Durante las últimas décadas, las inmensas planicies desérticas de la costa peruana, especialmente en regiones como Ica, pasaron de ser extensiones de polvo y arena a convertirse en grandes polos de producción agrícola. Donde hasta los años 90 parecía imposible cultivar, hoy prosperan extensos sembradíos de arándanos, uvas, espárragos, mangos y paltas, transformando al país en uno de los principales exportadores de alimentos del mundo.
Según datos del Ministerio de Desarrollo Agrario y Riego, las exportaciones agrícolas de Perú crecieron entre 2010 y 2024 a un promedio anual del 11%, alcanzando en 2024 un récord de US$ 9.185 millones. En ese período, el país se consolidó como el mayor exportador global de uvas de mesa y arándanos, un cultivo que prácticamente no existía en suelo peruano antes de 2008. Su capacidad para producir frutas fuera de temporada para el hemisferio norte convirtió a Perú en proveedor clave de Estados Unidos, Europa y China.

El origen del boom
El desarrollo de la agroindustria comenzó en la década de 1990, durante las reformas impulsadas por el gobierno de Alberto Fujimori, que redujeron barreras arancelarias, promovieron la llegada de inversión extranjera y facilitaron la actividad empresarial. Inicialmente el foco estuvo puesto en la minería, pero hacia finales de la década emergió una élite empresarial que vio el potencial del sector agroexportador, explicó el economista César Huaroto.
Históricamente, la agricultura intensiva era compleja en Perú: la baja fertilidad de la selva amazónica y la orografía de la sierra dificultaban el desarrollo a gran escala. La clave estuvo en la apuesta por el desierto costero, acompañado de importantes innovaciones técnicas, como el riego por goteo, grandes proyectos hidrológicos y avances genéticos que permitieron adaptar cultivos como el arándano al clima local.
“La zona no tenía agua, pero con agua se convertía en una tierra muy fértil”, resumió Huaroto. Para la experta en ecología vegetal Ana Sabogal, estas inversiones permitieron ampliar la superficie cultivable del país cerca de un 30%, un crecimiento que calificó como “sorprendente y enorme”.
Gracias a las condiciones del litoral, definido por los especialistas como un “invernadero natural”, regiones como Ica y Piura se transformaron en centros productivos que hoy sostienen buena parte del crecimiento de la economía peruana.
Impacto económico y social
De acuerdo con la Asociación de Exportadores (ADEX), la agroexportación representó en 2024 el 4,6% del Producto Interno Bruto (PIB), frente al 1,3% de 2020. Estudios liderados por Huaroto señalan que el sector funcionó como dinamizador de la economía local, reduciendo la informalidad, mejorando la calidad del empleo e incrementando los ingresos promedio en zonas donde antes predominaban trabajos precarios.

Sin embargo, estos beneficios no alcanzaron a todos por igual. Los pequeños agricultores independientes enfrentan mayores dificultades para encontrar mano de obra —debido al aumento de los salarios— y para acceder al agua necesaria para mantener sus parcelas. Muchos, ante la pérdida de competitividad, terminan vendiendo sus tierras a grandes empresas, lo que modifica la estructura de la propiedad rural.
Aun así, algunos productores valoran la llegada de la agroindustria por la posibilidad de empleo para familiares que antes carecían de oportunidades laborales estables.
El gran problema: el agua
El principal foco de críticas al modelo agroexportador es el consumo de agua en zonas donde el recurso es extremadamente escaso. En Ica, una región donde casi no llueve, gran parte de la población depende del suministro mediante camiones cisterna, mientras que las grandes explotaciones cuentan con pozos propios, reservorios y sistemas de riego tecnificado que aseguran la disponibilidad para miles de hectáreas de cultivo.
La activista local Charo Huaynca afirma que existe una verdadera disputa por el agua en la zona. “Antes bastaba cavar cinco metros para encontrar agua; ahora hay que bajar 10 o 15”, explicó, señalando la posible sobreexplotación del acuífero subterráneo. También denunció que, aunque está prohibido excavar nuevos pozos, las inspecciones son dificultadas bajo el argumento de la propiedad privada.
Los pequeños agricultores reclaman, además, que pagan tarifas elevadas por el acceso al agua, mientras las grandes empresas cuentan con infraestructura propia que les otorga ventajas competitivas.
Incluso productos emblemáticos como la uva, base del tradicional pisco, se ven envueltos en la polémica. “Hay quien dice que exportar uva es, en realidad, exportar agua”, señala Sabogal, en referencia al elevado contenido hídrico del fruto.
Un futuro incierto
En Ica y otras regiones agroexportadoras, el desafío es lograr un equilibrio entre la prosperidad económica y la sostenibilidad ambiental. “Cada campaña electoral se habla del tema, pero nunca llegan soluciones”, lamenta Huaynca. “Si no se resuelve cómo gestionar el agua, la economía local puede colapsar”.
Para Sabogal, el diagnóstico es claro: “La situación actual no es sostenible a largo plazo”. Si bien la agroexportación genera ingresos y divisas esenciales para el país, su viabilidad dependerá de garantizar primero el acceso al agua para la población y la protección de los ecosistemas, sin los cuales —advierte— el milagro agrícola del desierto peruano podría convertirse en un problema mayor.

