Caos en los cielos: los pasajeros ebrios se multiplican y nadie quiere hacerse cargo del problema

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Redactora
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Los incidentes provocados por pasajeros ebrios se están convirtiendo en un problema cada vez más frecuente a bordo de los aviones, y lo más inquietante es que no existe una solución clara sobre quién debe hacerse cargo. Lo que antes era una molestia aislada, hoy se ha transformado en un desafío de seguridad que afecta a tripulaciones, aerolíneas y otros viajeros.

La escritora Amelia Mularz vivió uno de esos episodios durante un vuelo nocturno de Chicago a Los Ángeles: un pasajero completamente intoxicado se desplomó en el asiento junto al suyo, corrió al baño antes del despegue y vomitó tanto que fue necesario llamar a un equipo de limpieza. El viaje terminó despegando una hora más tarde, y el hombre fue retirado del vuelo.

Casos como este no son excepcionales. De acuerdo con un análisis de la criminóloga Lynne M. Vieraitis, quien revisó más de 1.600 reportes de incidentes a bordo, la raíz del conflicto se repite una y otra vez: alcohol. Según su investigación, detrás de la mayoría de los episodios de peleas, agresiones, discusiones, negación a seguir instrucciones e incluso acoso sexual, el patrón es el mismo.

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Para muchos viajeros, el alcohol es parte del ritual previo al vuelo: algunos lo usan para calmar la ansiedad, otros para conciliar el sueño o simplemente para pasar el tiempo ante un retraso. Pero la mezcla de frustración + cabina presurizada + deshidratación puede convertir dos tragos inofensivos en un detonante poderoso.

Mientras tanto, los asistentes de vuelo enfrentan la situación desde un espacio reducido, a miles de metros de altura, sin la posibilidad de “echar a alguien del bar”. Pese a su capacitación en técnicas de desescalada, no siempre es suficiente para lidiar con comportamientos violentos o impredecibles. Muchos reportan que pueden informar los incidentes, pero sienten que las aerolíneas “no hacen nada”, potenciando la sensación de desprotección laboral.

La cadena de responsabilidades es difusa. Cuando estallan estos conflictos, la tripulación suele culpar al personal de puerta por permitir el embarque de pasajeros visiblemente intoxicados. Las aerolíneas, por su parte, apuntan a los bares y restaurantes de los aeropuertos, acusándolos de vender alcohol “sin control” y dejándoles a ellos las consecuencias a bordo.

La compañía Ryanair lleva años pidiendo límites estrictos al consumo de alcohol en aeropuertos, argumentando que muchos de los incidentes se generan antes de que el pasajero suba al avión. Su CEO, Michael O’Leary, también advirtió sobre un fenómeno preocupante: la mezcla de alcohol con pastillas o drogas recreativas, que derivan en comportamientos cada vez más agresivos y difíciles de manejar.

Del otro lado, las aerolíneas parecen reacias a imponer restricciones severas, en gran parte porque el alcohol sigue siendo una fuente clave de ingresos. Los asientos de clase ejecutiva y primera clase lo ofrecen ilimitado, y muchos aeropuertos evitan transparentar cuánto ganan por su venta.

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La FAA en Estados Unidos puede imponer sanciones durísimas —como la multa récord de US$ 81.950 a una pasajera que agredió a la tripulación e intentó abrir una puerta a mitad del vuelo— o prohibiciones de por vida, pero estas medidas solo actúan después de que el incidente ya ocurrió.

Mientras tanto, la percepción pública cambia: un 67% de los adultos en el Reino Unido apoya limitar el consumo de alcohol en aeropuertos, y un 64% incluso vería con buenos ojos el uso de alcoholímetros antes del embarque.

El problema sigue creciendo, y la pregunta continúa en el aire: ¿quién es realmente responsable? Por ahora, cada actor señala a otro, mientras las historias de pasajeros ebrios se vuelven cada vez más habituales… y peligrosas.

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