Los majestuosos glaciares de los Alpes suizos, símbolos eternos del paisaje europeo, se están desvaneciendo a una velocidad sin precedentes. Lo que antes eran ríos de hielo milenarios, hoy se transforman en lagos y laderas verdes, un testimonio visible del impacto acelerado del cambio climático.
Hace apenas 35 años, el glaciar del Ródano era una masa imponente de hielo a la que se podía acceder en pocos minutos desde el aparcamiento. Hoy, ese mismo trayecto requiere una caminata de más de media hora, porque el hielo ha retrocedido drásticamente. Según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), solo en 2024 los glaciares situados fuera de Groenlandia y la Antártida perdieron 450.000 millones de toneladas de hielo, el equivalente a 180 millones de piscinas olímpicas llenas de agua helada.
Una década de deshielo acelerado
En los últimos diez años, Suiza ha perdido una cuarta parte del volumen total de sus glaciares. Las imágenes satelitales son contundentes: el glaciar del Ródano termina hoy en un lago, y el Pizol, en el noreste del país, prácticamente ha desaparecido.
Hasta hace poco, una pérdida anual del 2 % del hielo se consideraba extrema. Pero el 2022 marcó un punto de quiebre: ese año Suiza perdió casi un 6 % del hielo restante, una tendencia que se ha repetido en 2023, 2024 y 2025. Incluso el Gran Aletsch, el glaciar más grande de los Alpes, retrocedió 2,3 kilómetros en los últimos 75 años. Donde antes solo había hielo, hoy crecen árboles.
Aunque el planeta ha experimentado ciclos naturales de glaciación y deshielo, los científicos coinciden en que la velocidad actual no tiene precedentes naturales y está directamente vinculada a la actividad humana. Y lo más alarmante: incluso si las temperaturas globales se estabilizaran mañana, el proceso de deshielo continuaría durante años, porque los glaciares responden lentamente a los cambios climáticos.
El caso emblemático del glaciar Pizol
El glaciar Pizol, en los Alpes orientales, se convirtió en un símbolo del deshielo suizo. En 2019, los vecinos y científicos realizaron una marcha fúnebre para despedirlo: ya había perdido el 98 % de su volumen y había dejado de fluir como un glaciar activo. En 2022, fue declarado oficialmente extinto.
Su desaparición marcó un antes y un después: un recordatorio tangible de que el cambio climático ya no es una amenaza futura, sino una realidad presente.
En 2025, la ONU declaró el Año Internacional de la Preservación de los Glaciares, una iniciativa para llamar la atención sobre esta crisis. Sin embargo, las temperaturas récord y las escasas nevadas han continuado devastando el hielo restante.
Un futuro incierto, pero aún en nuestras manos
El profesor Ben Marzeion, del Instituto de Geografía de la Universidad de Bremen, advierte que “gran parte del deshielo futuro ya está garantizada”, pero también asegura que aún es posible salvar lo que queda. Si el calentamiento global se limita a 1,5 °C, se podría conservar cerca de la mitad del hielo glaciar existente. Pero si las temperaturas alcanzan 2,7 °C, como sugieren algunas proyecciones, tres cuartas partes del hielo podrían desaparecer.
Las consecuencias irían mucho más allá del paisaje: los glaciares son depósitos naturales de agua que alimentan ríos utilizados para el riego, la generación hidroeléctrica y el consumo humano. Su desaparición pondría en riesgo el equilibrio hídrico de Europa y de regiones como el “Tercer Polo” de Asia, donde 800 millones de personas dependen de ríos glaciales.
Pese al panorama sombrío, hay espacio para la esperanza. La profesora Regine Hock, de la Universidad de Oslo, resume la urgencia con optimismo:
“Es triste, sí, pero también alentador. Si reducimos las emisiones y la huella de carbono, todavía podemos conservar muchos glaciares. Está en nuestras manos.”
La extinción del hielo alpino no es solo una tragedia natural, sino un espejo del tiempo que vivimos. Lo que ocurre en los Alpes suizos nos recuerda que el reloj climático sigue corriendo, y que el futuro del hielo —y del agua que sostiene la vida— depende de las decisiones que tomemos hoy.

