Las tortugas de Galápagos, uno de los símbolos naturales más emblemáticos del planeta, enfrentan un grave peligro de extinción. De los 250.000 ejemplares que existían originalmente, hoy solo quedan cerca de 15.000. De las 15 especies endémicas conocidas, cuatro ya desaparecieron por completo.
Estas criaturas milenarias, capaces de vivir más de 100 años y de pesar hasta 400 kilos, poseen un metabolismo tan lento que pueden sobrevivir hasta un año sin comer ni beber agua, almacenando grasa corporal y líquido en sus vejigas. Este rasgo, que alguna vez las hizo resistentes, también las convirtió en víctimas: durante los siglos XVII y XVIII, piratas y navegantes las capturaban para tener alimento fresco durante meses en alta mar.
Hoy, la amenaza proviene de la pérdida de hábitat, la introducción de especies invasoras y el impacto humano del turismo. Para revertir esta crisis, las autoridades ecuatorianas han implementado un sistema de protección en dos santuarios de la Isla Santa Cruz, donde se resguardan tanto las tortugas adultas como las recién nacidas.
En la Estación de Investigación Charles Darwin, los ejemplares bebés son criados y clasificados por especie y edad, hasta que alcanzan el tamaño necesario para regresar a su entorno natural. Este trabajo ha permitido reintroducir cientos de tortugas en su hábitat, aunque los expertos advierten que la recuperación es lenta y frágil.
Las islas mantienen un estricto reglamento para visitantes, con guías especializados y horarios limitados, para proteger a estas especies que alguna vez inspiraron a Charles Darwin.
La situación de las tortugas de Galápagos es un recordatorio urgente de la fragilidad de los ecosistemas más valiosos del mundo y de la necesidad de proteger lo poco que aún sobrevive de un patrimonio natural único en la Tierra.
