¿Quién nunca escuchó hablar alguna vez o ha estado en la Costa Amalfitana, con sus célebres municipios Patrimonio de la Humanidad o islas como Capri, bañadas por las aguas del mar Tirreno?
Sin lugar a dudas, esta porción de la región de Campania es una de las más bellas y conocidas zonas marítimas de toda Italia.
Un lugar de ensueño en el que emerge un pequeño archipiélago envuelto de leyendas que, además, conjuga a la perfección toda la esencia mediterránea.
Las Islas Sirenusas es el lugar en donde el mito y la realidad se confunden. A no mucha distancia del punto exacto de la Costa Amalfitana donde se encuentra Positano, podemos encontrarnos con un diminuto archipiélago conocido popularmente como las Islas Sirenusas. Llamadas en realidad las Islas de Li Galli, se trata de un conjunto de cinco islotes que, si bien no son demasiado conocidos en la actualidad, han contado con la presencia humana desde hace miles de años.
De hecho, personajes de la antigüedad, desde que los griegos situaran en ellas el lugar preciso donde Ulises fue tentado por las sirenas en su Odisea, con el paso de los siglos han mantenido esa fama. Una creencia que se ha acrecentado, en parte, por la curiosa forma de la mayor de las islas, Gallo Lungo, cuyo perímetro dibuja una característica forma de delfín muy bien definida.
Gallo Lungo, la perla de las Islas Sirecusas, es mayor de las Islas Sirecusas y también es la más bella y asombrosa. Su nombre, que hace alusión a un gallo, no deja adivinar que la forma de esta porción de tierra firme es la de un delfín.
Su silueta y las corrientes de la zona, que conducían antiguamente a los barcos hacia los afloramientos rocosos de estas aguas provocando naufragios, seguramente avivaron la leyenda de Ulises y las sirenas que, según la historia, atraían a los marineros hacia estas islas con sus irresistibles cantos.
No obstante, la isla fue habitada desde muy temprano, ya en la época romana, para pasar luego a convertirse en refugio monástico y prisión, más tarde.
Algunos de esos restos, como la torre, que fue convertida en siglos posteriores en una torre de vigilancia, han llegado hasta nuestros días.
En el primer cuarto del siglo XX, el bailarín y coreógrafo ruso Léonide Massine se quedó prendado de las bondades de la isla y la adquirió para sus proyectos personales. Una rehabilitación de la anciana torre, encargada al prestigioso arquitecto Charles-Édouard Jeanneret-Gris, más conocido como Le Corbusier, le dio un lavado de cara, contribuyendo al mismo tiempo a la creación de otras estancias que hicieron de Gallo Lungo el mundo particular del artista.
Tras su muerte en el ocaso de la década de los ochenta, otro ruso, el bailarín Rudolf Nuréyev, embelleció notablemente estas estancias con su gusto personal.
En 1996, pocos años después de su adquisición, Nuréyev perece y pasa posteriormente a las manos de un empresario italiano cuyo nombre, fruto de la casualidad y en consonancia con el origen de los anteriores propietarios, es Giovanni Russo.
La isla, convertida en la actualidad en un exclusivo recinto privado para artistas, ha visto a lo largo de su historia reciente como su atracción ha ido cautivando a destacadas personalidades que han sabido reconocer en ella el lugar paradisíaco que constituye frente a la Costa Amalfitana. Quién sabe si las sirenas aún continúen hechizando con sus dulces cantos.