A lo largo de sus vastas extensiones de playa en forma de media luna, Zipolite fascina a todo aquel que la visita por el encanto y calidez de sus amaneceres y atardeceres.
Su ritmo apacible y sereno se fusiona mágicamente con un escenario rústico y silvestre. Viviendas con techos de paja sobre la arena fina, colosales rocas sobre el mar y la selva tropical como telón de fondo.
Este pequeño pueblo local sobre el Pacífico se ha convertido en un oasis de descanso para los turistas, ya que pocos destinos mexicanos ofrecen la paz y tranquilidad como este pequeño rincón oaxaqueño. Mochileros y lugareños conviven en armonía y disfrutan de un ambiente natural sin grandes lujos.
La odisea del viajero
“¿Vamos a México?”, me preguntó Joe una tarde de junio entre hamacas paraguayas. En ese entonces vivíamos en Panamá, a miles de kilómetros del imperio azteca. Aunque disfracé mi respuesta con una expresión ambigua, yo ya había aceptado.
Cruzar Centroamérica había sido una gran fantasía que nunca había concretado y esta era la oportunidad para hacerla realidad. Una semana más tarde ya nos embarcábamos con mochilas hacia Almirante. La frontera Panamá-Costa Rica ya me era familiar, había cruzado ese tambaleante puente de madera reiteradas veces y ya no le tenía miedo. Recorrimos las playas del Pacífico de Costa Rica y Nicaragua, buscando selva y mar.
Finalmente, después de un total de 25 horas en bus, llegamos a Zipolite. Eran las 4 am y el taxista no tenía idea de dónde se ubicaba el hostel Casa Sol. Lo habíamos encontrado en internet y si bien habíamos anotado las indicaciones para llegar, éstas resultaban un tanto vagas: “Gire a la izquierda en doble poste eléctrico”, “siga los cocos amarillos”.
Llegamos de milagro. Sin previo aviso, tocamos el timbre y nos recibió Joseph. Acompañado de dos rottweilers, nos dio la bienvenida al paraíso. La aventura había terminado, era el momento de descansar.
Un paraíso al natural
Hay algo que aprendí después de tanto viajar. Adoro llegar a los destinos durante la noche. Siento cierta adrenalina o misterio en la brecha de tiempo que separa mi llegada y la mañana siguiente. Es como si aquel lugar guardara su identidad por algunas horas, y fuera revelándose y mostrándose en forma lenta y pausada.
Ansiosa abrí los ojos aquella mañana presintiendo lo que me esperaba del otro lado de la puerta. Belleza salvaje. Inmensidad. Desde la cima de la montaña se podía apreciar la magnitud del paisaje, el abismo de aquel océano infinito. Respiré hondo intentando retener en mí aquel instante. Me impactó la fuerza del mar, las intensas corrientes rompiendo en las rocas y la espuma, siempre alerta.
Casa Sol Zipolite es una casa de huéspedes para viajeros en busca de placidez y aislamiento. Cuenta con solo cuatro habitaciones sobre el acantilado rodeado de selva y un salón de estar para compartir la cena. Las hamacas sobre el balcón invitan a los amantes de la naturaleza a disfrutar de una vista que cautiva y atrae.
Uno no puede dejar de disfrutar aquel espectáculo. Sus dueños, los canadienses Joseph y Martin, un ex piloto de avión y ex médico, cumplieron su sueño de dejar atrás una vida rutinaria y monótona, para cambiar el destino de sus vidas. Hoy viven en este rincón al sur de México dedicando su tiempo a atender a sus huéspedes, y en su tiempo libre, disfrutar del paraíso que hoy llaman hogar.
La rusticidad de Zipolite transmite la sensación de viajar tiempo atrás. Una calle de adoquines separa la playa de los restaurantes y tiendas. Sin grandes locales ni lujosos restaurantes, casi todas las instalaciones dan a la playa y reciben a los clientes con total sencillez.
Sólo algunos autos ocupan las calles, mientras que los locales prefieren trasladarse en bicicleta. Cuando cae el sol, tanto locales como turistas disfrutan hasta el último minuto del atardecer en la playa para luego dirigirse a la calle principal, donde los dueños de los puestos de comida local despliegan sus mesas con diversas ofertas. Los puestos de tacos y quesadillas se asoman a la vereda invitando a los viajeros a sumergirse en los sabores y aromas típicamente mexicanos.
Viajar sin calendario
Cuando llegamos a Zipolite, nunca nos imaginamos que nos quedaríamos tanto tiempo más de lo planeado. Sentíamos la necesidad de “un poco más” o “hoy no”, respondíamos cuando nos preguntaban sobre nuestra partida. El día que dijimos adiós lo hicimos con la certeza de haber disfrutado cada momento y con la seguridad de que habría una segunda visita.
Nuestro paso por Zipolite nos permitió disfrutar el día a día, sin planes ni estructuras. El contacto con la naturaleza nos llevó a sumergirnos en las profundas corrientes del Pacífico para nadar con tortugas marinas y peces globo. Visitamos los pueblos vecinos San Agustinillo, Mazunte y Zicatela, playas famosas por el surf y por mantener la misma vida regionalista y sencilla que Zipolite.
Sin fingidos mariachis con grandes sombreros y botas de punta, en Oaxaca los mexicanos autóctonos viven lejos del cliché y más cerca de sus tierras. La cultura mexicana está presente en cada uno de sus habitantes. Zipolite invita a los viajeros a disfrutar de su sencillez sin perder el encanto de su identidad local.