Se encuentra catalogada por los expertos como una de las maravillas del mundo, este pueblo embelesa con unas imágenes poéticas y asoladoras a partes iguales
Un pueblo engullido espectacularmente por el desierto de Namib. Sin embargo, también es un lugar marcado y asociado históricamente a la industria de los diamantes en el siglo XX, ahora convertido en una poética postal que cada año arrastra a miles de turistas atraídos por su dramatismo. De hecho resulta paradójico que el pueblo se bautizara con el nombre de uno de los primeros afrikáners que, montado en su carro de bueyes, sucumbió ante las mismas arenas de este vasto desierto.
Esta pequeña comunidad urbana fue uno de los espacios mineros más ricos e importantes de todo el sur de África a lo largo de la primera mitad del siglo XX. De hecho, fue en 1908 el año en el que llegaron sus primeros habitantes, cuando un trabajador ferroviario alemán encontró una gran variedad de gemas entre las que se encontraban los diamantes. Este hallazgo fue el que empezó a darle la vida a este recóndito pueblo. Un descubrimiento inesperado que hizo que el alemán transmitiera la noticia rápidamente a sus superiores, quienes decidieron mudarse a las minas de los alrededores del pueblo.
Es así como nació una de las ciudades mineras más duraderas de la época habitada por alemanes, que decidieron, en 1909, construir una ciudad en la que poder dormir tras las largas jornadas extrayendo la piedra preciosa más valiosa del planeta.
Aunque el éxito es efímero y a este pequeño oasis en medio del desierto también le llegó su fin. No antes de que ser una de las grandes expectativas de fortuna del Imperio Alemán, que tenía el control de la zona por aquel entonces. De hecho, esta pequeña porción del desierto de Namib atrajo no solo a mineros… también a familias enteras, comerciantes y buscadores de fortunas.
En Kolmanskop los mineros tenían todas las comodidades necesarias de una vida alemana. Incluso, la ciudad tuvo un auge tan grande que llegó a tener hospitales, salas de billar, teatros, bares y restaurantes. También edificios en el centro de la ciudad, diseñados en un estilo alemán colonial en el que había una mezcla de influencias decimonónicas y edificios art-déco.
La ciudad, en determinado momento, también llego a servir como un lugar de retiro y una parada popular para las personas más adineradas y famosas de toda la región. Pero ni ellos pudieron frenar el declive cuando, en 1930, disminuyó la cantidad de diamantes descubiertos.
Su población empezó a reducirse drásticamente, cuando los habitantes del pueblo migraron a otras zonas más ricas en piedras preciosas. El lugar fue abandonado por completo en 1954 y, desde entonces, la ciudad ha ido acumulando arena del desierto hasta quedar completamente sepultada bajo ella.
Este evocador y poético pueblo arrasado por la arena es ahora un lugar turístico frecuentado por miles de visitantes cada año. No es para menos, pues la mística experiencia de ver los edificios que estaban bajo la arena junto a la vasta naturaleza del desierto es algo realmente único que no se encuentra en ningún otro lugar.
Ahora es uno de los reclamos turísticos más visitados de Namibia, en el que aún se pueden vislumbrar juguetes entre la arena de algunas casas o un mobiliario perfectamente colocado, como si el tiempo no hubiera pasado. Incluso en la actualidad se puede seguir visitando su teatro y la que fue su bolera, tan intactas que parece que pueden volver a abrir sus puertas.
Aunque, sin duda, lo más cautivador que tiene este lugar son los edificios y hogares inundados por un impasible mar de arena que recorren pasillos, dormitorios, aseos, antiguos estudios y entradas de las casas. El paraje es uno de los más bellos y surrealistas que se puedan presencial en todo el planeta.