4 días bastaron para quedar perdidamente enamorado de Praia do Pipa

Autor: jucafii
Redactor
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Nuestra mente a veces funciona contrariamente a lo que uno querría. Uno se siente con la experiencia necesaria para viajar a lugares no tan masivos y que salgan del esquema tradicional, pero te hablan de esa playa de la costa brasilera a la que va “todo el mundo” y cuesta no pensarlo. La primera reacción es suponer que debe haber un destino similar con menos turismo, para viajeros como vos, a quien aquello que está tan explotado no le llama la atención, pero poco a poco esa idea empieza a funcionar lentamente y se aviva el fuego del viaje y la duda.

Y así podría seguir contando en unas cuantas líneas todo el proceso que sigue, aunque todo viajero que lea esto, sabe que lo que continúa a ese concepto implantado es comprar el ticket de avión, en este caso a Natal, ciudad con aeropuerto internacional más cercana a Pipa, y armar dicho viaje.

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Una vez que salí del aeropuerto y llegué a Pipa (un largo camino dicho sea de paso) la terminal del destino al que quería llegar aparece como primer parada. Había buscado información por internet, en la agencia de viajes, hablé con conocidos y amigos que habían ido allí o que habían hablado con conocidos y amigos que efectivamente habían ido, y ya tenía una idea de lo que era esa ciudad. Afortunadamente, lo maravilloso de viajar es que pasa lo contrario muchas veces, y la eterna subjetividad hace que esa imagen que uno tiene en la cabeza se desplome en segundos. La villa de pescadores que ahora está frente a mí, con la impronta cultural de poetas, pintores y artistas brasileros que pasaron por ahí hace más de 40 años, me deje con el corazón en llamas.

En pocos años, el boca en boca posibilitó que la creciente ola “hippie” se haga eco de este lugar y comenzara a poblar sus calles con aun más colores y energía de las que ya estaba impregnada en sus paredes. En los años ’80, más y más gente se comenzó a instalar formando una ciudad chica, pero muy comercial, armada para el turista joven con un máximo hincapié en las bondades oceánicas para aquellos practicantes de surf.

Praia de Pipa

Una vez alojado me olvidé del (previamente confeccionado) esquema diario y me dejé llevar por la energía del lugar. Tal es así que el primer día fui a la tan mencionada, Praia do Amor. Caminé ese pequeño trecho desde una punta de la ciudad a otra (serán unos 7 minutos a pie), y llegué al acantilado que me permitió contemplar el mar desde arriba. Es aquí donde se observa con mayor precisión la imagen de un corazón formado por la subida de la marea dejando una pequeña península de arena que hace de la parte superior del mismo. No parece algo muy distintivo pero si se afina la mirada se contempla este retrato que da nombre a la playa.

Bajé a la zona de arena y sombra y realmente me maravillé. La vegetación del acantilado cubriendo las “espaladas” de la playa mientras el mar, sereno por momentos y revuelto por otros, funcionaba como complemento perfecto de quienes se metían con sus tablas a disfrutar del deporte, el mar y el sol. Antes del anochecer, alrededor de las 17hs, aunque el horario varía según la época en la que se viaje, el agua se completa de pequeños puntos que, poco a poco, forman una gran mancha de surfers dispuestos a la práctica del deporte por excelencia en esta zona.

CUANDO-SEA-GRANDE

Pero no pude quedarme solo con eso, y empecé a caminar para ver que había del otro lado de ese pequeño morro que hacía de separador entre Praia do amor y lo desconocido. La librería en el medio del camino me dejó asombrado: “esta gente no solo tiene playas y olas perfectas sino que venden y prestan libros en el medio de la arena”. Pero lo mejor fue ver, que del otro lado, la misma calidad de olas y arena yacía sin gente ni sectores de sombra. La imposibilidad de bajar el acantilado dotaba de soledad a esta otra playa, al norte de la corazonada.

Después de descansar, arranqué el día dos bajando a la playa del centro, la más cercana y masiva, si es que esta palabra se puede usar bajo los estándares de este pueblo. El acceso es mucho más cómodo, tal vez por eso predomina el ambiente familiar y la cantidad de vendedores que tratan de ganarse la vida con un perfecto dominio de cuanto idioma alguna vez hayan oído hablar.

Poco me importaron los escasos metros de arena, ya que estaba disfrutando de un momento peculiar. El atardecer no solo acaparó los flashes de los celulares, también lo hizo conmigo. Los barquitos de quienes aquellos que aún buscan una alternativa al turismo contrastaban con el naranja que iba ganando terreno en el cielo. La imagen alcanzó para robarme esa mueca de sonrisa que uno hace cuando sabe que ese es el lugar en el que quiere estar en ese preciso momento.

Chapadão - RN

El camino de vuelta, ya de noche, me llevó por la calle principal, la avenida Dos Gofinhos. Ese pequeño centro que reúne a todos los visitantes después de la horas de sol. Bares, artesanos, música de un bar, música de otro (en una especie de guerra de DJ`s) y los mismos vendedores que creía expertos en el arte culinario ahora lo eran con las bebidas y tragos… el ambiente era relajado y distendido, era cálido. Comer en algunos de sus restaurantes de mariscos, degustar algún sorvete (helado) característico del nordeste o dejarse llevar por la música era lo necesario antes de arrancar el siguiente día.

En el día 3 comprendí el significado del papel con el horario de las mareas que te dan en los hospedajes y que no solo sirve para los surfers. Para poder ir a Bahía dos golfinhos, la playa que le sigue a la del centro, hacia el sur, se tiene que sortear una zona de piedras sólo cuando la marea baja. Ésta desolada playa llama a la paz interna de quien la pise. Unos pocos turistas acompañan a los delfines que todas las mañanas se acercan a esta parte de la costa a comer. Decenas de ellos aparecen en manadas para cazar, jugar, seguir unas cuantas embarcaciones que se acercan con turistas y sus cámaras de fotos, y luego retirarse dejando a más de uno sin entender si lo que acaba de suceder es real.

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Cuando entré a ese pequeño golfo sabía que el viaje había valido la pena. Y vaya si lo había hecho. Sin bullicio y sin turistas por no tener entrada propia, la tranquilidad hacía posible un grato momento de relax. Y si los delfines no alcanzaron, seguir la línea costera y llegar hasta Praia do Madeiro, por la región del norte, me iba a seguir emocionando. Acantilados de verde vegetación y un mar calmo que a veces recibe algunos delfines aventureros que se escapan de su entorno sirven como complemento a la principal atracción de verano: las tortugas marinas.

El día 4, me lo tomé para algo más importante que recorrer la ciudad. Sabía que aún faltaban esos rincones que no había podido ver en esta corta estadía. Pipa me había dado mucho y yo solo le estaba dedicando unos 4 días.

Chapadão - RN

Había oído de otras zonas de importancia como Das Minas o Barra de Cunahu, aún más al sur, en donde el río se junta con la playa retratando un paisaje de telenovela. Es por eso que el día 4 lo dediqué a algo más que caminar. Las pocas horas allí, me iban a hacer cambiar mi viaje, a romper con lo estipulado, a reprogramar el vuelo y a quedarme al menos 3 días más en ese hermoso pueblo brasilero. Porque, en algún momento del viaje, supe que Pipa es más que playas. Es una conjunción de diversión y relax, de paz y adrenalina, donde el pasado se vive en sus adoquines y sus murales, en donde su presente se siente en cada tabla de surf que se desplaza en manos de los jóvenes y en donde el futuro se supone en cada cesto de basura, cada turista limpiando las playas o reciclando y cada delfín capturado por el flash del celular.

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