Vive en un crucero gran parte del año y revela el hábito más asqueroso que ve en los pasajeros

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Vivir en un crucero puede sonar como una vacación interminable, pero para Christine Kesteloo, es su día a día. Esta creadora de contenido de 44 años pasa al menos seis meses al año viviendo en altamar, acompañando a su esposo, quien trabaja como ingeniero jefe en la tripulación de un crucero. Y aunque adora su estilo de vida, hay una cosa que no soporta ver de los pasajeros a bordo.

Christine, conocida en TikTok como @dutchworld_americangirl, ha recorrido 109 países y aprovecha su experiencia para compartir la vida detrás de escena en un crucero. “No pago gasolina, ni comida, ni tengo que hacer la cama o lavar mi ropa. Es como estar de vacaciones todo el tiempo”, cuenta. También admite que, a pesar de estar rodeada de miles de personas, disfruta recargar energías en su pequeña cabina, lejos del ruido.

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Pero no todo es glamour. Cuando le preguntaron qué era lo más desagradable que presenciaba a bordo, no dudó: “Lo peor es cuando los pasajeros van al buffet directamente después del gimnasio sin lavarse las manos”. Sí, sudor y comida en la misma ecuación. Un combo que Christine simplemente no tolera.

Además, la influencer señala que mucha gente tiene una idea equivocada sobre la vida en un crucero. “Creen que todos los barcos son gigantescos, pero el mío solo tiene 1.400 pasajeros. Y no, no te vas a caer por la borda si no hacés nada indebido. Navegar es seguro”.

Christine y su esposo tienen planeado seguir viviendo en el mar por algunos años más. Sus próximos destinos incluyen Grecia, Noruega, Canadá, Australia, Hawái, las Islas Vanuatu y hasta la Antártida, en cruceros que duran más de 90 días.

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¿Y qué extraña de la vida en tierra firme? Su lista incluye buena conexión a internet, manejar un auto, pasar tiempo con su familia… y una Coca Diet de McDonald’s bien fría. Pero sobre todo, hay algo que no puede tener a bordo y que ansía profundamente: un gato. “Me encantaría tener uno. Amo a los animales”, confesó.

Por ahora, entre peces, olas y buffets, Christine sigue navegando —y esquivando manos sudadas— rumbo a su próxima aventura.

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