La vida del viajero no siempre es tan genial como la imaginamos ni tan ideal como la vemos en las redes sociales. No estoy hablando de cualquier clase de turista, sino de aquel que deja todas sus cosas y hace de su valija su propio hogar durante un período considerable; de ese que al estar tanto tiempo fuera de su círculo, comienza a extrañar ciertas comodidades, a cansarse con más facilidad y se vuelve intolerante, y por qué no intolerable.
Uno se cansa, se decepciona y se cruza con imprevistos en cualquier parte del mundo, acá y en la China. Por lo general, solemos pensar que una persona que se encuentra de viaje está de buen humor el 100% del tiempo, pero lamentablemente, a veces no es así.
Viajar puede llegar a ser algo difícil en algunos momentos y se requiere de paciencia y voluntad para enfrentar ciertas situaciones y solucionarlas con lo que se tiene a mano.
Existe un lado «b» en los viajes, y con esto me refiero a lo que nadie cuenta a su regreso: las cosas no tan lindas, los infinitos sentimientos o altibajos emocionales que se cruzan por la cabeza de uno mientras está boyando de lugar en lugar, las decepciones al llegar a un lugar que creíamos más lindo, las discusiones con un compañero de viaje, los momentos de aburrimiento, entre otras cosas que pueden surgir a lo largo de una aventura.
Si bien pueden suceder cosas de índole más grave, como sufrir un robo, intoxicarse con comida en mal estado, perder un vuelo o el “bendito” pasaporte, también uno puede encontrarse con otro tipo de situaciones más leves como las que me han sucedido alguna vez a mí y que han provocado estados de ánimo que ni yo conocía de mí misma.
Ciertas cosas pueden parecer muy simples si se las lee cómodamente desde el sillón de casa con el celular cargando a nuestro lado, pero créanme que si en medio de un viaje el maldito celular se queda sin batería o el enchufe del lugar en el que estamos no tiene nada que ver con el de nuestro país, y a esto se le suma que no encontramos dónde comprar un adaptador universal, puede llegar a ser un drama mundial.
A uno le brota una «pseudo-desesperación» por ver el mapa para seguir la ruta, buscar la dirección o el nombre del hotel o simplemente por avisar a nuestros familiares que hemos llegado bien a tal lugar. Otro gran desafío para el viajero es estar preparado para poner a prueba sus cinco sentidos. En muchos destinos la gente huele mal, muy mal, pero no hay nada que hacer contra eso, solo acostumbrar el olfato y seguir.
El gusto también juega un rol importante a la hora de estar de viaje, ya que la comida no siempre es sabrosa, a veces pica demasiado, no tiene buen sabor o puede estar hecha con insectos o animales que no estamos acostumbrados a comer.
En este caso la solución es pedir hamburguesa o arroz blanco, nunca fallan, y afortunadamente son internacionales. ¡Punto para el turista! Y, si hablamos de la vista, las playas paradisíacas no siempre las encontramos tan impresionantes como se ven en Internet, muchas veces no son del color que esperábamos o están sucias, lo que puede provocarnos una gran decepción.
Lo mismo con los lugares muy turísticos que suelen estar minados de gente, aunque esto no se note en las fotos que sacamos. Para el oído también es todo un desafío, y en este caso no me refiero a la contaminación acústica típica de algunas ciudades. Si la suerte nos juega en contra, podemos llegar a compartir habitación con gente ruidosa que ronca,
habla o grita por las noches. ¡No olvidar tapones para dormir!
Cambiar de ciudad cada dos o tres días cansa bastante y, más aún, trasladar el equipaje de un lugar a otro y subir y bajar escaleras con todo el peso a cuestas. Hacer las valijas también es agotador, con el pasar de los días, la ropa comienza a arrugarse cada vez más y la cantidad de arrugas en las prendas es directamente proporcional al grado de dificultad a la hora de armar el equipaje.
En ese momento más de uno quiere teletransportarse a su casa, lavar y planchar la ropa y volver. Y, por qué no, ya que estamos, bañarse en su baño y dormir una siestita en su propia cama.
Las horas de vuelo se pueden tornar muy aburridas y, más aún, cuando uno comete el error de sacar ese pasaje tan barato que encontró que sale a las cinco de la mañana, pero no calculó que a esa hora los transportes públicos no funcionan, por lo que termina saliendo más caro el taxi hasta el aeropuerto que el propio vuelo.
Como uno se tuvo que despertar a las 3 de la mañana, pudo dormir solo dos horas y, para completarla, el avión hace escala en tres ciudades diferentes. Cuando uno llega a destino necesita dormir veinte horas seguidas, pero tiene poco tiempo para recorrer y prefiere salir a pasear cual zombie deseando que llegue la hora de dormir.
Este tipo de aventuras nos aportan cosas increíblemente buenas, aunque también podemos encontrarnos con algún detalle “no tan agradable”, pero lo importante es que en el 99% de los casos las cosas buenas van por encima de las malas. En fin, todas estas experiencias hacen al viaje, son parte de él y todos lidiamos con ellas en algún momento, pero aun así seguimos eligiendo viajar y cada vez disponemos de mejor predisposición para tomarnos estos imprevistos con calma.