La buceadora canadiense Jill Heinerth, de 60 años, compartió su espeluznante experiencia en la que estuvo a punto de morir tras ser absorbida por un iceberg en la Antártida. El incidente, que ella describe como una “lucha de tres horas por su vida,” ocurrió mientras exploraba junto a su equipo uno de los icebergs más grandes de la historia.
Durante su inmersión final, Heinerth y su equipo, que incluía a su ex esposo Paul Heinerth y el fallecido operador de cámara Wes Skiles, enfrentaron corrientes feroces y temperaturas extremadamente bajas. En sus primeras dos inmersiones, Heinerth notó una señal que ignoró pero que, en retrospectiva, fue un aviso claro: el fondo marino estaba cubierto por organismos de colores cálidos que se aferraban con fuerza a la superficie. «Todo estaba anclado aquí porque lo necesitaba», recordó, señalando que la fuerte corriente proveía alimento a estas especies.
La situación se volvió crítica cuando las corrientes comenzaron a arrastrarlos. «Cuando dicen que tu vida pasa frente a tus ojos, no es realmente así,» comentó Heinerth. “Solo piensas en unos pensamientos realmente tontos, hasta que te dices a ti mismo: ‘Debo concentrarme en sobrevivir’.”
La supervivencia al límite: Con la corriente empujándolos hacia atrás, Heinerth notó pequeños peces mordisqueando el iceberg, creando pequeños agujeros en el hielo. Aprovechando estas hendiduras, comenzó a trepar lentamente para alcanzar la superficie. Finalmente, lograron emerger, pero el peligro no había terminado. “El peor riesgo es cuando llegas a la superficie, donde el viento helado puede literalmente congelarte en segundos,” explicó.
Tras una experiencia tan cercana a la muerte, sus primeras palabras al llegar a salvo fueron: “La cueva intentó retenernos hoy.»