En 1992, la holandesa Annette Herfkens abordó un pequeño avión en Vietnam junto a su prometido Willem, con quien planeaba pasar unas vacaciones románticas. Minutos antes de aterrizar, la aeronave perdió el control y se estrelló contra una montaña. El impacto fue devastador: todos los pasajeros y tripulantes murieron, excepto ella.
Con múltiples fracturas, un pulmón colapsado y heridas abiertas, Annette quedó atrapada en medio de la selva vietnamita. Sin poder caminar, soportó ocho días entre la deshidratación, el dolor y la soledad más absoluta. “Escuchaba a los monos y los insectos, y decidí concentrarme en la belleza de la selva para no caer en la desesperación”, relató al podcast Lives Less Ordinary de la BBC.
Para sobrevivir, improvisó cuencos con espuma del avión y recogió agua de lluvia. Un hombre que había sobrevivido unas horas le dio unos pantalones antes de morir, gesto que la protegió de los insectos. Con el tiempo, Annette se aferró a pequeños detalles para mantener la calma: las hojas, la luz, las gotas de agua. “Era una chica de ciudad, pero aprendí a ver la selva como un lugar seguro”.
Su mantra durante aquellos días fue “no pienses en Pasje”, el apodo de su prometido, cuyo cuerpo encontró entre los restos del avión. Recordarlo habría significado perder fuerzas. Finalmente, al octavo día, un grupo de rescatistas la encontró al borde de la muerte.

De regreso en Europa, Annette tuvo que enfrentarse al duelo: “El funeral fue como una boda, pero con un ataúd en el altar”. Con el tiempo rehizo su vida, se casó con un colega que siempre creyó que estaba viva y tuvo dos hijos. Hoy asegura que su experiencia en la selva la marcó para siempre:
“Lo que aprendí allí me ha salvado muchas veces después: cuando aceptas la vida tal como es, incluso en sus momentos más oscuros, puedes encontrar la belleza”.

