Durante décadas, el desierto Arábigo fue considerado el símbolo máximo de la aridez extrema: dunas infinitas, casi sin vegetación y temperaturas sofocantes. Sin embargo, una investigación internacional acaba de cambiar por completo esa imagen histórica al revelar que en pleno corazón del desierto existió un gigantesco lago de hasta 42 metros de profundidad.
El hallazgo se produjo en la región del Rub’ al-Khali, conocido como “El Cuarto Vacío”, situada al sur de la Península Arábiga y considerada una de las zonas más secas del planeta, con una extensión cercana a los 650.000 kilómetros cuadrados. Hasta ahora, se creía que este territorio había sido siempre un desierto implacable, pero un estudio publicado en Communications Earth & Environment demostró que su pasado fue radicalmente distinto.
El trabajo fue desarrollado por un equipo multidisciplinario de científicos de instituciones como la Universidad de Ginebra y la Universidad Rey Abdullah de Ciencia y Tecnología, quienes analizaron imágenes satelitales, sedimentos y formaciones del relieve. Sus conclusiones apuntan a que entre hace 11.000 y 5.500 años funcionó allí una extensa red de ríos estacionales que alimentaba un gran sistema lacustre hoy desaparecido.
Este período húmedo corresponde a una etapa climática conocida como “Arabia Verde”, caracterizada por la expansión hacia el norte de los monzones africanos e indios, lo que generó lluvias frecuentes en regiones que hoy son totalmente secas. Como resultado, el paisaje del actual desierto habría estado cubierto por sabanas, pastizales y cursos de agua permanentes.
Según explicó Abdallah Zaki, autor principal del estudio e investigador de la Universidad de Texas, el lago formaba parte de una cuenca hidrográfica activa que transformó profundamente la morfología del terreno. Este descubrimiento “rompe con la visión tradicional del Rub’ al-Khali como un páramo sin vida”.
El impacto del agua también habría favorecido la presencia humana. En distintos sectores del desierto se encontraron herramientas líticas y restos arqueológicos, evidencias de que antiguas comunidades aprovecharon el entorno húmedo para actividades de caza, recolección e incluso pastoreo temprano. Para el profesor Michael Petraglia, de la Universidad Griffith, esta transformación permitió que poblaciones humanas se expandieran por áreas que hoy resultan completamente inhabitables.
Pero el cambio climático volvió a modificar el paisaje unos 6.000 años atrás, cuando cesaron las lluvias y comenzó un proceso de desertificación progresiva que convirtió nuevamente a la región en uno de los ambientes más extremos del planeta. Actualmente, las temperaturas pueden superar los 50 °C y algunas dunas alcanzan más de 300 metros de altura. Aun así, persisten formas de vida adaptadas al entorno, como pequeños roedores, arácnidos y plantas xerófilas.

Además de su relevancia científica, el Rub’ al-Khali es clave desde el punto de vista económico. Bajo sus arenas se localizan algunos de los mayores yacimientos de petróleo del mundo, como los campos de Shaybah y parte del gigantesco Ghawar.
Pese a su enorme tamaño, el desierto fue poco explorado hasta el siglo XX. Las primeras expediciones europeas se realizaron en la década de 1930, y entre 1946 y 1950 el explorador Wilfred Thesiger llevó a cabo travesías que ayudaron a cartografiar parte de la región. Hoy, algunas excursiones guiadas por GPS recorren sectores del Rub’ al-Khali, aunque sigue siendo un territorio de difícil acceso.
El descubrimiento del antiguo lago no solo reescribe la historia climática del desierto Arábigo, sino que abre nuevas pistas sobre cómo los cambios ambientales moldearon los desplazamientos humanos en una región que, contra todo pronóstico, alguna vez estuvo llena de agua y vida.
