En el corazón del Parque Nacional Los Alerces, en la Patagonia argentina, se erige uno de los mayores tesoros naturales del país: “El abuelo”, un alerce monumental que ha sido testigo de más de 2,600 años de historia. Este coloso de 57 metros de altura y 2.8 metros de diámetro es reconocido como el segundo árbol más longevo del mundo, superado solo por el Pinus longaeva en Estados Unidos.
“El abuelo” no solo es un símbolo de longevidad, sino también de resistencia. Su historia se remonta a tiempos anteriores a la colonización de América, y ha sobrevivido a cambios climáticos, tormentas y el impacto humano. Según el intendente del parque, Danilo Hernández Otaño, el árbol fue bautizado en mapudungún, idioma mapuche, donde lahuan significa “abuelo”, en honor a su venerable edad.
A lo largo de los años, los alerces fueron talados para carpintería y construcción naval debido a la durabilidad de su madera, que resiste la descomposición. Sin embargo, “El abuelo” escapó al hacha: un leñador lo descartó al observar la veta de su madera y no encontrarla útil para sus fines. Desde 1940, su explotación ha sido prohibida, y el árbol se preserva como monumento natural en un área protegida de 259,822 hectáreas.
Ubicado en el alerzal de Puerto Chucao, junto al Lago Menéndez, “El abuelo” se encuentra en una región de bosque andino patagónico, una zona inexplorada y libre de rutas y energía eléctrica. La cordillera de los Andes lo protege, ofreciendo un microclima ideal para su supervivencia. Gracias a esto, el Parque Nacional Los Alerces fue reconocido como Patrimonio Mundial de la Unesco en 2017.
Visitar este gigante milenario requiere un viaje escénico y algo de esfuerzo. Desde la ciudad de Esquel, es necesario recorrer 100 kilómetros hasta el Parque Nacional. Desde allí, una caminata de aproximadamente mil metros lleva al puerto, donde un catamarán cruza el Lago Menéndez hacia el alerzal. Este es un bosque único donde los alerces conviven con arrayanes, orquídeas y lianas a las orillas del río Cisne.
Visitar “El abuelo” no solo es una experiencia natural única, sino una conexión con la historia misma de la Tierra. Este árbol extraordinario es una joya de la biodiversidad y una muestra del respeto y la protección hacia los monumentos vivos que alberga la Patagonia argentina.