Un niño jugaba con su detector de metales y desenterró un barco perdido hace 150 años

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Redactora
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Lo que comenzó como una simple aventura familiar terminó con un hallazgo arqueológico que podría cambiar la historia naval de Canadá. Lucas Atchison, un niño canadiense de apenas ocho años, encontró los restos de lo que se cree es un naufragio del siglo XIX mientras jugaba con su detector de metales en las playas del Lago Huron, en Ontario.

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Todo ocurrió durante unas vacaciones en el Parque Provincial Point Farms, donde Lucas decidió probar el regalo que había recibido por su cumpleaños: un detector de metales. Con la ilusión de encontrar “un tesoro”, empezó a recorrer la costa… hasta que el aparato emitió un fuerte “bip”.

Intrigado, el pequeño comenzó a cavar junto a su padre. Al principio, lo que encontraron parecía apenas una estaca metálica con un pedazo de madera adherido, algo que su papá asumió que era solo basura vieja de algún bote. Pero Lucas insistió en seguir. Tenía el presentimiento de que había algo más.

No se equivocaba. Poco después, contactaron a los responsables del parque, quienes alertaron al Comité del Patrimonio Marino de Ontario (OMHC). Tras una larga espera para obtener permisos oficiales, los arqueólogos comenzaron las excavaciones este año, encabezados por Scarlett Janusas, experta en arqueología marina.

Las primeras inspecciones indican que los restos podrían pertenecer a la goleta San Antonio, un barco que se hundió en 1856 mientras transportaba trigo entre Chicago y Buffalo. Los arqueólogos ahora trabajan en bocetos y análisis para confirmar la identidad del barco comparando los restos con antiguos registros navales.

Este hallazgo no solo aporta una pieza más al rompecabezas de la historia marítima de los Grandes Lagos, sino que también resalta el valor de la curiosidad y la exploración amateur. En los últimos años, descubrimientos similares han sido realizados por personas comunes: desde monedas romanas hasta meteoritos confundidos con piedras doradas. Ahora, Lucas se suma a esta lista de exploradores accidentales, recordándonos que cualquiera puede convertirse en descubridor del pasado.

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Para proteger el naufragio, el equipo arqueológico planea enterrarlo nuevamente bajo condiciones anaeróbicas, es decir, sin oxígeno, para evitar que la madera y el metal sigan deteriorándose.

El impacto de este descubrimiento va más allá del hallazgo en sí: inspira una nueva generación de buscadores de tesoros, y nos recuerda que, a veces, los mayores secretos de la historia pueden estar justo debajo de nuestros pies… esperando un “bip”.

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