Zoológicos y oceanarios: por qué no todos deben cerrar, cuál debe ser su función y qué debemos entender de ellos

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“¿Para qué existen los zoológicos?” , “Cárceles y espacios de sufrimiento”, “Entretenimiento a costa de la vida de animales en cautiverio”. Es cada vez más común ver este tipo de comentarios en cualquier contenido o publicación asociada a un zoológico, acuario, oceanario e incluso reservas de animales.

No siempre fue así, de hecho probablemente todos tengamos un recuerdo de chicos visitando alguno de estos sitios, e incluso yendo a un circo con números «artísticos» en el que participaban animales. Y esto nos parecía normal, era algo cotidiano y aceptado colectivamente, como muchas tradiciones culturales que incluso siguen vigentes hoy, en un mundo que ha cambiado y que condena parte de su esencia (por ejemplo las corridas de toros en España, México, Ecuador)

La crisis ambiental es tal que la mayoría de las personas ignora qué papel desempeñan las instituciones de conservación “ex situ” como “in situ”. Son pocas las personas que pueden responder con claridad para qué sirven los zoológicos, acuarios, jardines botánicos, museos, centros de rescate o rehabilitación de fauna, las áreas protegidas…

Manifiesta Claudio Bertonatti, es asesor científico de la Fundación Azara, investigador adscrito de la Universidad Maimónides y consejero de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN). Fue Director en la Fundación Vida Silvestre Argentina, la Reserva Ecológica Costanera Sur de Buenos Aires y el Zoológico de Buenos Aires. Se dedica a la docencia, la investigación, la puesta en valor y la interpretación de la naturaleza y del patrimonio cultural.

Hasta el siglo XX los zoológicos y jardines botánicos serios solo tenían que preocuparse por dar a conocer y ayudar a salvar especies amenazadas. A partir del siglo XXI tienen que redoblar esfuerzos con mayor claridad, solvencia y tenacidad para evitar su propia desaparición. Pese a lo que muchos creen, la crisis ambiental los hace más necesarios que nunca. Pero renovados en sus objetivos.

Hay muchas personas que aborrecen los “zoológicos”. Tienen motivos valederos. Pero no tienen razón para detestar a los verdaderos zoológicos, sino a los que usurpando ese título son otra cosa: meras colecciones vivas de animales silvestres cautivos. Y, por lo general, al servicio de fines comerciales.

Los zoológicos, los auténticos, son instituciones con objetivos nobles para: conservar la naturaleza, educar ambientalmente, generar conocimientos científicos y contribuir con la recreación pública. Todo esto brindando las mejores condiciones de bienestar para los animales que albergan. Son estas instituciones las que deben apoyarse, aunque manteniendo una postura exigente que vele por esos objetivos.

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La evolución de los zoológicos y cómo fueron cambiando

Hay testimonios sobre colecciones de fauna viva en el 3500 AC, durante el período predinástico de la egipcia Hierakonpolis ( Patrick &Tunnicliffe 2013). Allí, en el centro urbano más grande de Egipto, los arqueólogos hallaron los restos enterrados de hipopótamos, elefantes, acléfalos, uros, mandriles, gatos y perros salvajes.

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Se deduce que estaban en cautiverio como en un zoológico por el análisis del lugar del hallazgo, su contexto, la disposición de los huesos de esas especies y el tipo de restos vegetales hallados en uno de los elefantes: un macho de 10 años que había comido plantas silvestres y también cultivadas (Rose 2009; Watson 2015). Ese caso en Egipto antiguo no fue la excepción. Quedó documentada la existencia de otros en Saqqara,Mereruka, Tebas, Karnak y, desde luego, en la erudita Alejandría de Ptolemeo II

Aproximadamente, en el 2070AC también hubo un zoológico en la ciudad sumeria de Ur, donde el rey Shulgi (2094-2047 AC) contó con una colección de leones, tigres, osos, lobos, elefantes y aves dispuestos en cavernas y otros recintos para recrear a su medio centenar de hijos. Hubo otros ejemplos añejos y elocuentes, como el “Parque de la sabiduría” o “Jardín de la inteligencia” del emperador Wen Wang (Bostock 1993) en China (creado cerca de 1150 AC), cuya denominación nos invita a reflexionar largamente (Deiss1996).

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Según comentarios de Plinio, Alejandro El Grande mantuvo una buena colección de animales que trajo de sus campañas conquistadoras. Se asume que los pioneros tratados zoológicos de Aristóteles se nutrieron de observaciones de esa fauna en ese muestrario griego (Bostock 1993).

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Roma no fue indiferente a la exhibición de la fauna, aunque haciendo gala de la crueldad en su más amplio sentido. Con los juegos inaugurales del Coliseo (año 80 y bajo el mandato del emperador Tito) se hicieron populares dos actividades: las venationes o cacerías de animales (que fueron un “atractivo” central) y las damnatio ad bestias o ejecución por bestias (mamíferos carnívoros) que liberaban ante los condenados a muerte. Está claro que bestias eran quienes pergeñaron esas atrocidades y quienes se deleitaban con ellas.

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Todo esto sucedía desde los tiempos de Augusto, aunque con el correr de los años los sucesivos emperadores buscaron cada vez mayor espectacularidad y dramatismo. Para concretar ambas actividades pasaron por Roma leones de la Mesopotamia y Libia, hipopótamos de Egipto, tigres de Hircania, leopardos de Libia y Getulia, elefantes de India y África, jabalíes de Germania, osos de Dalmacia e Hispania, perros de Escocia y ciervos de Córcega y Sicilia (Muñoz-Santos2016). También hubo hurones, toros, cocodrilos, bisontes, camellos, ciervos, caballos, cabras, ovejas, onagros, hienas, cebras, grullas y linces, entre muchos otros que eran capturados en su tierra de origen y mantenidos como una preciada y carísima mercancía para ser llevados a su destino final (Roma), recorriendo enormes distancias por mar y por tierra.

El tráfico de fauna es antiguo, como vemos.

No podemos omitir entre estos ejemplos históricos al“Totocalli”, el zoológico, acuario y jardín botánico de MoctezumaII en Tenochtitlan.

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El mismo que maravilló a Hernán Cortés, pese a que ordenó su destrucción en 1521, como lo narra él mismo en su Tercera Carta de Relación enviada al rey Carlos I: «… Viendo que estos de la ciudad estaban rebeldes y mostraban tanta determinación de morir o defenderse … Y porque lo sintiese más, este día quise poner fuego a estas casas grandes de la plaza, donde la otra vez que nos echaron de la ciudad, los españoles y yo estamos aposentados; que eran tan grandes, que un príncipe con más de seiscientas personas de su casa y servicio se podían aposentar en ellas; y otras que estaban junto a ellas, que aunque algo menores eran muy frescas y gentiles y tenía en ellas Muctezuma todos los linajes de aves que en estas partes había; y aunque a mí me peso mucho de ello, porque a ellos les pesaba mucho más, determine de las quemar…» (Cortés 1870). Este testimonio manifiesta el peso emocional que tenía este patrimonio azteca, advertido por su mismo destructor.

Los hechos comentados sobre Roma y México –a los que hay que sumar una larga lista de reyes y emperadores de distintas civilizaciones y épocas que mantuvieron colecciones de animales-reflejan con claridad la importancia emocional, estética, recreativa, educativa, científica, económica y política que tenían las colecciones de animales vivos para las clases gobernantes. Lo mismo sucedía –y en paralelo-con los bienes culturales.

Hasta poderosos miembros del clero (cardenales y papas como León X) mantuvieron animales exóticos (Pavero et al. 1995). De ahí en más las cortes reales tuvieron sus aristocráticas “casas de fieras”, que en los albores de la Edad Moderna abrieron paso a las instituciones precursoras de los actuales zoológicos. Así se fundaronla Casa Imperial de Fieras de Viena (1752), el Jardin des Plantes de París (1795), el Zoode Kazán en Rusia (1806) y el Zoológico de Londres (1828).

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Todos estos siguen en pie actualmente, no sin avatares, pero fortalecidos, evolucionados y modernizados conceptual y prácticamente. Esto no quiere decir que sean modelos acabados de lo que deberían ser los centros de conservación de la biodiversidad, pero el contraste entre “el antes y el después” demuestra una clara y positiva evolución hacia dónde se debe ir.

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Estos antecedentes nos reflejan con elocuencia la importancia de las colecciones zoológicas para las distintas civilizaciones y su desarrollo histórico, pero…

¿Dónde están parados hoy los zoológicos?

La enorme mayoría, en un lugar incómodo. Cotidianamente las personas que trabajan en ellos se topan con comentarios de este tipo:

  • “No me gusta ver animales encerrados”.
  • “Es una cárcel de animales”.
  • “Nacieron para ser libres”.
  • “No me gustan los zoológicos”.
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Y desde esas opiniones pueden comenzar a dar explicaciones básicas para remontar el ánimo y la ilustración del interlocutor de turno. Lógicamente, si no se ha fanatizado. Y el problema se presenta cuando los argumentos esgrimidos no guardan coherencia con la realidad que observa quien interpela. Esto se agudiza en los países en desarrollo, porque también están subdesarrollados en esta materia. Por eso, muchas veces se enuncia un marco teórico desarrollado que contrasta con una práctica subdesarrollada, entrando en un campo minado por las contradicciones, incoherencias y falta de recursos humanos o económicos.

Para estar bien parado se debe tener claridad acerca de lo que debe ser -y hacer- hoy un zoológico, reptilario, serpentario, acuario, oceanario, etc.

En segunda instancia, hay un desafío económico: se debe contar con recursos humanos y financieros adecuados y estables para desarrollar una institución seria. Pero si los zoológicos han llegado a una crisis de obsolescencia seguramente es porque quienes los han manejado hasta ahora también padecen de cierto anacronismo, porque hay casos de malos zoológicos que disponen de buenos presupuestos.

No es inusual, incluso, que entre el personal de este tipo de instituciones todavía haya partidarios del coleccionismo animal, como si fuera un vestigio de aquel desvelo del siglo XIX.

Aun en tales circunstancias se equivocan quienes dicen que los zoológicos “son un mal necesario”. Por el contrario, ante el actual diagnóstico ambiental -y la crisis de la conservación de la biodiversidad- son un bien necesario.

Pero esto implica ineludiblemente un alineamiento con los grandes objetivos enunciados desde hace décadas por la Asociación Mundial de Zoológicos y Acuarios/WorldAssociation of Zoos and Aquariums (WAZA). La encrucijada actual para los zoológicos y acuarios que todavía no lo han hecho es que están en medio de un campo de batalla y ante un fuego cruzado. Por un lado son cuestionados por los especialistas y las organizaciones no gubernamentales más prestigiosas. Por otro, son atacados por los grupos de personas más radicalizadas en la defensa de los derechos de los animales que bregan por su libertad y la erradicación indiscriminada de todos los zoológicos, sean bueno o malos.

Y entre estos dos “frentes” se encuentran las autoridades gubernamentales, que en estos países tienen poca claridad sobre estos temas y, por consiguiente, subestiman su complejidad y les asignan escasos recursos para ayudarlos.

En este contexto, hay una combinación inflamable: la ignorancia y su acceso a los medios de comunicación masivos.

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No siempre los que gritan más fuerte disponen del mejor conocimiento, aunque estén emocionalmente convencidos de lo contrario. Y los daños que pueden generar en la opinión pública son fáciles y veloces, mientras su reparación es lenta y mucho más trabajosa. Convengamos que decir “no a los zoológicos” es mucho más rápido y sencillo de comprender que explicar en qué deberían transformarse. Además, cerrarlas es lo más fácil, rápido y barato, pero la naturaleza no puede darse el lujo de perder ninguna institución dedicada a su cuidado. Transformarlas es complejo técnicamente, lento, económicamente costoso y comunicacionalmente desafiante. En muchos casos requiere hasta refundarlas, con una fuerte dosis de impaciencia de parte de la opinión pública. Y aun optando por el camino más constructivo no todas las instituciones -ni los actores asociados- están en condiciones de iniciar o sostener un proceso de transformación semejante.

Es evidente que en los países en desarrollo la mayor parte de las colecciones de fauna viva que llamamos generosamente “zoológicos” van a desaparecer como ya lo estamos observando progresivamente.

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Será una minoría la que podrá vencer la multitud de obstáculos, adversidades y desafíos políticos, económicos, técnicos, laborales, comunicacionales y legales. Porque toda transformación se topará con resistencias en cada uno de esos “frentes”, que sin mucha dificultad pueden sabotear el proceso desde adentro o afuera de estas instituciones, porque no todos los actores involucrados van a tener una opinión unánime acerca del camino a seguir.

Si bien quedan pocas dudas sobre las dificultades un país serio no puede prescindir de la conservación ex situ. Tampoco debería adoptar la decisión del cierre sistemático de todos sus “zoológicos malos”.Podría hacerlo pero sus autoridades pondrían en evidencia pública su incapacidad de gestión. Hay que reconocer que el camino de una transformación institucional es difícil, pero no solo es posible sino necesario.

Un diagnóstico para empezar a cambiar (o desaparecer)

A nivel mundial, los buenos ejemplos entre los zoológicos, acuarios y jardines botánicos existen, pero no son la regla, sino la excepción.

La mayoría no están alineados con los buenos ejemplos. De hecho, sus aportes a la conservación de la naturaleza resultan casi anecdóticos en casos aislados. En la Argentina, por ejemplo, hay poco más de 100 zoológicos. Sin embargo, sus proyectos de conservación no suman una docena. Bastaría preguntarle a cualquiera de ellos cuántas especies mantienen y cuántos programas de conservación están llevando adelante. Por eso las malas noticias no se hicieron esperar.

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En 2016 se anunció el cierre y la transformación en Ecoparque o Bioparquede los zoológicos históricos y más importantes de la Argentina: Buenos Aires, La Plata y Mendoza. Todos en ese mismo año, poniendo de manifiesto los pulsos caprichosos que la opinión pública dedica a los temas ambientales, pasando de décadas de indiferencia a días de prioridad. Curiosamente, quedó fuera de este proceso el Zoo de Córdoba, centenario como los dos primeros, pero que sin dudas se sumará más temprano que tarde a este camino.

Previa y posteriormente se cerraron otros zoológicos de menor envergadura y trayectoria en varias provincias, como Catamarca (San Fernando del Valle de Catamarca en 1991), Santa Fe (Rosario en 1997), Buenos Aires (Hurlingham en 2004, Colón en 2013, Bahía Blanca en 2013 y Sierra de los Padres en 2017), Corrientes (ciudad homónima en 2013),Santiago del Estero (San Francisco de Asís en 2014), La Rioja (Yastay en 2016) y Mendoza (San Rafael en 2016). Ante estos hechos caben aclaraciones ante dos casos.

Por un lado, es justo reconocer que el Zoológico Municipal de Rosario había iniciado una pionera transformación, liderada por su directora, María Esther Linaro, ponderando el bienestar de los animales, pero por falta de apoyo su proyecto no prosperó. Los animales dejados a su suerte, más tarde, pudieron ser alojados y mantenidos por ella misma en otro predio: “Mundoaparte”, donde sigue con su labor humanitaria.

Una segunda referencia amerita para el decadente Zoológico de la Ciudad de Corrientes que -cerrado en 2013-se relocalizó en Paso de la Patria para transformarse ese mismo año en el Centro de Conservación de Fauna Silvestre Aguará, con el asesoramiento de la Fundación Naturaleza para el Futuro (FuNaFu).

Este es el primer caso de un viejo zoológico transformado, al menos conceptualmente, en un centro de conservación con eje en la fauna autóctona (con énfasis en el rescate de animales provenientes de su captura y comercio ilegal) y con una comunicación interpretativa coherente con los nuevos objetivos.

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A comienzos de lo que pareciera anticiparse como el Apocalipsis de los zoológicos, Fidel Baschetto (2000) publicó un manifiesto acerca de la necesidad de generar un cambio preventivo en estas instituciones, dando muchas herramientas para ello y hasta para categorizarlos en base al cumplimiento o nivel de desarrollo de sus objetivos. Pero lejos de haberlo aprovechado, este esfuerzo fue ignorado (cuando no, detestado) por los referentes de las mismas instituciones que hoy padecen su crisis. Es que durante décadas apostaron a esquivar u ocultar los problemas en lugar de enfrentarlos y resolverlos. Así les fue.

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Seguramente, una evaluación del estado de situación de un “zoológico” o colección de animales silvestres vivos en crisis manifestará algo parecido a estos puntos críticos, varios de los cuales fueron señalados por la Fundación Azara hace unos años (Bertonatti et al. 2014):

  1. Funcionarios jerárquicos o directivos con precaria o nula capacidad y conocimientos técnicos en esta materia. Muchas veces, no tienen vocación ni convicciones ambientales, estandomás atentos a las reacciones públicas y periodísticas de sus potenciales decisiones que a buscar soluciones de fondo. Por eso, no descartan la tentación al “cierre” de los zoológicos, ya que puede ser la medida más barata y fácil de comunicar y ejecutar. Esto lleva a que estén más predispuestos a prometer derivaciones inmediatas a “santuarios” de condiciones ideales e inexistentes que a evaluar destinos reales que aseguren el bienestar de sus animales, ignorando, incluso, que muchos animales no podrán ser derivados (por sus condiciones físicas o sanitarias como por la falta de destinos interesados en recibirlos y mantenerlos en iguales o mejores condiciones). Tampoco están en condiciones de definir una política de colección/poblaciónanimal que resulte operativa para impulsar programas de conservación, educación e investigación.
  2. Gestión política gubernamental caracterizada más por la improvisación que la planificación, con más oportunismo que previsión. Los tiempos de una gestión pública (un lustro o menos), además, son insuficientes para madurar una intervención institucional, impulsar un cambio, planificarlo, desarrollarlo y capitalizarlo políticamente. Esta realidad sugiere evaluar que este proceso sea delegado o conducido por una o varias ONGs especializadas.
  3. Empleados que –en su mayoría- están poco calificados o tienen escasa formación profesional para desarrollar tareas específicas en conservación, sanidad, bienestar animal, investigación y educación. Otros fueron formados con criterios de otras décadas, cuando el bienestar animal no se contemplaba con la magnitud actual.Y queda una minoría valiosa que –en ocasiones- suele estar desesperanzada, desgastada e incrédula a un futuro mejor.
  4. Protocolos de manejo animal que son obsoletos o que tolera malas prácticas (de manejo, contención, enriquecimiento ambiental, nutrición, sanidad, bioseguridad, etc.) que se repiten crónicamente hasta ser internalizadas o aceptadas como “normales”. Incluso, hasta como “correctas”.Por consiguiente, hay resistencia a innovar en la forma de trabajar, aunque los cambios estén fundamentados y provoquen una inmediata mejoría en los diversos aspectos del manejo animal.
  5. Poblaciónde animales silvestres (cuando no, también domésticos) de escasa o nula aptitud para desarrollar programas de conservación con miras a reproducirlos y reinsertarlos en la naturaleza de un modo positivo. Comúnmente las instituciones en decadencia mantienen una población cautiva con animales consanguíneos o endogámicos, mestizos o híbridos, ancianos, mutilados o padeciendo enfermedades crónicas, con flavinismo, leucismo, albinismo o melanismo, cuando no, sanos, pero sin pareja o con escasos individuos para conformar un plantel reproductivo sólido y viable.
  6. Infraestructura precaria o inadecuada para una institución moderna de este tipo. Con frecuencia no hay espacios, equipos y condiciones adecuadas para garantizar su mantenimiento ni las buenas condiciones de bienestar animal, almacenamiento y racionamiento de alimentos, alojamiento o tratamiento médico, recepción y cuarentena, necropsias, evacuación, exhibición, manejo y desarrollo de actividades de educación, investigación y conservación ex situ.
  7. Seguridad sin condiciones adecuadas para garantizarla a los empleados, los visitantes y los animales ante eventuales accidentes, contingencias, fugas, vandalismo, catástrofes, etc.
  8. Presupuesto insuficiente, mal aprovechado o ambas cosas.
  9. Marco normativo inadecuado y, por lo general, estancado en el tiempo. Ante esta situación se presentan legisladores y ONGs predispuestas a mejorarlo, pero los procesos son desprolijos, reñidos entre dos polos antagónicos: los grupos radicalizados o fundamentalistas que pugnan por el cierre de los zoológicos y las instituciones académicas o ambientalistas que proponen su evolución.
  10. Opinión pública dividida en los amantes, los indiferentes y los detractores de los zoológicos. En casi todos los casos basados en recuerdos de la infancia, información anecdótica o experiencias personales, pero sin claridad acerca de lo que debe ser un centro de conservación. Entre todos ellos emergen grupos que exigen el cierre indiscriminado de todos los zoológicos, con “soluciones” drásticas o “mágicas” de por medio. En ese contexto, aparecen tardíamente en escena las instituciones más serias ylos especialistas que impulsan su transformación siguiendo los anhelos y principios enunciados por la WAZA (Barongi et al. 2015, Mellor et al. 2015 y WAZA 2005) y Baschetto2000.
  11. Medios de comunicación que abordan la situación de los zoológicos de modo dispar. En ocasiones,cubriendo noticias de un modo sólido y responsable. En otros casos (la mayoría), con artículos sensacionalistas u oportunistas que se detienen más en los casos anecdóticos que en las cuestiones de fondo; algo usual en los demás temas ambientales.

Ante este diagnóstico surgen preguntas básicas como: ¿Qué se puede hacer? ¿Por dónde empezar? ¿Cómo compatibilizar las cotidianas urgencias del “día a día” con las necesidades de una planificación a corto, mediano y largo plazo? ¿Quiénes toman las decisiones, y cómo? ¿Con qué presupuesto se cuenta y quién lo administra? ¿Cómo se resuelve el reemplazo del personal que no es competente?

Las posibles respuestas van a poner sobre la mesa una realidad: habrá distintos “frentes de batalla” y de modo simultáneo. Pero cuanto antes sean definidas más fácil será identificar los perfiles de los profesionales o funcionarios que se necesita dar intervención, porque el trabajo deberá actuar “en pinzas”: con técnicos y con políticos que articulen decisiones coherentes informando claramente a la comunidad local.

Zoológicos con programas y acciones destacables

La situación es compleja porque no existe “un zoológico ideal” o un modelo único a seguir, dado que algunos de los mejores del mundo sobresalen por sus programas de conservación, otros por sus proyectos educativos o científicos, su comunicación interpretativa; las dimensiones, ambientación y enriquecimiento ambiental de sus recintos, el manejo y las condiciones de bienestar animal… Si bien no es fácil identificar un zoológico ideal, existen aspectos o proyectos ideales en muchos. Para citar solo algunos ejemplos:

  • La superficie del Zoo de Toronto (287 ha). Ver: http://www.torontozoo.com/
  • Las dimensiones del “Ocean Voyager” del Acuario de Georgia (Estados Unidos), el más grande del mundo (mide 87 m de largo, 38 m de ancho y 9 m de profundidad). Ver: https://www.georgiaaquarium.org/
  • La integración de la naturaleza (jardín botánico y zoológico) con la cultura (patrimonio arqueológico) en el Parque de las Leyendas (Perú): http://leyendas.gob.pe/
  • El modelo de gestión de WildlifeConservationSociety (WCS) que gerencia cinco parques: Bronx Zoo,Central Park Zoo, Queens Zoo, Prospect Park Zoo y New York Aquarium. Esta ONG (creada en 1895 como Sociedad Zoológica de Nueva York) impulsa cientos de proyectos de conservación “in situ” y “ex situ” en unos 60 países y en todos los océanos, habiendo dado apoyo a la creación o ampliación de unas 250 áreas protegidas. Ver: https://www.wcs.org/
  • La ambientación del gran espacio selvático del Zoo de Leipzig (Alemania). Ver: https://www.zoo-leipzig.de
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Zoo de Toronto
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Oceanario de Georgia
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Zoo de Leipzig
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Zoo San Diego
  • El programa educativo dedicado a los murciélagos (“Nuestros aliados alados”) en el Zoológico de Chapultepec (México).
  • La comunicación educativa del Zoológico de Cali (Colombia). Ver: http://www.zoologicodecali.com.co
  • El programa reproductivo de osos pandas de Chengdu Research Base of Giant Panda Breeding. Ver: http://www.panda.org.cn
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Chengdu Research Base of Giant Panda Breeding
  • El programa “Araña amigable” (contra la aracnofobia) impulsado por el Zoo de Londres y el Centro de Hipnosis Clínica de Londres. Ver: https://www.zsl.org/experiences
  • El programa reproductivo y de reintroducción de pecaríes de collar del Bioparque M´Bopicuá (Uruguay) que lograron devolver esta especie a su país, después de un siglo de haberse extinguido. Ver: https://www.montesdelplata.com.uy/bioparque

En la Argentina también hay buenos ejemplos para señalar:

  • El Bioparque Temaikèn (Provincia de Buenos Aires) posee un Centro de Recuperación de Especies (CRET) y una reserva natural propia (“Osununú” en la Provincia de Misiones). Se pueden destacar también dos de sus programas de conservación: el dedicado a los tiburones del Mar Argentino, desarrollado junto con el Centro Nacional Patagónico (CENPAT- CONICET) y el Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero (INIDEP) y el referido al cardenal amarillo junto con Aves Argentinas, el Ministerio de Ambiente de la Nación y la Universidad de Buenos Aires. Ver: http://www.temaiken.org.ar
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  • El centro de rescate y rehabilitación de animales silvestres Güirá Oga (Puerto Iguazú) -junto con la Fundación Azara y el Ministerio de Ecología de Misiones- mantienen. Ver: http://www.guiraoga.com.ar
  • El nuevo Acuario del Río Paraná (Entre Ríos), que fue concebido como un centro para la conservación, investigación, educación y promoción del aprovechamiento sustentable de los recursos de agua dulce. Ver: http://www.acuariodelrioparana.gob.ar
  • Losproyectos de reintroducción de osos hormigueros y venados de las pampas en la Provincia de Corrientes por parte del Proyecto Iberá/ The Conservación Land Trust (CLT). Ver: http://www.proyectoibera.org/
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  • Los proyectos de reproducción y reintroducción o repoblamiento de anfibios amenazados (como los endemismos de la Meseta de Somuncura) del Programa CURURU, apoyado por el Museo de La Plata y la Fundación Azara (Williams & Kacoliris 2015).
  • El proyecto de rescate, reproducción y reintroducción de los caracoles de Apipé impulsado por la Entidad Binacional Yacyretá de forma conjunta con el Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” y la Universidad Nacional de Misiones (Mercado Laczko & Quintana 1997).
  • El ex Zoo de Buenos Aires supo impulsar programas de rescate de aves rapaces, cóndores, lobos marinos y tortugas marinas. También los programas de integración social –de modo conjunto con el Hospital Infanto Juvenil Carolina Tobar García- “Cuidar  Cuidando” y “Cuidemos”. El primero se dirigió a niños y adolescentes con problemas psicológicos o emocionales graves, a quienes se les asignaba tareas para el cuidado de animales dóciles bajo la supervisión de psicólogos y cuidadores.Esas responsabilidades y herramientas reforzaban sus habilidades y así favorecían su mejor integraciónsocial. Desde el programa “Cuidemos” los egresados del programa anterior trabajaban en una huerta orgánica y compostaje, cumpliendo horarios y responsabilidades. De ese modo -y con el asesoramiento del INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria)- producían verduras y hortalizas cuya venta constituía sus primeros ingresos económicos propios (Bertonatti et al. 2012, Choi 2014).
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Este punteo de acciones “ex situ” de conservación, educación, investigacióno manejo puede inspirar u orientar esfuerzos locales adecuándolos a las necesidades ambientales de la región o país.

Zoológicos y la «competencia digital»

Los zoológicos de hoy, por buenos que sean, compiten con la diversidad y velocidad de acceso de los soportes digitales que contrastan con la percepción “lenta” de las experiencias en la naturaleza, ya sean en áreas naturales o en muestrarios “ex situ”, como en los museos, jardines botánicos, zoológicos y acuarios. El exceso de uso de la tecnología potencia el aislamiento y el “Trastorno por Déficit de Naturaleza” que padecen quienes viven en una persistente desconexión con ella y con todo lo que su contacto implica para la salud física y emocional.

La adicción a la veloz hiperestimulación digital potencia el aislamiento en edades decisivas para la formación de las personas. Es ahí donde las reservas naturales, los zoológicos y botánicos resultan claves no solo para que vivamos mejor sino para que esos encuentros “lentos” nos devuelvan la capacidad de asombro y lo que Byung-Chul Han llama la “pedagogía del mirar” (Han 2012).

Edward O. Wilson sostiene que los zoológicos deben hacer tres cosas para proteger la biodiversidad: educar, discutir y explicar, aprovechando que son un lugar donde las personas podemos entrar en contacto con la naturaleza no urbana.

La pérdida de ese contacto conduce a la disminución desconocimiento del mundo natural, de su funcionamiento, de nuestra dependencia y de su valoración (Patrick &Tunnicliffe 2013).

Pero, ¿a qué viene todo esto?

A que las buenas exhibiciones de la naturaleza, con un ineludible soporte educativo o interpretativo, además de propiciar la conciencia ambiental también cumplen un rol social clave. Por eso, los recintos de inmersión son estratégicos en más de un sentido porque se requiere sumergir al visitante en experiencias que le permitan ver, oler y escuchar la naturaleza y a sus protagonistas de un modo que ningún documental puede reemplazar. Y a quienes opinan que los soportes digitales los reemplazan les pregunto: ¿les da lo mismo tomar vacaciones en paisajes hermosos que mirarlos en una pantalla, en un holograma o en una bella escenografía con simuladores o fauna animatrónica?

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Experiencias como las que ofrecen “Congo Gorilla Forest” del Zoo del Bronx para descubrir los gorilas y The Cochrane Polar Bear Habitat, que permite a los niños nadar “cara a cara” con los osos polares (en un recinto contiguo separado por un vidrio) no son fáciles de olvidar. Y si esos encuentros se “rematan” con un buen mensaje el impacto positivo que ello genera termina “moviendo la aguja” de la conservación de esas especies. Y algo no menor que señaló William Conway: desde que abrió sus puertas en 1999“Congo Gorilla Forest” destinó la totalidad de lo recaudado a programas de conservación “in situ”, contribuyendo con U$ 14 millones a los esfuerzos de África Central (Ponti 2017), lo que además es una excelente noticia para comunicar a quienes pagaron su entrada.

Algunos pasos para dar

Volviendo al epicentro del problema, vemos que hay ejemplos de donde nutrirse para construir una salida a esta encrucijada. Y sin pretender una receta magistral podrían acordarse pasos fundamentales:

  • Estudiar los documentos o estrategias de conservación de los zoológicos y acuarios, y también la de bienestar animal de la WAZA.
  • Revisar los buenos ejemplos y casos exitosos en los zoológicos y acuarios del mundo.
  • Analizar la situación ambiental del país e identificar las necesidades de conservación ex situpara contribuir a conservar, preservar o proteger especies y áreas amenazadas. También para restaurar ecosistemas de ecorregiones en peligro o áreas protegidas que han sufrido procesos de degradación. Es importante eludir la tentación de encarar proyectos sobre especies meramente “emblemáticas” para focalizarlos en aquellas que sean estratégicas para apuntalar los servicios ecosistémicos.
  • Convocar a especialistas e instituciones de los ámbitos académicos, conservacionistas, proteccionistas, educativos y patrimoniales para compatibilizar visiones, necesidades y prioridades de acción.
  • Definir un modelo de gestión, sea a manos del Estado, de una ONG, o mixto, aunque la experiencia mundial aconseja que esté a cargo de una organización sin fines de lucro creada a tal fin.
  • Redactar un plan estratégico que defina la visión, misión y programas de acción, contemplando como objetivos las prioridades identificadas por los especialistas.
  • Elaborar un presupuesto para llevar adelante ese plan.
  • Adecuar la normativa si fuera necesario.
  • Evaluar y gestionar los recursos humanos y presupuestarios, contrastando los actuales con aquellos que son necesarios para desarrollar los programas de trabajo. Seguramente habrá más proyectos que fondos. En tal caso, reencausar los existentes o iniciar aquellos que tengan menor complejidad y corto plazo.
  • Establecer un cronograma anual de acciones que permita alcanzar objetivos por etapas, permitiendo ajustes metodológicos de un año a otro.
  • Mantener informada a la comunidad, convocando periodistas y medios a constatar el desarrollo del plan y de sus proyectos y programas concretos. Un trabajo serio y transparente es lo único que puede “blindar” este proceso contra el “bombardeo” de quienes no aceptan los zoológicos.

Artículo basado en Zoológicos, acuarios y oceanarios: Entre la extinción de la biodiversidady la conservaciónpropia. Por Claudio Bertonatti.

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