Cerdeña, la joya escondida del Mediterráneo, no solo presume algunas de las playas más impresionantes de Europa, sino que también desafía a sus visitantes a ganarse el paraíso. Esta isla italiana, que combina la elegancia de la alta cocina con calas salvajes y casi secretas, se convirtió en un imán para viajeros de todo el mundo. Pero cuidado: no todas sus maravillas están al alcance de cualquiera.

Con 1800 kilómetros de costa, Cerdeña despliega postales dignas de una película. En el top de recomendaciones está Cala Brandinchi, apodada la “pequeña Tahití”, famosa por su arena blanca y mar turquesa. Pero para conocerla necesitás hacer una reserva con al menos 48 horas de anticipación y pagar una tarifa simbólica. Si no tenés ese QR, ni lo intentes.
Otra perla del sur es el Golfo de Orosei, una serie de calas tan remotas que solo podés acceder en lancha, entre enormes acantilados. La buena noticia: podés alquilar embarcaciones sin licencia ni experiencia previa. La mala: no hay caminos, ni sombra, ni bares. Llevar agua, buen calzado y protector solar no es una sugerencia: es una regla de supervivencia.
Y si buscás algo de historia, La Pelosa te va a enamorar: aguas bajas, transparentes y una torre del siglo XVI decorando el paisaje. Pero también hay normas estrictas: está prohibido fumar, llevarse arena y hasta apoyar toallas sin esterilla para proteger el ecosistema.

Con una identidad cultural única, lengua propia y una naturaleza indomable, Cerdeña es un destino que exige, pero recompensa. No es solo un viaje. Es una aventura. ¿Estás listo para ganarte el paraíso?