Durante décadas, transformar un desierto en un bosque parecía una utopía ambiental. Hoy, China demostró que no solo era posible, sino que podía hacerse a una escala récord. En el norte del país, una región castigada durante siglos por la erosión y las tormentas de arena fue reconvertida en un bosque artificial de más de 93.000 hectáreas, considerado el más grande del mundo.
La historia comenzó a mediados del siglo XX, cuando el avance del desierto de Hunshandak empezó a convertirse en una amenaza directa para ciudades como Beijing y Tianjin. Las tormentas de arena se volvieron cada vez más frecuentes y peligrosas, poniendo en jaque la seguridad ambiental de millones de personas. Frente a ese escenario, el gobierno chino impulsó en 1962 un experimento que con el tiempo se transformaría en un modelo global de restauración ecológica.

El proyecto tomó forma en la actual Granja Forestal Mecánica de Saihanba, ubicada en la provincia de Hebei. Allí, 369 trabajadores llegaron a un territorio extremo, con invierno severos, sequía constante y casi sin vegetación. En ese contexto, cada árbol plantado era una apuesta contra el clima, el suelo degradado y el escepticismo general.
Lo que siguió fue un esfuerzo sostenido a lo largo de tres generaciones de silvicultores, que no solo plantaron árboles, sino que adaptaron especies, técnicas y métodos para garantizar la supervivencia del bosque. El resultado fue contundente: la cobertura forestal pasó de apenas 11% a más del 82%, con 75.000 hectáreas cubiertas por árboles, de las cuales la mayoría corresponde a reforestación artificial.
El impacto ambiental fue inmediato y medible. La existencia de este enorme cinturón verde logró reducir hasta en un 70% las tormentas de arena que afectaban a Beijing durante la primavera. Además, el bosque de Saihanba actúa como un poderoso sumidero de carbono, capturando 747.000 toneladas de CO₂ por año y liberando más de 545.000 toneladas de oxígeno.

La transformación del paisaje también trajo vida. Donde antes había arena y viento, hoy habitan 625 especies de plantas y 261 especies de vertebrados, muchas de ellas protegidas a nivel nacional. El área se consolidó como un refugio clave para la biodiversidad y emplea actualmente a más de 1.190 trabajadores dedicados a su mantenimiento y expansión.
El éxito de Saihanba no quedó aislado. Su impacto impulsó una estrategia nacional de reforestación masiva, que desde comienzos del siglo XXI permitió a China regenerar alrededor de 50.000 kilómetros cuadrados de bosques por año, una cifra sin precedentes. Gracias a esta política, la cobertura forestal del país alcanzó el 23% en 2020, acercándose a su ambicioso objetivo de construir una “eco-civilización”.
Más allá de los desafíos ambientales que aún enfrenta el país, la experiencia de Saihanba dejó un mensaje claro: incluso los territorios más degradados pueden recuperarse. El mayor bosque artificial del planeta no solo cambió un desierto, sino que reescribió lo que el mundo creía posible en materia de restauración ambiental.




