contra el cambio climático y abrazó la promesa de alcanzar la deforestación cero para 2030, un objetivo extremadamente ambicioso.
El legado de Bolsonaro en materia medioambiental es uno de los más escandalosos que se han dado en el último tiempo. Los organismo de protección e inspección están demasiado debilitados, sin dinero, con un funcionariado insuficiente y con la moral por los suelos. Y en paralelo el ultraderechista ha criminalizado a las ONG, a los activistas y ha dado alas a los que explotan de manera indiscriminada la Amazonia como madereros, mineros y usurpadores de tierras a menudo organizados en bandas criminales.
Los motivos de que la deforestación haya caído no están muy claros. Pero Juan Doblas, investigador del IPAM, lo relaciona directamente algunas hipótesis durante un intercambio de mensajes: uno, las enormes diferencias por Estados, que pueden indicar el distinto grado de compromiso de las autoridades locales. Por ejemplo, Mato Grosso sería un buen ejemplo, y Amazonas, el peor. Dos, la minería ilegal ha pasado a ser tolerada, de manera que quizá han sustituido la tala para pastos para buscar minerales (una actividad menos destructiva para los árboles pero realmente nociva para las poblaciones locales y los ríos). Tres, a principios de año llovió mucho y quizá eso llevó a los deforestadores a aplazar la tala y los efectos del destrozo se verán en el próximo balance.
Medir la deforestación es un proceso muy complejo que implica recoger y refinar los datos obtenidos por satélites, de manera que los recabados a partir de agosto pasado sólo se conocerán dentro de un año, en el próximo recuento. De todos modos, un sistema de alertas mensuales, menos preciso pero que sirve para movilizar a las autoridades, ha registrado cifras récord en los últimos tiempos.
El bosque amazónico, que se extiende por nueve países, ocupa la mitad del territorio brasileño y es el más preciado de los distintos biomas que alberga. La deforestación en la Amazonia alcanzó su mínimo en 2012, con unos 4.000 kilómetros cuadrados destruidos, pero a partir de esa fecha Brasil entró en un periodo de grave inestabilidad política, de recesión económica y la política medioambiental perdió inversiones y protagonismo político. En consecuencia, la tala ilegal fue aumentando gradualmente. Y la llegada de Bolsonaro aceleró notablemente la tendencia al alza. El presidente saliente cumplió su promesa de no demarcar un solo centímetro más de tierras para los indígenas o la biodiversidad. La impunidad también ha disparado los riesgos, como demostró el asesinato del indigenista Bruno Pereira, y del periodista británico Dom Philips.
Para lograr sus objetivos en materia ecológica, Lula se ha reconciliado con Marina Silva, que fue ministra de Medio Ambiente en su primer mandato, en el que alcanzó los mayores éxitos en esta área. El Partido de los Trabajadores (PT) de Lula rompió con ella cuando se presentó a las elecciones presidenciales. Se da por seguro que Silva tendrá un gran protagonismo en el próximo Gabinete, quizá como ministra o quizá como zarina del clima, al estilo John Kerry en EEUU. El presidente electo todavía no ha anunciado a ninguna de las personas que le acompañarán en el próximo Gobierno.