Dicen que el verdadero amor no tiene límites, y la historia del señor Kuroki, un granjero japonés, lo demuestra con creces. Tras más de 50 años de matrimonio, la vida de su esposa cambió drásticamente cuando perdió la vista debido a complicaciones de la diabetes. La pérdida de su visión no solo afectó su día a día, sino que también la sumió en una profunda depresión. Dejó de sonreír y se aisló en su casa, incapaz de encontrar alegría en su nueva realidad.
Ante el dolor de ver sufrir al amor de su vida, el señor Kuroki decidió emprender una misión que cambiaría sus vidas para siempre. Con el objetivo de devolverle la alegría a su esposa, comenzó a plantar miles de flores ‘shibazakura‘, conocidas por su fragante aroma. Durante dos años, trabajó incansablemente, transformando su jardín en una vasta alfombra rosa, que no solo atraería la atención de su esposa, sino también la de miles de visitantes que, hasta el día de hoy, viajan cada año para admirar este gesto de amor.
El jardín de los Kuroki, ubicado en Shintomi, prefectura de Miyazaki, no es un parque público, sino un testimonio vivo del poder del amor y la dedicación. Gracias al aroma de las flores, la señora Kuroki comenzó a salir nuevamente de su casa, y poco a poco, su sonrisa volvió a iluminar sus días. Hoy, rodeada por un mar de flores que su esposo plantó solo para ella, vive cada día con un poco más de esperanza.
Esta historia es una prueba de que no hay gesto pequeño cuando se trata de amor. El señor Kuroki dedicó dos años de su vida para plantar cada una de esas flores, y con ellas, no solo creó un jardín, sino también un lugar donde el amor florece en su forma más pura.