Cuando estuve en Jinja, Uganda, fui por una noche a Sipi Falls, uno de los puntos más turísticos del país africano y que está a sólo 4 horas moviéndonos por la carretera desde donde nos quedábamos. Sólo fuimos por una noche, no era necesario quedarnos más, y tampoco teníamos el dinero para hacerlo.
Salimos de la casa, la cual llamamos hogar por los meses que estuvimos ahí, caminamos hacia el lugar donde se paraban todos los taxis. Debíamos de tomar el matatu que nos llevaría a Mbale (los matatus son los transportes camioneta en donde meten a todos los que quepan y más).
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De ahí, tomaríamos una van hacia Sipi Falls. Cuando los choferes de los matatus nos vieron (siete mzungus, así se le dice a los extranjeros) caminando con mochila en la espalda todos se abalanzaron a nosotros para tratar de convencernos de tomar su vehículo. Nos agarraban de la mano, nos jalaban y nosotros comenzamos a fastidiarnos.
Así, con estas personas siguiéndonos y gritando, llegamos al centro del taxi park hasta encontrar el matatu correcto. Nos cobraban 10000sh (3 dólares), ese trayecto dura tres horas. Después, ya en Mbale, tomamos otro por 9000sh de una hora de camino hacia Sipi. Llegamos a Crow’s nest, un hostal/campsite, en donde pasamos la noche. Comimos ahí y esperamos un rato para empezar el senderismo por las cascadas y la selva africana. Un grupo de siete se nos unió y así en total éramos 14 contando al guía.
Las Sipi Falls son tres cascadas de diferentes tamaños, puedes escoger cuál ver según el precio. Nosotros decidimos hacer el más caro, 25000sh (7 dólares), y ver las tres cascadas. Lo que iba a ser una caminata de cuatro horas terminó alargándose a seis y abrazándonos en la oscuridad, ya que el sol se metió antes que nosotros.
Comenzamos a caminar y desde el principio supe que sería un poco complicado, porque estaba muy empinado y lodoso. Bajamos despacio, con cuidado y como pudimos. Veíamos la cascada, cada paso nos acercaba más. Cuando llegamos abajo casi podíamos tocarla. Nos salpicaba un poco, refrescándonos.
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Seguimos el trayecto pero ahora de subida, lo cual aunque lo hacía más cansador era más estable. Menos resbaladizo. Cuando terminamos de subir y pisamos la carretera, nos metimos en un hotel que se veía caro y por ahí emprendimos, de nuevo, la subida hacia la cascada mediana. Está nos rodeó y entramos en ella. Era una cueva y el agua pasaba delante de ti. Después volvimos a subir: cuando llegamos a la punta pudimos ver todo. Pude ver Uganda y pude ver África, y era hermoso.
Creí que el recorrido terminaría ahí, pero estaba muy equivocada. Con el sol persiguiéndonos y tocándonos los talones, continuamos caminando por entre plantaciones de café y después pasamos a estar rodeados de maíz. En seis horas estuvimos en diferentes ambientes, olimos diferentes aromas, vimos diferentes paisajes y amamos todo. Absolutamente todo.
Por fin, el sol nos ganó y quedamos a oscuras. Sin luz, más que de la propia luna. Y caminamos despacio viendo un cielo con diamantes y charlando de todo y nada con nuevos amigos y otros semi nuevos que ya se sentían como viejos. Caminamos hasta llegar a nuestro hogar por una noche. Dispuestos a cenar, asearnos y dormir. Dormir siendo arrullados por la lluvia y la selva.
Despertamos temprano para ver el amanecer, ese que se abre por África y lo alcanza todo. No sé porqué pero en Uganda el cielo se ve infinito. Como debe de ser pero casi nunca lo es. Tal vez sea por la pureza de su aire que hace que se vea más abierto.