La XI Región es una de las quince regiones que forman la República de Chile. Según leí y comprobé cuando pasé un mes entre sus islas, ríos y bahías, es la región más llovedora del mundo… se los aseguro. Chile tiene en su geografía también la zona menos lluviosa del planeta, en el norte del país, el desierto de Atacama, muy lejos de la experiencia bajo agua que, a pesar de las precipitaciones, disfruté. La aventura que pasó a escribir es un relato de una travesía que comenzó a caballo, desde un campo cerca de la ciudad de Corcovado en la provincia de Chubut, Argentina, cruzando la Cordillera de los Andes. Seguido de una navegación en balsas de rafting, durante 2 días, hasta un lodge cerca de La Junta, pueblito chileno, al borde del río Palena y de la Carretera Austral. Para llegar después de un viaje en semirrigido hasta la desembocadura del Río Palena y bordear la costa del Océano Pacífico, rumbo sur durante una hora y llegar a otro lodge en Bahía Mala a los piés del Volcán Melimoyu.
Era comienzos de febrero, días largos y calurosos. El grupo liderado por dos guías de Bariloche (Argentina), estaba formado por 6 turistas belgas, en una excursión binacional por rincones inhóspitos. Yo era el fotógrafo encargado de relevar y documentar el recorrido de una andanza, hasta comienzos de marzo. Elegí algunas fotos, sobre todo las más soleadas. La cabalgata comenzó bien temprano, después de desayunar y de preparar los caballos, las provisiones y carpas para hacer noche en la montaña. Así fue, partimos rumbo oeste y poco tiempo después estábamos subiendo por dentro de un bosque interminable de centenarios coihues. El clima estaba agradable hasta que llegamos a una altura donde aparecían descampados con grandes manchones de nieve, un rato después de seguir cabalgando en subida, los manchones de nieve se mezclaban con las nubes, era todo blanco y no dejaba distinguir la dirección, ni el paisaje. No veíamos ni a 5 metros de distancia. Como consecuencia estuvimos dando vueltas al garete por un rato, sin separarnos mucho. También el bosque se cerró absolutamente con caña colihue y nos pusimos un poco nerviosos porque faltaba poco para que empiece a oscurecer y parecía que la noche nos agarraría allí mismo. Tuvimos que volver a subir e ir en busca de una picada propicia para poder llegar al margen del río. Los guías después de un par de interminables horas, localizaron un sendero y empezamos un descenso hasta el borde del río Encuentro, frontera de Argentina con Chile. Allí, ya más tranquilos, armamos el campamento, la noche se ponía fría, pero un buen fogón en el medio de las carpas, nos garantizó calor y una cena reparadora.
A la mañana siguiente, los madrugadores, juntamos algunas ramas secas de los árboles llenas de barba del diablo, un musgo que cuelga de los árboles y preparamos la fogata, a medida que el grupo se despertaba, nos dimos una lavada en el río, que por cierto estaba bastante fresco. El desayuno, pan con dulce, quesos y manteca, nos dió un envión. La cabalgata que siguió, fue corta y sin sobresaltos, terminó unos kilómetros más adelante, fue solo seguir el cauce del río, del cual la otra margen es Chile, hasta el paso fronterizo. Por una cuestión sanitaria, no se puede cruzar con caballos, así que la logística ya estaba preparada y cruzamos en camioneta. Ya del otro lado en un descampado, bajamos del trailer todo el equipo lo acomodamos y nos subimos a 2 balsas de rafting en el Río Encuentro. En una de ellas, iban los turistas con Kevin uno de los guías y Cepita, el otro guía, conmigo y todos los bartulos, carpas, bolso de ropa, alimentos y demases, en la otra balsa.
Nos tocaron unos días increíbles, y sí febrero está dentro de la época seca en esta zona, pero no se preocupen, todavía faltan unos cuantos renglones, para la lluvia interminable. Mientras avanzabamos corriente a favor, en la otra balsa pescaban y nosotros desde la nuestra, charlabamos de lo lindo, por supuesto que con la cámara en mano capturaba las escenas y los escenarios. La grandeza de los bosques vírgenes del sur de Chile es asombrosa, prevalecen especies arbóreas de hojas perennes, las cuales permiten apreciar durante todo el año un paisaje en el que predomina el color verde.
Acá hago un paréntesis del relato para destacar el valor de un rincón del mundo que probablemente no sepas nada. Conocida como Región de Aysen, este recodo del planeta de 109.025 km² tiene aproximadamente el 37% de los bosques nativos del país, la mitad de sus territorios son áreas silvestres protegidas. Es la región más rica en aguas dulces de Chile, la tercera extensión más grande de hielos continentales del mundo y está escasamente habitada. Por eso el turismo se ha construido sobre la base de que esta región es de gran interés para el desarrollo de actividades ecoturísticas y de turismo de aventura. La motivación principal es la vivencia, observación y apreciación de la naturaleza.
Hay solo una carretera, la Carretera Austral, que atraviesa parte del sur de Chile. A causa de las distancias y la falta de rutas, o el mal estado de ellas, es frecuente que se recurra al desplazamiento aéreo para comunicarse con otras zonas. Todo el transporte es por ríos, por mar o por las rutas Argentinas. Para que te des una idea de lo que es vivir en zonas tan aisladas, la región insular, cuenta desde hace más de 40 años con un barco hospital que recorre los poblados. El barco Cirujano Videla, da conectividad y salud a los zonas más aisladas de Chile. Equipado con una clínica dental, un pabellón quirúrgico para cirugía menor, un ecógrafo, un electrocardiógrafo, equipo para curaciones complejas, atención de urgencias y de partos cuando el caso lo amerita. Imaginate, no podés ir a ningún lado porque no hay donde ir solo a buscar provisiones a un almacén de ramos generales, a algún bar, restaurante, o a la casa de algún vecino a varios kilómetros de caballo o de navegación. Al no haber señal de celular, se comunican, hoy en día, con VHF sistema de radiofrecuencia. ¡Tienen que esperar que venga el barco por un dolor de muelas! En los últimos días del viaje, me enteré de este barco, porque los lugareños me comentaban que por temas diferentes lo esperaban y en solo dos semanas iba a estar por ahí…
Bueno, sigo con nuestra aventura… estábamos navegando en las balsas por el río Encuentro y no paramos para comer, preparamos sandwiches y prácticamente no había que remar porque la corriente nos llevaba, había sí que mantener las balsas por el medio del cauce y esquivar obstáculos como ramas o formaciones rocosas. Pasamos por varias cascadas de caidas increibles. El nivel del río en ese mes es bajo, porque tiene un régimen de alimentación pluvial y su caudal aumenta violentamente en los meses de otoño, invierno y primavera, cuando las lluvias son más intensas. Después del mediodía llegamos al la confluencia con el Río Palena, más ancho y caudaloso. Navegamos una hora y media más, hasta llegar a la residencia de una familia que vivía ahí y nos esperaban. Acampamos y nos tomamos la tarde para caminar por una pradera inusual en medio de todo ese bosque impenetrable. Al día siguiente, después del desayuno y de cargar todo en las balsas, seguimos viaje hacia una localidad llamada La Junta. Allí hicimos noche en un Lodge muy cómodo y al otro día, desde el puerto de esta localidad, seguimos en un semirrigido y otro bote hasta la desembocadura del Río Palena en el Océano Pacífico.
Al contactar con el mar entramos en otro mundo, salíamos de un viaje contenido por las pendientes de los cerros y aparecimos en un archipiélago lleno de islas enormes y otras más chicas. Hacia el norte veíamos el extremo sur de la Isla de Chiloé, la segunda isla más grande del territorio chileno, pero nos dirigimos para el otro lado, rumbo sur, hacia Bahía Mala. Una geografía de valles y glaciares excavados por la acción de los hielos.
Hurgando en la geología, aprendí que estas enormes islas eran simples montañas unidas al continente, pero hace 10.000 años, producto del deshielo del periodo interglaciar, han sido rellenados por las aguas del mar (como te conté en otro artículo, es la misma era geológica que se gestaron los cenotes en la Península de Yucatán, en México). Estas islas, por lo tanto, son las zonas altas de estos valles o las cumbres de montañas y mesetas que han quedado rodeadas por las aguas oceánicas.
Una vez llegados a Bahía Mala, los turistas se quedaron en las cabañas especialmente preparadas para recibir huéspedes, mientras se bañaban y descansaban de un trajín poco común para belgas, que no podían creer, entre otras cosas, la ausencia de señal de celular, en ningun lugar por donde anduvimos. Mientras tanto, nosotros con Kevin y Cepita, fuimos a hacer unas fotos de kayak de mar. Aproveché y me puse el traje seco de buceo para meterme en esas aguas heladas del pacífico sur, y preparé también la caja estanca para la Nikon D90 cámara de diapositivas, que venía trayendo en todo el recorrido y debía sacarle provecho.
Después de un día sin parar, comimos copiosamente una cena que nos prepararon los caseros del lodge. Al otro día, se empezó a nublar, situación que no mejoró por muchos días. Teníamos prevista una caminata al Glaciar Melimoyu, distante 15 km para el este, pero suspendimos porque estaba el cielo cubierto, sobre todo hacia la cordillera. Cambiamos de planes y aprovechando que esa época del año es la temporada propicia, salimos con el semirrígido a hacer avistamiento de ballenas azules, visitar un islote con lobos marinos y otros con pelícanos.
Ballenas azules vimos solo una pero nos alcanzó y lo ratifico es el animal más grande que habita el planeta, 30 metros de largo es mucho para un solo cuerpo. Pasó nadando por al lado nuestro y no terminaba mas. La acompañamos en su navegación por unos minutos, lo suficiente para sacarnos las ganas y después seguimos el paseo náutico , volvimos porque el sol ya se escondía entre las islas que se veían en el horizonte.
Dos días después, todo el grupo se volvió hasta el pueblo La Junta, y emprendieron el retorno a Bariloche. Mientras yo me quedé alejado del mundanal ruido, en una inhóspita región, a la espera de que el tiempo mejore para poder fotografiar el Glaciar Melimoyu. No me iba a ir sin esa foto, porque es el atractivo de ese destino. Tuve que esperar 15 días, de lluvia, lluvia y mas lluvia, no paraba ni para dar un respiro. Me sorprendía mirar para arriba y ver las gotas caer desde cientos de metros de altura, un cerro muy alto me hacía de fondo oscuro y me servía de contraste para identificar la caída de cada gota y sentir su recorrido.
El viento también estaba muy fuerte y volaban ramas. Una de esas ramas voladoras rompió una ventana de la cabaña donde estaba durmiendo, el frío era continuo y salía a juntar ramitas todo el tiempo para alimentar la salamandra. Recuerdo también, en las largas caminatas abrigado y con campera de lluvia, por la playa de arena volcánica, descubrí que crecían unas pequeñas frutillas silvestres, que le dieron un sabor alegre a la larga espera. Te digo que tuve tiempo para dedicarme a ver varios detalles como ese en 2 semanas. Mientras tanto, conviví con la familia de cuidadores del campo, hasta que despejó. Una vez logrado el último objetivo, esa bendita toma del volcán, volví a la civilización, a la que no extrañaba para nada.