La Embajada de Estados Unidos en Japón emitió una advertencia inusual y urgente dirigida a ciudadanos estadounidenses que viven o viajan en el archipiélago, luego de que el país registrara un récord histórico de ataques de osos en 2025. El fenómeno, que afecta tanto a zonas rurales como urbanas del norte y noreste de Japón, prende alarmas diplomáticas, sanitarias y ambientales.
Según el Ministerio de Medio Ambiente de Japón (MOE), más de 100 personas fueron atacadas por osos desde abril, y al menos 13 murieron en lo que va del año. Prefecturas como Akita, Iwate y Yamagata concentran la mayor cantidad de casos, y las autoridades pidieron a residentes y turistas “permanecer atentos, reportar avistamientos y seguir las instrucciones municipales”. Las Fuerzas de Autodefensa de Japón (SDF) participan en operativos de control ante la gravedad de la situación.
La alerta se da en medio de una transformación profunda en los patrones de vida silvestre del país. Investigaciones recientes de Reuters explican que la despoblación rural permitió que especies como el oso negro asiático y el oso pardo de Hokkaido se acerquen cada vez más a los centros urbanos. A esto se suma el cambio climático, que provocó escasez de alimento natural, empujando a los animales hacia barrios residenciales, supermercados e incluso escuelas. En Gunma, cámaras de seguridad registraron a un oso dentro de un supermercado, mientras que en otras localidades hubo avistamientos cerca de paradas de autobús.
El impacto se concentra en el noreste del país. Las prefecturas de Akita e Iwate encabezan la lista de zonas más afectadas, y los incidentes llegaron a provocar cierres temporales de parques, como el Maruyama en Sapporo, y la suspensión de vuelos en el Aeropuerto de Hanamaki, donde se detectó un oso en plena pista de aterrizaje. En municipios rurales se reforzaron patrullas, se cerraron rutas escolares y se habilitaron líneas de emergencia para reportes inmediatos.
Frente a la dimensión del problema, el gobierno japonés pidió apoyo a las Fuerzas de Autodefensa, que colaboran instalando jaulas-trampa, trasladando a cazadores autorizados y retirando animales de zonas habitadas. “El daño está en un punto crítico”, advirtió Yasunori Matsunaga, comandante de la SDF. Paralelamente, el MOE intensificó campañas informativas y actualiza constantemente mapas con zonas de alto riesgo.
La Embajada de Estados Unidos recomendó a viajeros y residentes evitar excursiones nocturnas, no transitar por áreas de bosque señalizadas como peligrosas, no dejar comida o basura accesible fuera de las viviendas y consultar periódicamente los portales municipales. La policía mantiene brigadas de reacción rápida y refuerza la presencia en los accesos a zonas periurbanas.

En Japón viven dos especies de osos: el oso negro asiático, distribuido en Honshu, y el oso pardo de Hokkaido, ambos capaces de superar los 100 kilos. El MOE confirmó que el aumento poblacional de estas especies, combinado con la mala temporada de bellotas y frutos silvestres, generó desplazamientos masivos hacia zonas suburbanas. Cámaras trampa registraron movimientos constantes en las fronteras de Iwate, Akita y Hokkaido.
El turismo y la vida diaria se ven alterados en numerosos pueblos y ciudades. Senderos, parques y balnearios cerrados, festivales cancelados, escuelas con rutas modificadas y comunidades que comenzaron a entrenarse en protocolos de seguridad ya forman parte del nuevo día a día. Algunas localidades incluso adaptaron infraestructuras para evitar el ingreso de osos en depósitos de basura o almacenes.
De cara al futuro, el gobierno central anunció que mantendrá el apoyo militar, ampliará los sistemas de monitoreo con sensores y cámaras, y actualizará los protocolos de manejo de fauna salvaje. Las municipalidades, por su parte, preparan nuevas campañas para educar a la población sobre convivencia responsable y reducción de riesgos.
La ola de ataques de osos en Japón, impulsada por el cambio climático y la despoblación del campo, ya es considerada una de las crisis ambientales y de seguridad más significativas de los últimos años. Y mientras las autoridades intensifican medidas de emergencia, la comunidad internacional —incluidos los propios Estados Unidos— sigue de cerca una situación que, lejos de estabilizarse, continúa agravándose.

