En lo alto de una colina en Otsuchi, Japón, a unos 500 kilómetros de Tokio, se levanta una pequeña cabina telefónica blanca rodeada por un jardín y las ramas de un cerezo. Dentro hay un teléfono antiguo, desconectado. Sin embargo, miles de personas lo levantan cada año para hablar con alguien que ya no está.
El creador de este lugar es Itaru Sasaki, quien en 2010 perdió a su primo. Un año después, el devastador terremoto y tsunami de 2011 arrasó su ciudad y dejó más de 20.000 muertos. Frente a tanto dolor, Sasaki decidió construir un espacio donde los sobrevivientes pudieran comunicarse simbólicamente con sus seres queridos. Lo llamó “Kaze no Denwa”, o “El teléfono del viento”.
Desde entonces, más de 4.000 personas al año visitan la cabina para dejar que el viento lleve sus palabras. Algunos llaman a sus esposos, otros a sus hijos o amigos perdidos. “Sabía que nadie me respondería, pero sentí que mi esposa estaba ahí”, cuenta Kazuyoshi Sasaki, quien perdió a su familia en el tsunami.
Dentro, además del teléfono, hay una libreta de mensajes donde los visitantes escriben pensamientos, promesas o despedidas. Cada voz, cada palabra, se mezcla con el viento que sopla entre los árboles, recordando que el amor trasciende la distancia, el tiempo y la muerte.
Hoy, el teléfono del viento se ha convertido en un símbolo de esperanza y consuelo, un santuario que mantiene viva la conexión entre los vivos y los que ya partieron.

