En medio del océano Antártico, a 1.500 kilómetros al sureste de Tasmania, emerge un lugar tan inhóspito como fascinante: Macquarie Island. Este remoto enclave no solo es el único punto del planeta donde las rocas del manto terrestre afloran a la superficie, convirtiéndose en un laboratorio geológico único, sino también un auténtico santuario para la vida silvestre antártica.
Declarada Patrimonio Mundial por la UNESCO en 1997, Macquarie Island concentra millones de aves marinas y miles de focas que encuentran allí un refugio seguro. Entre sus habitantes más célebres se cuentan cuatro especies de pingüinos, incluido el majestuoso pingüino rey y el pingüino real, exclusivo de esta isla y ausente en cualquier otro rincón del planeta.
La isla fue escenario de un ambicioso programa de restauración ecológica que culminó en 2014 con la erradicación total de especies invasoras como conejos y ratas, lo que permitió la recuperación de musgos, pastos tussock y plantas autóctonas. Hoy, sus paisajes vuelven a mostrar la riqueza vegetal que había desaparecido durante décadas.
El acceso a Macquarie es extremadamente limitado: solo un reducido número de cruceros de expedición tiene autorización para desembarcar cada año. Los visitantes deben cumplir estrictos protocolos ambientales que buscan preservar la pureza de uno de los ecosistemas más prístinos del planeta. Quienes logran llegar describen la experiencia como transformadora, un verdadero “detox digital” donde la naturaleza indómita domina cada rincón.
Además de su valor turístico controlado, la isla es hogar de una estación de investigación científica permanente, desde donde se monitorea el cambio climático, el comportamiento de la fauna y la evolución de su flora nativa. Sus hallazgos han sido clave para comprender el impacto del calentamiento global en los ecosistemas subantárticos.
Macquarie Island ofrece algo que pocos destinos pueden prometer: la posibilidad de presenciar un mundo casi intacto por la mano humana, donde miles de pingüinos marchan por las playas y los elefantes marinos disputan territorio en un escenario que parece detenido en el tiempo.
