En un mundo lleno de costas doradas y arenas negras, hay solo cuatro lugares donde el mar besa una arena verde natural. El secreto está en el olivino, un mineral nacido de antiguos procesos volcánicos o glaciares que tiñen la tierra con tonos esmeralda.
La primera joya se encuentra en Papakolea (Hawái), formada hace 49.000 años por la erupción del cono volcánico Puʻu Mahana. Cada grano verde cuenta la historia del fuego que creó la isla, y está prohibido llevarse arena, para proteger este milagro geológico.
En Talofofo (Guam), la arena adopta un verde más tenue, visible solo bajo ciertas luces, mientras los acantilados de piedra caliza se funden con la selva tropical. Un paisaje que parece pintado a mano.
Más al sur, en las Islas Galápagos (Ecuador), Punta Cormorant deslumbra con un verde dorado gracias al olivino mezclado con finas arenas volcánicas. Es hogar de iguanas marinas, tortugas y flamencos, y está bajo estricta protección ambiental.

Por último, el Hornindalsvatnet (Noruega) —junto al lago más profundo de Europa— ofrece una rareza glacial: arena verde creada por sedimentos antiguos y minerales que emergen con el deshielo.
Cuatro paisajes, cuatro historias y una sola verdad: la naturaleza guarda colores que el ojo humano casi nunca ve.