Cómo viajar a Europa en tiempos violentos

Bruselas
Redactor
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Amo viajar, más que a nada en el mundo, pero no ese viajar por vacaciones, por placer o para «escaparse»… Yo amo ese viajar como nómade, movido por la curiosidad, porque hay un mundo entero allá afuera por ver. Una fuerza superior me pide a gritos ponerme la mochila al hombro y partir, ese viajar con «nada» incluido, para perderte por las calles, meterte entre la gente como si fueras una más para coleccionar atardeceres, ir a lugares que solo conocés a través de Google. Ese viajar para ir hasta donde jamás pensaste llegar y hacer lo que jamás creíste ser capaz de hacer.

La primera vez que partí de mi cuidad, Viña del Mar, Chile, fue en agosto de 2006. Había cumplido recién 23 años y me fui al otro lado del mundo y sola, sin teléfono celular, sin Google Maps, Whatsapp o Instagram. Con un poco de dinero en el bolsillo y dos valijas con destino a España para estudiar por 6 meses en la Universidad Politécnica de Valencia. Pero mi primera parada fue Barcelona, mi amada Barcelona

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Como si fuera ayer tengo grabada en mi mente la imagen de la ciudad; nunca olvidaré mi primer paseo por la Rambla porque conocí lo que es el amor a primera vista… y fue allí donde todo cambió, fue en Barcelona en donde supe que ya no podría parar de viajar.

Después de 10 años, cumplí con una deuda que contraje conmigo misma: regresar a Barcelona. En noviembre de 2015 tomé la decisión de dejar mi trabajo, mi departamento, vender las pocas cosas que tenía para ir tras ese viaje que no me dejaba vivir en paz. Me puse en contacto con mi tía, que vive allí desde hace más de 30 años, pero ella, un poco molesta, me dijo que cambiara de opinión, ya que no era un buen momento para ir: la situación en Europa era de alerta de máxima seguridad luego de los seis ataques ocurridos el 13 de noviembre en París… pero mi respuesta fue no dar pie atrás.

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Llegué a Barcelona el 23 de marzo del año pasado y esa misma noche un nuevo atentado golpeó a Europa: esa vez en el metro y aeropuerto de Bruselas. La sensación de vivirlo tan de cerca fue completamente diferente a verlo en las noticias desde Chile. Ya no estaba del otro lado del mundo, en otro continente: te hace pensar en cuál será el siguiente blanco y evitás pensar en que podrías tener la «mala suerte» de estar en el momento incorrecto y en el lugar equivocado.

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Una semana más tarde abandoné Barcelona para recorrer 35 ciudades europeas en 4 meses. Recuerdo haber recorrido Roma entre militares armados que intimidaban a cualquiera y que nos daban cuenta de la situación de alerta en que se encontraban los países y, en especial, los centros más turísticos. En una oportunidad me pararon en el metro sólo porque les pareció sospechoso llevar una mochila llena. Un militar se me acercó y me pidió en italiano que le entregara mi mochila para revisarla. Lo miré sin entender mucho qué estaba pasando, la abrí y le dije «supermercado»: cargaba las compras que unos minutos antes habíamos hecho para esa noche.

Una de las decisiones más difíciles que tuve que tomar en el camino fue la de ir a Estambul. Pero no solamente por el temor a enfrentar una cultura, religión e idioma completamente diferentes, sino también porque dos turistas provenientes de esa misma ciudad me habían recomendado no ir. 

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Seguí mi recorrido, y estando en Granada, España, un mes y medio más tarde, ocurrió un nuevo atentado y esta vez en Estambul, en el aeropuerto internacional Atatürk, desde donde dejé el país rumbo a Atenas. Lloré mucho, no solamente porque inevitablemente pensé que me podría haber tocado a mí, sino también porque conocí a su gente, personas que practican su religión sin hacerle daño a nadie, y muchas de ellas murieron. 

Ya ha pasado un año desde mi regreso a Santiago de Chile, y han ocurrido nuevos atentados como el de Niza en julio de 2016, el de Berlín el 19 de diciembre de 2016, ciudad en la que estuve a mediados de mayo, el de Londres en marzo y en junio de 2017, en donde estuve a comienzos de junio del año pasado, y el de Estocolmo en abril de 2017… Y ahora Barcelona, nunca creí que sería el turno de mi lugar favorito en el mundo.

Tengo una conexión especial e intensa con esta ciudad, allí tengo familia y amigos. La siento como mi segundo hogar, es parte de mi historia y de cómo entiendo y vivo mi vida. Barcelona es más que una bella ciudad y una capital turística, es un lugar de multiculturalidad, diversidad y tolerancia, una ciudad llenísima de gente que convive en paz y con respeto… no merecía esto, ninguna ciudad lo merecía.

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Amo viajar y me niego a tener que dejar de viajar. Quiero decirles a mis futuros hijos que salgan a ver el mundo sin miedo: la vida es mucho más que el metro cuadrado en el que viven día a día, más que la comodidad de casa. La vida es mucho más que ir a la universidad, trabajar y casarse como si fuera una Check List. Me niego a cerrarles las puertas del mundo y cortarles las alas… me niego a dejar mis alas.

Estas lineas van dedicadas a Barcelona y a toda su gente, a las ciudades que han sido víctimas de atentados terroristas, a sus familiares y amigos, a los chilenos que han estado allí, y a todos los que sólo quieren vivir en paz. Mis pensamientos y oraciones están contigo Barcelona amada… ¡Volveré a por ti en 2026, como te prometí!

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