En las profundidades del mar, donde la vida apenas sobrevive, los científicos hallaron una pista sorprendente sobre cómo algunos microorganismos están adaptándose al impacto humano: bacterias que degradan plástico y lo usan como fuente de energía.
Un equipo internacional de investigadores liderado por la Universidad de Ciencia y Tecnología Rey Abdullah (KAUST) descubrió un motivo enzimático llamado M5, una especie de “huella dactilar” que permite identificar qué bacterias poseen enzimas capaces de descomponer el terefltalato de polietileno (PET), el plástico más común en botellas y envases.
El hallazgo, publicado en la revista Oxford Academic, muestra cómo la vida marina está evolucionando frente a la contaminación. Estas bacterias, en lugar de ser víctimas del plástico, aprendieron a aprovecharlo como una nueva fuente de carbono.
Según el ecólogo marino Carlos Duarte, coautor del estudio, “el motivo M5 actúa como una huella que nos indica cuándo una PETasa puede realmente degradar plástico”. Los científicos combinaron análisis genético, modelado estructural con inteligencia artificial y experimentos de laboratorio, y comprobaron que solo las enzimas con este motivo lograron descomponer el plástico con eficacia.
Los resultados son impactantes: en casi el 80 % de las aguas analizadas —desde la superficie hasta los 2.000 metros de profundidad— se encontraron bacterias portadoras de este motivo. Estas PETasas marinas parecen haber evolucionado a partir de enzimas que degradaban hidrocarburos naturales, transformándose para sobrevivir en un océano saturado de residuos.
Aunque este proceso natural es lento y no puede compensar el ritmo actual de contaminación, el descubrimiento abre un nuevo camino: utilizar estas enzimas como modelo para desarrollar tecnologías de reciclaje más eficientes.
“El motivo M5 podría guiar el diseño de enzimas sintéticas capaces de degradar plásticos a gran escala”, explicó Duarte. En otras palabras, la naturaleza ya nos mostró cómo hacerlo: ahora depende de la ciencia replicar ese proceso.
Mientras tanto, en lo más profundo del océano, millones de microbios continúan su silenciosa tarea, transformando los restos de nuestra civilización en energía. Quizás ahí, entre la oscuridad y los desechos, esté naciendo la clave biológica para un futuro más limpio.

