En 1989, con un motor accidentado y a la deriva, el catamarán de Mauro Morandi lo condujo hasta la isla italiana de Budelli hace ya casi 30 años. Y se quedó ahí para siempre. Hoy, con 78 años, todavía camina por la orilla y mira el mar con nostalgia: «Creemos que somos gigantes y que podemos dominar la Tierra, pero solo somos mosquitos», afirma.
Budelli es una de las 7 islas que forman el Parque Nacional del Archipiélago de La Maddalena y se la considera una de las más bellas por su «Playa Rosa». Su arena color rosado se debe a que está formada por fragmentos muy pequeños de corales y caracoles que se han ido desintegrando hasta convertirse en polvo.
En este paraíso natural, Morandi practica Tai Chi durante las mañanas, absorbiendo la energía del sol. Durante los inviernos, pasa una gran cantidad de tiempo (alrededor de 20 días) sin contacto humano de ningún tipo. Se sienta en la playa acompañado del sonido del viento y las olas que interrumpen el silencio:
«Es algo así como estar en la cárcel. Pero es una cárcel que yo mismo he elegido»
Durante su tiempo libre, y creemos que es bastante, Morandi se dedica a recoger troncos de enebro y los talla para diseñar esculturas. Los vende a los turistas y hasta dona las ganancias a ONG’s de países africanos. También lee, medita y hasta saca fotos de la isla.
Gracias a que pasa mucho tiempo solo, Morandi pudo desarrollar su talento artístico. Los científicos afirman que la soledad genera creatividad, tal como lo muestran las obras de artistas, poetas y filósofos que han generado sus mejores trabajos aislados de la sociedad.
A pesar de todo, por momentos la soledad no siempre puede ser un punto favorable: «La soledad puede resultar estresante para los miembros de las sociedades tecnológicamente avanzadas que han sido educados para creer que estar solo es algo que hay que evitar», explica Pete Suedfeld en Loneliness: A Sourcebook of Current Theory, Research and Therapy. Algunas religiones o culturas todavía reverencian la vida solitaria, como el budismo, por ejemplo, fomenta la espiritualidad y la búsqueda del saber por encima de los placeres del cuerpo.
«Nunca me voy a marchar. Espero morir aquí y que me incineren y tiren mis cenizas al viento»
Su convicción acerca de nuestra interconexión humana con la naturaleza incita a Morandi a quedarse en la isla sin compensación alguna.
Cada día se encarga de recoger el plástico que llega a la orilla y que puede perjudicar a las especies marinas. No solamente cuida las playas de Budelli sino que también educa a los turistas que viajan allí en temporada sobre el ecosistema y cómo cuidarlo: «No soy botánico ni biólogo», dice Morandi. «Sí, sé los nombres de las plantas y los animales, pero mi trabajo es diferente. Saber cuidar de una planta es una tarea técnica. Yo intento que la gente entienda [por qué] la planta necesita vivir».
Morandi cree que enseñarle a la gente a ver la belleza de la naturaleza salvará al mundo de la explotación humana: «Me gustaría que la gente entendiese que debemos intentar sentir la belleza con los ojos cerrados, no mirarla con los ojos abiertos», explica. Un vínculo profundo que Morandi espera que motive a la gente para que se preocupe por el tan devastado planeta.