La Patagonia siempre encuentra la forma de desafiar las expectativas. Cuando uno imagina sus paisajes, piensa en acantilados infinitos, vientos fuertes, mar de tonos profundos y un silencio que obliga a escuchar los pensamientos. Pero hay lugares donde la postal cambia por completo y la costa se tiñe de turquesa brillante, con una belleza que podría confundirse con el Caribe. A pocos kilómetros de Las Grutas y la villa portuaria de San Antonio Este, tres playas esconden un encanto difícil de igualar: La Conchilla, Punta Perdices y Punta Villarino.
Las Grutas es, desde hace décadas, uno de los destinos más buscados por quienes aman el mar. El clima más cálido que en otras latitudes patagónicas y los acantilados que protegen del viento crean un ambiente perfecto para vacaciones largas. Sin embargo, la experiencia se transforma por completo cuando el camino se estira hacia el sur por la Ruta Nacional 3. La costa se vuelve más salvaje, el horizonte más limpio y el tiempo parece desacelerar. Allí, donde la naturaleza marca el ritmo, aparecen estos tres paraísos.

A la entrada de la aldea pesquera de San Antonio Este, el paisaje anuncia el cambio con un destello blanco que sorprende a la distancia. No es arena lo que brilla: son miles de conchillas que recubren el suelo con un manto crujiente y luminoso. La Conchilla es una playa única, moldeada por los restos de almejas púrpuras —amiantis purpurata— que nacen violetas y, tras años de erosión, se vuelven blancas y rosadas. Caminar allí es una experiencia sensorial: cada paso genera un sonido delicado, como cristales finos que se deshacen bajo los pies, y el contraste entre el blanco del suelo y el azul del mar vuelve todo más intenso. Amplia, familiar y tranquila, invita a pasar el día con una calma que parece infinita. En este escenario, la consigna es simple y clara: disfrutar sin alterar. Para preservar este tesoro natural se prohíbe circular con vehículos sobre la costa.
Un poco más adelante, el mar cambia su ánimo y se vuelve turquesa profundo, como si hubiera decidido competir con las playas tropicales. Desde el Mirador Norte de la aldea, un camino lleva a Punta Perdices, la joya que muchos llaman el “Caribe Patagónico”. La comparación no exagera: el agua transparente, las conchillas blancas que tapizan la costa y la pureza del paisaje hacen que la mirada se pierda en una postal que cuesta creer que sea del sur argentino. Aquí la marea es una artista caprichosa: dos veces al día transforma por completo el escenario, cubriendo todo con la belleza líquida del mar o revelando una playa inmensa que invita a caminar sin rumbo. El viento sopla libre, llevando el aroma del salitre y el sonido suave del agua que retrocede. Es un lugar para detenerse, observar y dejar que la naturaleza marque el compás.

Más allá de los colores tropicales, hay otra escena que define a la Patagonia: la convivencia entre la vida salvaje y el trabajo humano ligado al mar. Eso se siente con fuerza en Punta Villarino, donde una colonia de lobos marinos descansa con la serenidad de quien se sabe dueño del lugar. La playa se abre amplia y silenciosa, cubierta de conchillas que forman pequeños médanos frágiles como porcelana. A lo lejos, durante la temporada de verano, aparecen gigantes fluviales: enormes buques mercantes cargan frutas del Alto Valle rumbo a distintos puertos del mundo. Es un contraste inesperado y magnético: la naturaleza salvaje y la actividad portuaria conviven en una imagen que revela la verdadera identidad del litoral rionegrino.
En estas playas, el silencio es patrimonio. No hay bocinas ni multitudes, solo el mar en movimiento constante y el sonido que dejan las valvas bajo los pies. El día pasa sin apuro: leer un libro, caminar en la orilla, observar aves que dibujan coreografías sobre la arena o simplemente dejarse hipnotizar por los colores del agua. La gastronomía local refuerza esa conexión con el entorno: ostras, vieiras y pesca del día se transforman en platos frescos y honestos que cuentan la historia de un pueblo que vive del mar.
Llegar hasta aquí es parte del encanto. Desde Las Grutas, solo hay que tomar la Ruta 3 hacia el sur durante unos 65 km, un recorrido breve que abre la puerta a otro mundo. Una vez en la aldea, el camino hacia la playa se vuelve más angosto y es necesario avanzar con precaución para no afectar el frágil ecosistema de conchillas. Todo recuerda que este lugar debe disfrutarse con responsabilidad.
En un rincón donde la Patagonia parece decidida a ser tropical sin dejar de ser ella misma, estas playas demuestran que no hacen falta palmeras para sentirse en el paraíso. La Conchilla, Punta Perdices y Punta Villarino son postales que se llevan en la memoria y se desean volver a ver. Allí donde el mar es turquesa, el silencio es profundo y los lobos marinos descansan al sol, la costa patagónica revela su versión más pura y sorprendente.





