Por un año y diez días, el estadounidense Bob Kull permaneció completamente aislado en una isla sin nombre del archipiélago de Última Esperanza, en el sur de la Patagonia chilena. Su único compañero fue su gato. El objetivo: estudiar los efectos de la soledad en una persona.
“Les dije a los chilenos que yo conocía el frío, había vivido en el oeste de Vancouver en Canadá”, contó a BBC Mundo. “Pero realmente no tenía ni idea de qué es el clima frío. Ese lugar en Chile era el más ventoso sobre la Tierra”.
La idea surgió después de un giro inesperado en su vida. Un accidente de tráfico que le costó la amputación de una pierna lo llevó a estudiar biología, medioambiente y psicología en la Universidad de McGill a los 40 años. Durante su doctorado, comprendió que no quería limitarse a observar el mundo exterior, sino también explorar su propio interior.
En 2001, la Armada de Chile lo trasladó junto a su felino a la remota isla. Llevó provisiones básicas: comida, herramientas de construcción, una caña de pescar, kayak, bote inflable, propano, estufa y equipos de comunicación. Los primeros meses fueron un reto extremo: improvisó una cabaña con madera contrachapada y lonas de plástico para protegerse del clima.
Uno de los episodios más dolorosos ocurrió cuando sufrió un absceso dental. Por un instante pensó en pedir ayuda al ejército, pero eso habría significado abandonar su misión. Siguiendo el consejo de su amiga Patti, enfermera, intentó extraerse el diente con una piedra, sin éxito. Finalmente lo hizo atándolo a la pata de una mesa. “Me dolió mucho más pensarlo que hacerlo”, recordó.

Hoy, con 79 años y viviendo en Vancouver, Canadá, Kull resume la experiencia en una palabra: aceptar. “Creo que la lección más importante que aprendí fue la ecuanimidad, aceptar las cosas tal y como son”, concluyó.
