La Montaña de los Siete Colores está en la Cordillera del Vilcanota a 5.200 metros sobre el nivel del mar, en el distrito de Pitumarca. Sus laderas y cumbres están teñidas por unas franjas de intensos tonos de fucsia, turquesa, lavanda y dorado.
El inicio de la travesía
Muy temprano, a las 3:30 de la mañana, desde la hostal en la que habíamos permanecido durante dos días, luego de recorrer Machu Picchu, empezó el trayecto hacia la montaña de colores. La agencia de viajes contratada indicó la tarde del día anterior, que el viaje hasta los pies de la montaña tardaría por lo menos dos horas y media.
Sin saber realmente lo que nos esperaría aquel día, partimos con nuestras mochilas (en la noche del mismo día viajaríamos a Puno, ciudad ubicada en las orillas del Lago Titicaca).
Nos alejábamos del centro histórico del Cusco por caminos totalmente desconocidos. Las malas noches acumuladas ganaron y decidimos dormir en el transporte. Cerca de las 6 de la mañana, al abrir los ojos, habíamos abandonado la carretera de asfalto y empezamos a transitar por un camino de tercer orden en ascenso.
Finalmente, luego de tres horas de viaje habíamos llegado a la comunidad Quesiuno ubicada a más de 4.300 metros de altura. A simple vista, pronosticamos un buen clima.
Camino a Vinicunca
Desayunamos junto a otros turistas en una de las chozas de la comunidad. Luego del desayuno, con las indicaciones del guía, emprendimos la caminata. A medida que ascendíamos el paisaje rural nos cautivaba más.
Caminábamos a buen paso, nos habíamos alejado una distancia considerable del grupo debido a que el camino no era de mayor dificultad y resultaba imposible perderse en el trayecto.
A mitad del sendero, un grupo de personas pertenecientes a la comunidad nos solicitaron cancelar 10 soles por persona para cruzar el lugar. A esta altura del trayecto, las grandes montañas sagradas para los incas nos protegían, sus colores resaltaban en el paisaje; aceleramos los pasos a la par que nuestros corazones latían más rápido. La altura y el sol de la mañana nos desgastaban rápidamente.
A pocos minutos de llegar mirábamos con asombro el conjunto de montañas del que tanto habíamos escuchado hablar. Un sueño hecho realidad, desde la cima de Vinicunca fue posible contemplar todo el valle, con sus colores pintorescos y vivos, era extremadamente alucinante.
Una hora permanecimos en el lugar, tiempo suficiente para contemplar cada lugar que nuestros ojos alcanzaban a mirar. Un día que jamás olvidaremos.
Rápidamente descendimos, mientras llegábamos a la comunidad, el granizo empezó a golpear nuestros rostros, pronto nos refugiamos en las chozas, esperando la hora del almuerzo.
Cerca de las 9 de la noche llegamos a Cusco, agotados pero con la ilusión de conocer al siguiente día el lago navegable más alto del mundo.