Durante décadas, el desierto de Kubuqi, en China, fue conocido como el “mar de la muerte”. Hoy, ese mismo territorio árido se convirtió en el escenario de un hallazgo que podría cambiar la forma en que se piensa la energía solar fotovoltaica y su impacto ambiental. Un experimento científico comprobó que los paneles solares no solo sirven para generar energía limpia, sino que también pueden restaurar ecosistemas degradados y favorecer el regreso de la vegetación en zonas extremas.
La investigación se desarrolló en el séptimo desierto más grande de China, donde se levanta una gigantesca central fotovoltaica apodada la “gran muralla solar”. En ese entorno, un equipo de científicos analizó si la presencia de paneles podía aportar beneficios más allá de la producción eléctrica, especialmente frente a uno de los grandes desafíos del siglo XXI: la desertificación.

Para comprobarlo, se probaron tres formas distintas de uso del suelo. La primera consistió únicamente en instalar paneles solares sobre la arena, sin intervenir la vegetación. La segunda apostó por plantar arbustos resistentes al clima desértico, pero sin incorporar infraestructura fotovoltaica. La tercera, y clave del estudio, combinó ambos métodos: plantas y cultivos creciendo bajo la sombra de los paneles solares.
Los resultados fueron contundentes. Las dos primeras opciones mostraron cambios mínimos o directamente nulos en el suelo. En cambio, en las parcelas donde convivían paneles solares y vegetación, el terreno comenzó a transformarse: aumentó la humedad, bajó la temperatura del suelo y se redujo la evaporación del agua, condiciones fundamentales para que las plantas pudieran desarrollarse.
Gracias a la sombra generada por los paneles, las raíces crecieron con mayor profundidad y ayudaron a transportar carbono a capas más bajas del suelo. Al mismo tiempo, se acumuló materia orgánica, lo que impulsó la aparición de microorganismos y aceleró el reciclaje de nutrientes. El resultado fue la formación de un suelo más fértil, capaz de sostener un ecosistema donde antes solo había arena y viento.

Este fenómeno explica por qué los científicos describen el proyecto como “dos veces verde”: produce energía limpia y, al mismo tiempo, contribuye a la recuperación ambiental. En el caso de Kubuqi, el impacto va más allá del laboratorio. La llamada “gran muralla solar” busca frenar el avance del desierto, mejorar el entorno natural y elevar la calidad de vida de las comunidades locales.
El éxito del experimento despertó el interés de otros países con regiones áridas y semiáridas. Modelos similares ya comienzan a evaluarse en lugares como Brasil, donde la expansión de la energía fotovoltaica podría convertirse también en una herramienta para combatir la desertificación.
Lejos de ser solo una fuente de electricidad, la energía solar fotovoltaica empieza a perfilarse como una aliada inesperada de la naturaleza, capaz de transformar algunos de los paisajes más hostiles del planeta en espacios donde la vida vuelve a abrirse camino.




