Dos de las más grandes y biodiversas extensiones del territorio colombiano son narradas sin desperdicio en las páginas de El Libro de la calidez. Una vez más, las voces de los protagonistas nos pintan de palmo a palmo cómo es la vida cruzando los ríos Amazonas y Orinoco.
La región de la Orinoquía ocupa una vasta zona al este desde la Cordillera Oriental, hasta el río Orinoco, comprendida entre los ríos Arauca y Guaviare, por norte y sur respectivamente. La Amazonía comprende un tercio del territorio colombiano, y es la región menos poblada del país. Se encuentra al sur de la Orinoquía, separada de ella por el río Guaviare.
El Libro de la calidez se propone a los interlocutores adentrarse en estas vastas regiones del territorio a través de la mirada de sus protagonistas, quienes relatan sobre usos y costumbres de las personas que viven allí, a la vez que describen los biodiversos paisajes que los rodean.
En la Amazonía llueve la mayoría del tiempo, y en una hectárea de terreno se pueden encontrar hasta cien especies de árboles. Aunque es una zona que está en permanente redescubrimiento y los números no son exactos, hay más de 130 mil especies detectadas de invertebrados, en su mayoría insectos como hormigas, mariposas y gusanos. Más de 430 especies de mamíferos, de los cuales, cerca de la mitad son murciélagos. También conviven osos hormigueros, jaguares, monos y dos especies de delfines, loros, tucanes, guacamayas y halcones. Y el guardabosque chillón, considerado por los indígenas como el rey de la selva porque su canto se escucha fuerte por encima de los demás animales.
Raíces que parecen sangrar saliendo de la tierra negra. Esta región también es el hogar de la reserva más grande de hongos y líquenes que existe, quienes permiten que la selva se regenere y se complete el ciclo de la vida.
Pero, sin duda, es en el patrimonio cultural de sus gentes donde se refleja otra de las caras más significativas de la Amazonía. La primera de las historias retratada en el El Libro de la calidez nos lleva a conocer al bugéologo y autodidacta Antonio Cruz. Él guarda en su memoria las mejores explicaciones sobre la llegada del delfín rosado o bugeos al río, y es capaz de contarlas todas con una sonrisa. Más adelante, nos encontramos con Francisca, guía turística y miembro de la comunidad Tikuna. Conocer el Amazonas con ella es una oportunidad para adentrarse en las memorias del pueblo y sus leyendas; así como escucharlas de la boca de Consuelo mientras teje canastas con hojas de palma.
Por el mismo cauce, un poco más al sur, vive Antonio. Construyó una gran maloca de cero con hojas de palma y grandes troncos. El que pasa por allí, puede recibir consejos de viva por su sabiduría ancestral.
Santos Pacaya se encuentra en Puerto Nariño y en su pequeña embarcación lleva a los visitantes a recorrer el lago Tarapoto para mostrarles lo que más ama de la selva. Francisca es una amable cocinera que también reside en el Puerto y que tiene un restaurante con 50 mesas y un hospedaje para 280 personas. En la reserva de Canaloa, Mocagua, Deixismari se esfuerza porque visitantes puedan conocer el poblado respetando sus tradiciones y compartiendo con las comunidades indígenas sus saberes.
La región de la Orinoquía, se conforma de extensos terrenos regados por el río Orinoco, que separa al país de Venezuela. Es el veintidós por ciento de la superficie colombiana, y se diversifica en los Andes, la Antillanura, la Llanura y los Bosques Transicionales. Más de 4800 de árboles, alrededor de 1000 especies de peces, 1300 de aves y 250 de mamíferos conviven allí.
En el “Libro de la calidez”, el grado de profesionalismo de las fotografías nos acercan una vez más a esta región, pero apoyadas sustancialmente por las palabras de los personajes que narran la Orinoquía.
En Cubarral, Meta, en la Hacienda Tierra Dulce, Dibier se preocupa por aprender cada vez más sobre las benevolencias de la tierra. Entiende que el cultivo orgánico es más saludable para el cuerpo, la naturaleza y la vida. También en Meta, hay un chef llanero llamado Yul, que tiene el deseo de hacer de la fortuna alimenticia del llano, una riqueza folclórica que perdure durante décadas. Su conocimiento de la cocina llanera es invaluable, ha recorrido el lugar conviviendo con vaqueros, aprendiendo de las comunidades, saboreando los olores y las sensaciones de cada plato de comida típico de las sabanas del oriente del país.
En San Juan de Arama, donde conviven el Indio Acostado con el río Güejar, un ex policía llamado Edinon se enamoró de las aguas y decidió hacerse guía turístico. Hoy, recorre el Güejar como si hubiera nacido en él, llevando a los turistas a que exploren los lugares insospechados por donde pasa su cauce.
En Casanare, en medio de las sabanas llaneras y los grandes pastizales existe un valle entre el río Curama y el Guachiría en donde se ubica Bocas de Pore. Ahí viven Danis y su familia, quienes se dedican a la marca de ganado. Pore es un llano lleno de costumbres, raíces y anhelos que recorren la sangre de cada poreño. El que sabe sobre eso es César Rodríguez, un bailarín, cantante y profesor de joropo, el baile tradicional de la región.
Más adelante, las pinturas rupestres de Nuevo Tolima de 12 mil años de antigüedad, en Guaviare, son custodiadas por Arinson Cifuentes, un joven guía turístico. Y hacia el final del recorrido, en Villa Gaby, en la frontera con Venezuela, reina el cultivo de cacao, y quien conduce esa tarea por tercera generación es Elisabeth Agudelo. Su sonrisa, su relato y su historia son dulces y cálidos como una taza de chocolate al amanecer. Esto la la ha llevado a abrirse paso en la Unión Europea y el mercado asiático, consolidando su producto como uno de los mejores del mundo.
Casi la mitad del mapa colombiano es retratado y contado a través de estas valiosísimas páginas del libro. Con respeto, admiración y con el objetivo real de mostrar la calidez colombiana al mundo.