Después de haber viajado un poco (muy poco) por Europa y otro poco más por Latinoamérica, algo adentro mío había comenzado a cambiar. Me había cruzado con viajeros que nos contaban que viajaban por tres meses, por seis, por un año o por cuatro. Había de todo. Y sabía que quería eso para mí.
Hasta que me animé. Junto con un hermano de esos que te regala la vida nos fuimos a recorrer Latinoamérica, desde Chile a México.
Pero no les quiero contar sobre el viaje en sí, sino en cómo nos sentimos luego. Al momento de volver, de estar de nuevo en casa, si se puede llamar así.
Volver y no ser los mismos
Si teníamos objetivos, los cumplimos. Tuvimos la fuerza necesaria para alcanzar lo que quisimos. Hazañas impresionantes, para nosotros lo fueron. Las compartimos juntos, no me atrevo a imaginarlo de otra forma. No somos los mismos, al menos interiormente.
Hoy, ya pasados algunos meses de aquella vuelta, todavía no podemos poner los pies sobre la tierra. La tierra que nos vio crecer. La tierra que nos enseñó. La tierra que nos enlaza con tanto y tantos. Quizás nos da un poco de miedo el solo pensamiento de que ese tiempo que pasamos queden ahí, en fotos, en recuerdos; nos inquieta bastante.
Pero instantáneamente pienso que no puede ser así. No es así.
Volvimos, sí. Cuando quisimos. Como pudimos.
Como una hoja en blanco o con una vuelta de página que más bien significa un nuevo capítulo. Uno de esos en los que la historia de sus personajes da un giro de 180 grados.
No miro hacia atrás, sino hacia dentro. Y recuerdo desde el primer día todas las personas que conocimos, todos los lugares que visitamos, toda la ayuda y el amor que recibimos. Y nos conmueve.
Después de más de 20 mil palabras escritas, miles de kilómetros de distancia recorridos y otras tantas fotografías tomadas, me niego a pensar que aún somos los mismos.
Porque habíamos llegado al punto en que sabíamos que algo no andaba bien (al menos para nosotros). Porque sabíamos que todavía nos quedaba un intento de no aceptar la comodidad en que vivíamos.
Por eso salimos, no a recorrer el mundo de vacaciones, no a realizar una revolución, pero sí a aprender y aprehender tantas de las formas de vivir que hay. Otras comidas, otros trabajos, otros lugares donde dormir, otros paisajes que ver. Salimos para dejar de anhelar, para dejar de reprimir. Para saber que, al menos, una vez en la vida cumplimos un sueño y fuimos libres.
Y una de las cosas más reconfortantes de todas es que hay mucha gente persiguiendo lo mismo. Que no estábamos tan equivocados, que esa técnica de crecer era cierta.
Por eso les quiero contar intentando volcar, no las experiencias del viaje en sí, sino todo lo fructífero que ellas dejaron.
Haber realizado esto nos da un punto de vista crítico con todo lo que nos relaciona a esta vida.
Pero no solo eso. Nos confirmó que la buena vibra atrae más y mejor de ella. Nos recordó que vale la pena confiar en las personas. Nos demostró que conectar con la naturaleza no es un cuento. Que lo que se arregla con dinero no es un problema. Que si no podemos hacer el bien, al menos no hagamos el mal. Que las apariencias engañan. Pero que es muy importante seguir nuestro instinto. Que es verdad que la esencia de la vida está en los detalles. Que es mejor estar contento que enojado. Que no somos nadie para juzgar a los demás. Que a veces vale más estar en buena compañía en cualquier lugar que estar solo en el mejor lugar del mundo. Que tenemos una capacidad de adaptación increíble. Y que a veces estar con uno mismo tampoco es estar solo. Que el mundo parece pequeño cuando uno se mueve. Pero que luego te das cuenta cuan pequeño somos y que grandes son las distancias.
Todo esto nos hizo más grandes, más fuertes, nos llenó de aprendizaje y cosas lindas. Habrá modificado nuestro ADN, o quizás ya era así. Pero a partir de ahora intentaremos ser conscientes y en adelante lo llevaremos a flor de piel.
Supongo que tendremos que buscar nuevos motores que nos motiven a volver a salir. Sé que uno de ellos será cuanto vamos a extrañar a cada una de las personas que tuvimos al lado en cada momento de esta aventura.
Quedándonos corremos un riesgo, el de querer quedarse. Y no estoy seguro de querer eso ahora. Aunque sea algo difícil, ya conocemos la receta.
El mundo es redondo, el fin del camino puede verse también como el inicio. Los polos en algún punto se unen y ese el punto al que hay que llegar. El punto del que no hay que volver.