Viajar es un placer en sí y poder viajar por una causa noble es una maravilla. Las experiencias que vivimos en el extranjero nos nutren no solamente de conocimientos sino también como personas. Este “plus” que nos ofrece cambia nuestra forma de ver las cosas por completo y nos llena de anécdotas que, al recordarlas, nos llenan de gratitud.
Mi primera experiencia fue en Concepción, Chile. No me hizo falta irme tan lejos de mi país para vivir el famoso “shock cultural” e idiomático (a pesar de que en ambos países hablamos español, al principio me costó mucho entender sus jergas). Trabajé con niños que habían sufrido algún tipo de negligencias en sus derechos. El amor que ellos me brindaron cada día me hizo más fuerte y uno de los aprendizajes más valiosos me llevé a nivel profesional fue que no todo lo que aprendemos está en los libros. Como estudiante de Psicología me sorprendió ver que muchas teorías o hipótesis no se cumplían en la práctica. De hecho, estaban muy alejadas de esa realidad, de ahí que sea tan necesaria la experiencia real para este tipo de trabajos.
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El proceso de aprendizaje fue mutuo. Al haber voluntarios de todo el mundo, pudimos ver las diferencias de comidas, uso de palabras, música y danza. A pesar de su temprana edad, fue impresionante ver cómo los niños se mostraban interesados por otras formas de vida. Para muchos de ellos viajar no era una posibilidad, sin embargo, eso no opacó sus ganas de aprender. Uno de los niños me comentó que el quería aprender inglés, ya que una de sus bandas favoritas era de Inglaterra pero por razones económicas no podía estudiarlo. Le propuse imprimir las letras en inglés y español para ver cómo se escribían. Al día siguiente, vino con una lista de las canciones para aprender.
Como el trabajo que realizás es ad honorem, las organizaciones se encargan de ofrecerte algunas comodidades como hospedaje, comidas o pasajes del bus. Uno de los beneficios de esto es que las personas que te hospedan lo hacen porque quieren vivir un intercambio cultural, recibiendo una persona de otro país en su casa. Hay que señalar que lo hacen de todo corazón ya que no reciben ninguna retribución económica. Yo me quedé en la casa de una señora que me trató como si fuera parte de su familia. Además, vivir con ella me ayudó a entender la cultura más a fondo, conocer sus costumbres, comidas típicas y tradiciones (cosa que en un hotel u hostal no hubiera aprendido).
La posibilidad de brindar algo a la sociedad hace que crezcas como persona y desarrolles tu potencial humano. Irte de tu país, estar con gente que apenas conocés, acostumbrarte a nuevas formas de vida implica todo un desafío. Sin embargo, el que te pongas a prueba va a hacerte ver el potencial que tienes y todo el que te falta por desarrollar.
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El conocer una nueva cultura no sólo se limita al lugar que fuiste a hacer tu voluntariado. Allí vas a conocer un montón de personas de todas partes del mundo con diferentes historias y vivencias de las cuales vas a aprender muchísimo. Vas a formar vínculos muy fuertes en el camino, las personas que te acompañen a lo largo de tu experiencia van a dejar de ser tus amigos para formar parte de tu familia.
Aprenderás de ellos y ellos de vos. Mientras más sean las diferencias culturales, más ricos y amplios se tornan los conocimientos. El intercambio cultural nos ayuda a conocer nuestra propia cultura y la de los demás. Debemos ser siempre respetuosos con las tradiciones de los demás y no juzgar. Como jugamos el papel de visitantes, debemos actuar dando el ejemplo, ya que estamos de alguna forma representando a nuestro país.
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¿Cómo me conecté con este proyecto? Por medio de AIESEC, una de las ONG’s más grandes del mundo. Ofrece diferentes tipos de intercambios, ya sean prácticas profesionales y remuneradas o trabajos voluntarios en 128 países. Los proyectos en los que podés trabajar son: educación, salud, gestión, entre otros. Su misión es que los jóvenes descubran y desarrollen sus potenciales generando un impacto positivo en la sociedad.
Hay que aceptar que una vez que volvamos a nuestro país, ya nada va a ser como antes. La forma de ver las cosas ha cambiado, porque nosotros hemos cambiado. Muchas veces nos sentimos extraños en nuestra propia casa, ya que muchas de nuestras costumbres o valores han cambiado. Eso sí, una vez que empezaste a viajar, no vas a querer parar.