En 1964, una decisión tomada con fines científicos terminó en una de las mayores tragedias ambientales del siglo XX. Prometeo, un pino de la especie Great Basin bristlecone pine, había sobrevivido durante casi 5.000 años en las laderas del Wheeler Peak, en Nevada, hasta que fue talado sin que nadie conociera su verdadera edad.
El responsable fue Donald Rusk Currey, un estudiante de posgrado que investigaba los anillos de crecimiento de los árboles. En aquel momento, Prometeo no llamaba la atención por su tamaño ni por su apariencia: era un árbol retorcido y discreto, como muchos otros de la zona. Currey contaba con permiso del Servicio Forestal y, según distintas hipótesis, decidió cortarlo porque la barrena para extraer muestras se había atascado o porque necesitaba una sección completa del tronco para continuar su estudio.

La magnitud del error se conoció después. Ya en su casa, Currey comenzó a contar los anillos del tronco con una lupa y entendió lo que había ocurrido: el árbol tenía casi cinco milenios de antigüedad, lo que lo convertía en uno de los organismos más antiguos jamás registrados. Años más tarde, el propio investigador reconoció que “sabía que era bastante viejo”, pero nunca imaginó que se tratara de un ejemplar tan excepcional.

Aunque posteriormente se identificaron árboles aún más longevos, la historia de Prometeo quedó marcada como un antes y un después. Su tala impulsó cambios profundos en las políticas de preservación, reforzando la protección de árboles milenarios y limitando las intervenciones científicas invasivas.
Hoy, Prometeo ya no existe, pero su pérdida dejó una lección duradera: incluso el conocimiento científico puede cometer errores irreversibles si no se combina con precaución y respeto por la naturaleza.




