Hace una semana se sospechaba Banksy se encontraba en Venecia ya que misteriosamente un mural con su impronta apareció en una de las paredes de esta ciudad. Sucedió mientras se celebraba la Bienal de Venecia.
De hecho, la creación de Banksy (supuestamente) dialoga a la perfección con el barco pesquero oxidado de Christoph Büchel, una de las obras que han sacudido esta edición de la Bienal.
No sería algo insólito que Banksy abordase el tema de los refugiados en una obra, pues su trayectoria siempre ha estado marcada por la constante de lo social.
Hasta hoy, el británico, un mago del misterio, un artista escurridizo y provocador a partes iguales, no había reclamado la autoría del grafiti; sin embargo la confirmación de que fue efectivamente él se da a partir de un video que publicó el día de hoy en su cuenta de Instagram.
Como era de esperar, el video muestra nuevamente en una gran pieza e intervención una realidad que Venecia vive actualmente a partir del turismo de masas proveniente de los cruceros que llegan hasta allí.
Al comienzo del video, Banksy se pregunta en tono de burla, cómo es que él no está invitado al evento de arte más importante del mundo. Y luego decide instalar su obra (un mix de cuadros que forman una imagen impactante) en una de las plazas de Venecia.
El cierre del video muestra un grupo de policías solicitándole un permiso y pidiéndole que se retirara, para luego empalmar imágenes que muestran como la obra de Banksy no es más que un fiel reflejo de la realidad de este destino.
La ciudad de Venecia y la industria de los grandes cruceros de pasajeros viven una relación tensa desde hace años. Se presenta el problema de definir hasta dónde le interesa a la Serenissima los ingresos que dejan estos viajeros de lujo.
¿Compensa el daño posible que el movimiento de estos grandes barcos por la Laguna puede causar al propio patrimonio que es el mayor producto turístico de la ciudad?
En este momento los grandes barcos atracan en la Isla del Tronchetto (ver en el mapa) para lo cual deben entrar en la laguna y atravesar el Gran Canal (o rodear la Isla de la Giudecca) hasta llegar a puerto.
Y es este trayecto el que podría afectar a los edificios por el movimiento de agua que ocasiona el paso de esas grandes naves, además de las posibilidades de vertidos en un lugar donde la renovación de las aguas es muy lenta.
Sin embargo, como «no está probado el daño que se causa a los edificios de Venecia» un juzgado ha paralizado esta prohibición y los cruceros podrán seguir entrando a la Laguna y en algunos casos hasta navegar por sus canales.
El alcalde de la ciudad ha propuesto que los barcos hicieran escala en el cercano Porto Marghera, un suburbio industrial en la misma provincia. Pero claro, esto les quitaría el gran valor diferencial (por lo que cobran lo que cobran en los cruceros de lujo) de entrar a Venecia misma, tener a la perla del Adriático al alcance de la mano.
Naciones Unidas avisó hace un año a Venecia de que si no solucionaba el impacto negativo de los cruceros y el turismo masivo podía pasar a la ominosa lista de Patrimonios de la Humanidad en riesgo, pero ha decidido dar una prórroga hasta 2019 gracias a «las nuevas medidas» de las autoridades locales.
El pasado 2 de julio, coincidiendo con el comité anual de la Unesco, unas mil personas de unas 30 asociaciones marcharon por la ciudad para «retomar el derecho de vivir en Venecia» y protestar contra la postura de la organización de las Naciones Unidas de no tomar una decisión sobre la ciudad hasta 2019.
Una solución alternativa es la que propone el comité «No Grandes Naves», que el pasado 18 de junio organizó un referéndum popular que consiguió el «sí» del 98,7% de los votantes a la pregunta «¿Quieren que los barcos se vayan de la laguna y que no sean efectuadas nuevas excavaciones en el interior de la misma laguna?».
Pero los cruceros que siguen pasando por el canal de la Giudecca no son más que una parte del problema, porque del millón y medio de turistas anuales que bajan de las naves, la mayoría de ellos visita Venecia en la misma jornada, sin pernoctar, lo que provoca que económica y culturalmente tengan muy poca incidencia en la ciudad.
«¿Qué pueden hacer los cruceristas en Venecia en tres horas?», se pregunta retóricamente Gasparinetti antes de responderse que «comprar baratijas y dejar basura», y es que «con este tipo de turismo todas las cosas acaban en el agua», explica para ilustrar el problema de los turistas de paso.
El FAI también duda de que las ganancias económicas que genera el «flujo turístico incontrolado y masivo» aporte beneficios para el colectivo de la ciudad y no solo para unos pocos, ya que «el transporte público, por ejemplo, ha sufrido unos recortes grandísimos en los últimos años», se refiere Barbini.
Para que el turismo de Venecia sea respetuoso y sostenible (una de las peticiones de la Unesco que ha caído en el olvido, recuerda Gasparinetti) se tendrían que hacer cambios profundos como el que propone Jane Da Mosto, directora de la organización «We Are Here Venice», que plantea soluciones a los problemas de la ciudad.
«Promover negocios donde se hagan objetos que cuesten cinco euros en vez de uno pero que estén hechos a mano por las personas que viven y trabajan en Venecia y que aman hacer el «merletto» (encajes) de Venecia o el cristal de Murano», enumera a Efe Da Mosto, que cree que el actual tipo de turismo no da nada a la ciudad.