Catalogada como una de las ciudades más bellas del mundo, Estambul se destaca por su valor artístico y sus mezquitas -las cuales lamentablemente no tuve el placer de conocer-. Es una ciudad a la cual, a pesar de haber vivido una mala experiencia, sin dudas volvería.
Este post no es puntualmente contra Estambul, sino que es a modo de advertencia sobre una situación particular que por lo visto se da muy a menudo en la ciudad turca. Cuando me pasó lo que les voy a contar me sentí muy ingenuo. Pero luego me enteré de muchos casos idénticos de otros viajeros y es por eso que me atrevo a escribirlo, para que no te pase lo mismo que a mí y a tantos otros.
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En abril del 2016 llegué a Estambul. Mi estadía consistía mas bien en una escala extensa de un vuelo muy barato que conseguí por internet. Llegué al hostel, el cual había reservado previamente y luego de una ducha reparadora y con el cansancio a cuestas salí a sacar algunas fotos. Caminé hasta llegar a una calle muy concurrida con muchos puestos de comida. Observando cuál sería el más tentador me decidí por uno y me acerqué a pedir un shawarma. Al mismo tiempo, se acercó también un chico que comenzó a hablarme en inglés. Se llamaba Kae y era de Chipre.
Comenzamos a hablar y me contó que él también estaba viajando y que en su hostel le habían recomendado un bar muy bueno, típico de Estambul. Quedaba a tan solo unas cuadras de donde estábamos y me propuso ir por otra cerveza a ese bar. Esta fue la primera vez, de varias en la noche, en la que no le hice caso al instinto. Sentí que no tenia que ir pero para no ser descortés con otro viajero, acepté. Al llegar, otra vez el instinto encendió su alarma, otra vez la misma sensación. Sentía que no tenía que estar ahí, sin embargo otra vez para no ser descortés, accedí a entrar.
Una vez adentro, comencé a sentirme incómodo. Mientras Kae estaba encantado con la charla, yo observé con paranoia todo lo que sucedía. Noté que solamente había hombres que promediaban los 60 años de edad y las chicas no superaban los 25. Mientras yo estaba inmerso en mis observaciones, Kae ordenó dos cervezas. En ese momento, finalmente decidí hacerle caso a mi instinto y le dije que me quería ir. La situación me daba muy mala vibra y quería regresar al hostel.
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Él muy amable me dijo que no había problema. Como ya había ordenado las cervezas me pidió que nos quedáramos unos minutos a tomarlas y luego nos iríamos. Mientras intentaba terminar rápidamente mi cerveza, llegaron varios mozos, del tamaño de Schwarzenegger, con varios cócteles y distintos platos de comida. Uno por uno los fueron dejando en nuestra mesa.
Instantáneamente me dirigí a uno de los mozos para aclararle que yo no había ordenado nada. A lo que me respondió: ¨It´s on your table, it’s yours¨ (si está en tu mesa, es tuyo). A raíz de esa respuesta comencé una discusión a la que se fueron sumando cada vez más mozos. Comencé a notar que cada vez tenia menos chances de librarme de la situación. Al cabo de unos minutos, pedí que me trajeran la cuenta, aclarando que sólo iba a pagar las cervezas que habíamos pedido.
Cuando el mozo regresó con la cuenta, me llevé la desagradable sorpresa de que el ticket era de €500 (euros). Me bajó la presión. Al recuperarme comencé a discutir fervientemente, les dije que aún si quisiera pagar esa locura, no disponía de esa suma. Era mi último día de viaje y no contaba con esa cantidad. Como no me creían, tuve la mala idea de sacar mi billetera para demostrar que no mentía. Uno de los mozos me la arrebató, comprobó que sólo tenía €50 y comenzó a recriminarme.
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Logré recuperar mi billetera después de 3 intentos al arrebatársela de las manos al mozo. Creyendo que la situación había llegado a su fin, intenté irme pero me respondieron que de ninguna manera podría escapar:¨Te vamos a acompañar a un cajero automático para que saques dinero¨. Kae trataba de consolarme ofreciéndome pagar la mitad. De repente, me encontraba caminando por las calles de Estambul, escoltado por dos mozos gigantes, en busca de un cajero automático.
Llegamos al cajero y ya resignado pensé positivamente:¨Por suerte aún me quedan €250 en la cuenta». Saqué el dinero y se lo entregué a uno de los mozos. Kae hizo lo mismo y finalmente nos despidieron. En mi camino de regreso, insultaba al aire con toda la furia. Lamentablemente, ésta situación empañó el final de un viaje increíble.
Para mi sorpresa, a los pocos días leí que Anthony, publicaba en su Facebook indignado sobre una situación muy similar. Nos habíamos conocido unos meses atrás en Barcelona. Hablé con él y me contó que había sufrido exactamente la misma experiencia. A raíz de eso comencé a googlear: aparecieron cientos de historias muy parecidas y así, no me sentí tan ingenuo.
Si algún día vas a Estambul, ojalá disfrutes de esta ciudad increíble y hermosa. Pero ya sabes, si un desconocido te invita a tomar una cerveza en la calle, presta mucha atención a tu instinto.