La primera vez que viajé sola tenía 16 años, a partir de allí esto se volvió un hábito en mí. Disfruto de mi espacio y mi tiempo, pero sobre todo como un mundo de conocimientos nuevos llega a mí a través de experiencias súbitas y sorprendentes. Gracias a personas que siempre me enseñan algo.
Y es que aprendí que los hábitos se construyen cuando se viven. El impacto es más grande cuando la experiencia te envuelve, te rodea de manera constante y te educa de manera inconsciente.
Adopté el buen hábito de caminar la primera vez que viajé a Inglaterra sola, a mis 16 años. Nunca antes había sentido la necesidad de hacerlo, y es que en la comodidad de Lima, me transportaba al colegio en movilidad escolar, donde me traían y recogían, era como algo tácito. En ese primer viaje sola caminaba, a diario, por una calle bastante empinada 50 minutos de ida y regreso. Fue aquí que aprendí a disfrutar del transporte a pie y a hacerlo parte de mi rutina.
Fue en este mismo viaje donde tuve mi primer contacto con e l reciclaje: era 1998 y en mi escuela, en Bournemouth (Inglaterra), habían 3 tachos para cada tipo de desperdicio. Además, la familia británica con la que vivía guardaba papel y cartón para entregarlo a una organización que lo recolectaba. ¿Para que guardan el papel? -pregunté – Para que talen menos árboles. Y es que el 90% de la pasta de papel se fabrica con madera.
Con mis viajes, comencé a valorar más el tiempo de los demás. Desde ponerme a la derecha en las escaleras eléctricas para que las personas que tienen apuro vayan por la izquierda, hasta el respetar las horas de trabajo a través de la puntualidad (ya que “llego en media hora” no se traduce en 45 minutos como muchas veces lo venía haciendo).
He aprendido de historia en cada museo que he visitado en Europa; de religión en cada mezquita y sinagoga en el Medio Oriente; de arte en cada exposición y en la calles llenas de graffitis de Berlín; de música en conciertos, festivales y gigs en Londres; de cocina en las muchas veces que realicé couchsurfing, la última de ellas en Praga; de costumbres, de lenguaje y sus jergas aquí y allá. Todo lo que he ido viviendo lo he ido aprendiendo e interiorizando, a tal punto que muchos de esos aprendizajes se volvieron costumbres positivas y estoy convencida que la mejor manera de educarse es viajando y enfrentándose al mundo.