Lo que parecía ser una estadía normal en Manhattan terminó en una batalla con acusaciones de fraude digital. Una mujer londinense alquiló un departamento por dos meses y medio a través de Airbnb, pero decidió irse antes de tiempo —tras siete semanas— porque no se sentía segura. Poco después, recibió una sorpresiva reclamación: el anfitrión aseguraba que había provocado USD 16.000 en daños.

El reclamo incluía un robot aspiradora roto, un microondas inutilizado, un sofá y un colchón arruinados, e incluso una mesa de café agrietada. El anfitrión, calificado como superhost, presentó fotos como prueba. Pero la huésped afirma que esas imágenes no eran reales, sino creadas o manipuladas con inteligencia artificial. Según explicó, detectó patrones de daño distintos en fotos supuestamente del mismo objeto, algo imposible en imágenes auténticas sin editar.
En un primer momento, Airbnb se puso del lado del anfitrión, ordenándole pagar USD 7.000. La mujer apeló, aportó un testigo y señaló las inconsistencias visuales, pero nada cambió… hasta que el diario The Guardian investigó el caso. Cinco días después, la plataforma dio marcha atrás: ofreció disculpas, retiró la reseña negativa del anfitrión y reembolsó los USD 5.700 que la huésped había pagado.

Airbnb informó que revisará internamente el incidente y advirtió al anfitrión que una nueva situación similar podría significar su expulsión. Sin embargo, la afectada teme que otros huéspedes no tengan la misma suerte: “Con lo fácil que es hoy crear imágenes falsas con IA, no debería ser tan sencillo para un anfitrión inventar pruebas y que Airbnb las acepte”.
En tiempos donde las fotos pueden mentir, parece que el mejor seguro de viaje no es una tarjeta de crédito, sino un testigo, capturas de pantalla y, quizás, un periodista dispuesto a contar la historia.


