Pompeya vuelve a sorprender. Dos mil años después de la erupción del Vesubio, la ciudad continúa revelando detalles fascinantes sobre la vida cotidiana de sus habitantes. El nuevo hallazgo, que dejó boquiabiertos a los arqueólogos, ocurrió en la pequeña cocina de un thermopolium, el equivalente romano a un puesto de comida rápida, donde apareció un objeto completamente inesperado: una vasija de lujo proveniente de Egipto.
Se trata de una situla de pasta vítrea, decorada con escenas nilóticas de caza, figuras humanas y animales. Una pieza refinada fabricada en Alejandría, uno de los centros artísticos más prestigiosos del mundo grecorromano. Lo sorprendente no es solo su origen, sino su destino: la vasija estaba siendo usada como un simple contenedor doméstico entre ánforas vinarias, morteros y cazos de bronce, en un local que atendía a transeúntes, obreros y vecinos que no cocinaban en casa.
El hallazgo forma parte del Thermopolium del Gallo, uno de los más de 80 puestos callejeros identificados en Pompeya. Este establecimiento contaba con un mostrador decorado, habitaciones de servicio, una cocina equipada y hasta un pequeño apartamento en el piso superior donde probablemente vivía la familia propietaria. Allí, los arqueólogos encontraron muebles, cofres con perfumes de vidrio y objetos personales como horquillas de hueso, todos congelados en el tiempo por la ceniza volcánica.
La presencia de la situla demuestra que la Pompeya del siglo I d.C. era mucho más global de lo que se creía. Egipto, que abastecía de grano a Roma, mantenía vínculos comerciales profundos con el imperio, pero este objeto revela que esos intercambios llegaban incluso a los sectores populares. Un artefacto pensado originalmente para adornar jardines aristocráticos terminó reutilizado en una cocina humilde, recordando que en la vida romana nada se desperdiciaba: incluso el lujo podía tener una segunda vida.
Los conservadores ya comenzaron los análisis de residuos para determinar qué contenía el recipiente. Podría haber almacenado aceites, especias, líquidos o alimentos procesados, información que permitirá reconstruir hábitos culinarios que quedaron sepultados durante siglos.
El informe arqueológico también indica que el edificio presentaba signos de reparaciones de emergencia previas a la erupción: postes improvisados, un fuste de columna reutilizado como soporte y suelos parchados. Todo sugiere que el local sufría problemas estructurales tras los terremotos que precedieron al desastre, pero seguía funcionando hasta el último momento.
Finalmente, el descubrimiento de objetos egipcios incluso en una cocina comercial modesta confirma que la cultura faraónica impregnó profundamente a la sociedad romana, mucho más allá de las élites. Pompeya, una vez más, demuestra que su historia sigue viva y que cada hallazgo revela nuevas conexiones, nuevos gestos de la vida cotidiana y nuevas capas de una ciudad que nunca deja de hablar.

