En medio del océano Pacífico, a 600 kilómetros de la costa de Australia, existe un lugar donde el tiempo parece haberse detenido. Se trata de Lord Howe, una isla paradisíaca de apenas 11 kilómetros de largo que decidió poner límites para sobrevivir: solo 400 visitantes pueden ingresar a la vez. Ni uno más.
Este rincón remoto es un ejemplo mundial de cómo la naturaleza puede convivir con el turismo sin ser destruida. Declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, Lord Howe mantiene su equilibrio gracias a una regla sencilla pero inflexible: la cantidad de turistas nunca puede superar la de sus habitantes. Esa medida, vigente desde hace más de 40 años, ha permitido conservar playas vacías, montañas verdes y un ecosistema prístino que parece sacado de un documental de David Attenborough.
Para llegar, los viajeros deben volar desde Sídney, pagar boletos que superan los USD 600 y alojarse en hoteles cuyo precio puede variar entre USD 200 y USD 3.000 por noche. Pero quienes logran llegar aseguran que vale cada centavo: la isla está libre de tráfico, ruido y contaminación.
Casi el 85% del territorio está cubierto por bosques nativos, y el 70% forma parte de una reserva permanente donde está prohibido construir. En sus aguas habitan más de 500 especies marinas, y a solo minutos en barco se encuentra la barrera de coral más austral del planeta.
Las normas son estrictas: todos los visitantes son revisados por perros rastreadores entrenados para detectar ratas o ranas, hay estaciones de limpieza de botas y está prohibido introducir gatos desde 1982. Gracias a estas medidas, la fauna nativa —como la gallina de bosque— se ha multiplicado por diez desde la erradicación de roedores en 2019.
En Lord Howe, vivir es cuidar. No hay cadenas hoteleras, casi no hay señal de celular y las puertas de las casas permanecen abiertas. La electricidad proviene en un 80% de energía solar, y el reciclaje es una práctica comunitaria. “Aquí todo se comparte”, explican los locales, que ven en el turismo controlado una forma de proteger su identidad.
Más que un destino, Lord Howe es una lección viva de sostenibilidad: un lugar donde la exclusividad no se mide por el lujo, sino por el privilegio de poder entrar.

