Volar es una de las cosas más maravillosas de la vida. No hay dudas que el avión es más increíble que cualquier otra forma de viaje mecanizada. Si, se todo lo genial, pero por más increíble que sea debemos (solamente me incluyo para nos ser grosera) dejar de aplaudir eufóricamente cada vez que el avión aterriza… lo siento, debe de parar.
No me malinterpreten. Si durante el vuelo sufriste una fuerte turbulencia, una tormenta eléctrica, los motores se prendieron fuego o el ala se rompió… ahí si es necesario un aplauso mega ruidoso. Salta, grita, aplaude, haz lo que se te ocurra en el momento.
Pero seamos honestos, estos casos extremos en el aire son raros, y la mayoría de nosotros pasamos nuestras vidas aéreas enteras sin experimentar nada más aterrador que estar sentado en el asiento de al lado de un tipo con una higiene personal cuestionable.
Tampoco es como si estuviéramos en los primeros días de la aviación, cuando los aviones seguían siendo una novedad espantosa. Ahí probablemente no estaba fuera de lugar que alguien comenzara a aplaudir cuando el avión aterrizaba, o despegaba, o prácticamente hiciera algo. En estos días, te hace parecer un niño de 5 años que no puede creer que sobrevivió a su primer vuelo de regreso tras haber visitado a tu abuela.
Si estás leyendo esto y no estás de acuerdo, está bien. Tal vez es perfectamente aceptable gritar y silbar cuando los neumáticos tocan la pista, simplemente porque pagaste por tu asiento. Probablemente también eres la primer persona que empieza a aplaudir en una sala de cine una vez que los créditos aparecen en la pantalla (a pesar de que no haya nadie en la sala involucrado en la realización de la peli). Y tal vez… también está bien!
Pero realmente, ¿dónde terminan los aplausos? ¿Cuál es el umbral para elegir una experiencia aplaudible? ¿Aplaudes cuando terminas de comer? ¿Aplaudes cuando el lavarropas termina de lavar? ¿Haces una ovación de pie cuando terminas de tener buen sexo?
La respuesta a todas esas preguntas es probablemente (espero) un rotundo no. Porque si bien todas son objetivamente buenas experiencias, el sentido común dicta que hay un momento y un lugar para una ronda de aplausos, y estos casos no lo son. Así que para mí los aplausos al aterrizar son un rotundo NO… a menos que el destino sea Maui.
