Una silenciosa catástrofe ambiental se desarrolla en las costas del suroeste africano. El pingüino africano (Spheniscus demersus), declarado en peligro crítico de extinción por la UICN en 2024, enfrenta uno de los colapsos poblacionales más dramáticos registrados en aves marinas: unos 62.000 ejemplares reproductores murieron en apenas ocho años en Sudáfrica, principalmente por la falta de alimento.
La cifra surge de un estudio publicado en la revista científica Ostrich: Journal of African Ornithology, realizado por investigadores del Departamento de Silvicultura, Pesca y Medio Ambiente de Sudáfrica junto a la Universidad de Exeter. El trabajo analiza el período comprendido entre 2004 y 2011 y se centra en dos de las colonias de cría históricamente más importantes: la isla Dassen y la isla Robben. Allí, los expertos estiman que desapareció el 95 % de las aves reproductoras que habitaban ambas islas a comienzos del siglo.
La causa principal de esta tragedia es el colapso de las poblaciones de sardinas, la principal fuente de alimento del pingüino africano. Durante la etapa analizada, las existencias de este pez se mantuvieron por debajo del 25 % de su máximo histórico, producto de una combinación letal: cambios ambientales en la temperatura y la salinidad del mar, sumados a una sobreexplotación pesquera severa, que en algunos momentos llegó a alcanzar niveles cercanos al 80 % de extracción.

Este escenario altera directamente el ciclo de vida del pingüino. Una vez al año, la especie realiza la muda completa de plumaje, un proceso esencial que dura cerca de 21 días. Durante ese período, las aves permanecen en tierra firme sin posibilidad de alimentarse, ya que el recambio de plumas reduce su aislamiento térmico e impermeabilidad. Para sobrevivir, necesitan acumular grandes reservas de grasa previamente, que luego metabolizan mientras ayunan.
Pero la escasez de peces impide que los pingüinos logren engordar lo suficiente, por lo que muchos no superan esa etapa crítica. A ello se suma otro problema: tras finalizar la muda, deben recuperar rápidamente peso y fuerza para volver al mar, algo que tampoco pueden hacer si el alimento sigue siendo escaso. El resultado es una creciente mortalidad tanto antes como después de ese período de ayuno forzado.
Los científicos advierten que lo ocurrido en Dassen y Robben no es un caso aislado. A nivel global, la especie ha perdido casi el 80 % de su población en los últimos 30 años. La Comisión Oceanográfica Intergubernamental (OIC) de la UNESCO remarcó que los datos actuales reflejan un descenso anual del 8 %, una tendencia que, de mantenerse, podría llevar a la extinción del pingüino africano para el año 2035.
Ante este panorama crítico, comenzaron a implementarse medidas de emergencia. En marzo de este año, el Gobierno de Sudáfrica prohibió la pesca comercial con redes de cerco en las seis colonias de cría más importantes del país, una decisión celebrada por organismos internacionales como un paso “vital” para salvar a la especie. A esto se suman instalación de nidos artificiales, manejo de depredadores y programas de rescate, rehabilitación y cría manual de polluelos y adultos debilitados.

Los investigadores mantienen una cauta esperanza. El doctor Richard Sherley, coautor del estudio, señaló que si se logra restaurar la biomasa de sardinas en las zonas clave de alimentación y mantener límites estrictos a la explotación pesquera, las recientes acciones de conservación podrían frenar el declive e incluso permitir que la población muestre signos de recuperación.
Por ahora, el tiempo corre en contra del pingüino africano. Lo que ocurra en la próxima década será decisivo para definir si esta emblemática especie logra sobrevivir o se convierte, trágicamente, en otro símbolo de las extinciones causadas por el desequilibrio entre el ser humano y el océano.

