Las huellas invisibles de la infancia pobre
Al crecer bajo condiciones de escasez económica, muchas personas desarrollan hábitos que, aunque puedan parecer pequeños o insignificantes, revelan una historia de resiliencia, sacrificios y limitaciones. Estos comportamientos, arraigados en la necesidad de sobrevivir y adaptarse, a menudo siguen presentes incluso cuando las condiciones mejoran.
En este artículo te mostramos hábitos curiosos que para algunos pueden parecer extraños, pero que para quienes fueron criados en hogares de bajos recursos son completamente normales. Desde reutilizar envases hasta evitar usar aire acondicionado aunque tengan uno, estos actos cotidianos son reflejo de experiencias pasadas y de la importancia de valorar cada recurso disponible.
Los hábitos que se quedan con nosotros: comportamientos comunes entre personas criadas en la pobreza
1. Reutilizar absolutamente todo 
Uno de los hábitos más comunes es guardar y reutilizar casi cualquier cosa: frascos de vidrio, bolsas de plástico, cajas de zapatos, papel de regalo usado, y hasta paquetes vacíos de margarina que después sirven como contenedores para comida.
¿Por qué sucede esto? Porque cuando los recursos son escasos, cada objeto tiene un valor práctico. La idea de desechar algo “por si acaso” es considerada un lujo que no se puede permitir. Este hábito puede permanecer incluso luego de mejorar las condiciones económicas.
2. Comer hasta lo último del plato y aprovechar las sobras 
El dicho de “aquí no se desperdicia nada” cobra vida propia en hogares con escasez. Desde reutilizar las sobras de una comida para crear otra, hasta aprovechar pan duro como tostadas o sopa, la creatividad culinaria se convierte en una habilidad de supervivencia.
Este hábito también forma parte de la lucha contra el desperdicio, fomentando una alimentación más sostenible. De hecho, según la FAO, un tercio de los alimentos producidos en el mundo se desperdicia anualmente, por lo que este comportamiento también puede tener un impacto positivo en el planeta.
3. Guardar dinero en lugares inusuales 
Muchas personas que crecieron en condiciones adversas desarrollan una fuerte desconfianza hacia los bancos, ya sea por falta de acceso en su infancia o por experiencias familiares negativas. Como resultado, suelen guardar dinero en efectivo en lugares poco habituales como cajones, tarros, entre libros o incluso debajo del colchón.
Este comportamiento, aunque pueda parecer anticuado o incluso riesgoso, surge de la necesidad de sentir que el control financiero está —literalmente— en sus propias manos.
4. Comprar en ofertas o en tiendas de segunda mano 
El hábito de buscar siempre descuentos, promociones o acudir a tiendas de segunda mano es común entre quienes se criaron con poco. Este enfoque de “encontrar lo más barato posible” no siempre desaparece con el aumento del poder adquisitivo. Para muchos, no se trata solo de ahorrar dinero, sino de una forma inteligente y eficiente de comprar.
En países como Estados Unidos, esta práctica es tan común que incluso se ha convertido en tendencia bajo el movimiento de la “compra consciente” o “slow fashion”, promovido por plataformas como Good On You, que alienta a reducir el consumo innecesario y optar por alternativas más sostenibles.
5. Evitar usar servicios como aire acondicionado o calefacción 

Pese a tener acceso a ciertos lujos del hogar, muchas personas que crecieron en la pobreza prefieren no usarlos para evitar el gasto innecesario. Así, el aire acondicionado se enciende solo cuando el calor es insoportable o la calefacción se reserva para las noches más frías.
Este hábito refleja no solo el deseo de ahorrar en las facturas mensuales, sino también un profundo temor a no poder afrontar los costos imprevistos, algo común en hogares con ingresos inestables.
6. Comer rápido o guardar comida “por si no alcanza” 
Esta conducta se manifiesta especialmente en entornos familiares con varios hermanos: comer rápido para asegurarse de obtener una porción justa o guardar comida como reserva antes de compartir. Aunque con el tiempo la situación económica cambie, muchas personas continúan con esta costumbre sin darse cuenta.
7. Una mentalidad abundancia-escasez difícil de romper
Crecido en pobreza, es probable que desarrolles una mentalidad de escasez, donde el ahorro extremo, la preocupación constante por el gasto y el miedo al futuro dominan las decisiones financieras. Esta mentalidad puede dificultar disfrutar del presente, incluso en etapas de mayor estabilidad.
Al respecto, el economista Sendhil Mullainathan, autor de Scarcity, ha explicado cómo la escasez moldea la mente humana, afectando la productividad, la toma de decisiones y la visión a largo plazo. Lee más en esta nota de NPR.
El poder de transformar la cicatriz en sabiduría
Lejos de ser motivos de vergüenza, estos hábitos son el reflejo de la capacidad humana para adaptarse y resistir las adversidades. Muchos de ellos fomentan la sostenibilidad, el sentido de comunidad y el respeto por los recursos, valores que, paradójicamente, se han perdido en una sociedad marcada por el consumismo.
En Intriper, hemos explorado cómo diferentes formas de vida pueden enseñarnos lecciones valiosas. Por ejemplo, en nuestra nota sobre por qué viajar te vuelve más humilde, destacamos cómo el contacto con otras realidades y culturas puede ayudarnos a valorar aún más lo que tenemos y replantearnos nuestras prioridades.
¿Qué podemos aprender de estos hábitos?
- Resiliencia: La capacidad de encontrar soluciones en la escasez es una muestra clara de fortaleza.
- Creatividad: Con pocos recursos se logran soluciones sorprendentes.
- Conciencia del valor de las cosas: Se aprende a cuidar lo que se tiene, porque no siempre se puede reemplazar.
- Ahorro y previsión: Estos hábitos impulsan prácticas financieras más responsables.
No todos los que ahorran crecieron en abundancia
Es importante destacar que muchos de estos hábitos también están adoptados por personas conscientes del medio ambiente o del consumo responsable. Sin embargo, su origen en quienes fueron criados en pobreza está más relacionado