Decidí vivir en Hoi An por un tiempo y ahora no sé cuándo me iré… ¡me atrapó!

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Redactor
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Tenía que parar. No podía seguir así. Once meses en constante movimiento. Once meses llenos de aventuras, paisajes de ensueño, amigos pasajeros, amigos para la vida, amores y desamores, bienvenidas y despedidas. Once meses con mi mochila de 12 kg al hombro. Perdí la capacidad de asombro. Me cansé antes de llegar a la cima del volcán Bromo en Indonesia, no disfruté mi visita al Taj Mahal y, si bien la muralla china me impresionó, alegué todo el tiempo porque me dolían los pies y hacía frío.

Había algo que tenía claro: No quería volver a Chile. Tenía que encontrar un lugar donde hacer base. Un mes. Un mes y volvería a las pistas viajeras.

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Hoi An fue el pueblo elegido. Me enamoré de su gente, sus paisajes, sus campos de arroz, su comida, sus precios y sus lámparas de colores. Me encantó que existiese un lugar en Asia donde puedes movilizarte en bicicleta. Porque si bien soy una fan del sudeste asiático, soy totalmente incapaz de manejar una moto.

Establecerme en un lugar y llevar una rutina similar día a día significaba salir de mi zona de confort. Si antes de viajar tener una casa, una cocina, mascotas y un closet lleno de ropa era mi vida normal, después de once meses lo era dormir en piezas compartidas, comer en la calle, cotizar pasajes, nunca desarmar la mochila.

Pensé que no sobreviviría un mes. Tenía mi pieza, mi casa, un par de amigos y me inscribí en el gimnasio. Era feliz, pero seguía mirando con nostalgia mis pasos viajeros.
Llevo más de 3 meses viviendo en este pueblo mágico. Y la única razón es que he tenido la suerte de vivirlo en un bote.

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– Soy buceadora con certificación avanzada, sé nadar bien. Solo tengo un problema: hace meses que no buceo porque me da terror. Tuve un trauma en Indonesia y no sé si alguna vez volveré a sentirme segura buceando.
– No te preocupes. Vas a ir con nosotros en el bote, nos ayudarás con los snorkellers. Cuando tengamos disponibilidad vas a bucear con nosotros. Ya vas a ver, no vas a tener ningún problema.

Esa fue mi entrevista de trabajo. Sin ser ni dive master ni instructora entré al staff 2017 de Blue Coral Hoi An Diving. Me hago cargo de las personas que hacen snorkelling y ayudo con las funciones básicas del bote. Recibir a los buceadores, ir a buscar a los clientes a sus hoteles, explicar dónde pueden nadar y acompañar a los que no se sienten seguros en el agua son parte de mi día a día.

Como ingeniera de profesión crecí en un mundo donde los trabajos catalogados como de “baja cualificación” son mirados con desaire y sin admiración. Por lo mismo, jamás me imaginé que este empleo me iba a llenar tanto y hacer tan feliz.

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El comienzo fue duro. Muy duro. No entendía el funcionamiento del bote, no era capaz de levantar tanques, era lenta y mi inglés no era suficiente para entender todas las conversaciones. A lo anterior se sumaba que tenía que ganar mi espacio en el staff. No iba a ser fácil. Si bien algunos compañeros eran muy acogedores, otros me ponían a prueba constantemente. Mi primera semana se resume en mis zapatos escondidos todos los días, una polera perdida y muchos errores. Pensé en dejarlo, no era lo mío. Luego pensé que solo sería un mes, podría aguantarlo.

Todos los que me conocen saben que no me caracterizo por mi rudeza. Soy bastante sensible, no me gusta hablar alto y prefiero los trabajos que no requieren mucha habilidad física. Si quería seguir en el bote iba a tener que adaptarme un poco.

Se me cayó un tanque. Con regulador puesto. Había hecho mal el nudo. La cara de mis compañeros me indicaba que era grave. Me enojé. Durante las 3 semanas anteriores había tratado de aprender lo mejor posible, pero no sentía su apoyo. Les dije que si seguían hablándome en vietnamita sin explicarme como hacer las cosas esto se repetiría muchas veces, que si bien ahora no me necesitaban apenas comenzara la temporada alta iban a requerir la mayor cantidad de manos posibles ayudando. Ese día no almorcé con ellos. Ese día cambió todo.

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Me hicieron hacer y deshacer un nudo 10 veces. Me explicaron paso a paso como instalar y sacar un regulador. Me hablaron en inglés. Nos hicimos amigos. Hoy, los que me hicieron la vida más difícil al comienzo son con los que más comparto en el bote. Conversamos, nos reímos, jugamos a rescatar gente y trabajamos juntos, en equipo.
Trabajar en Blue Coral ha sido una de las experiencias más enriquecedoras que he tenido en mi viaje y en mi vida. Tuve la suerte de caer en un lugar donde, independiente de tus capacidades, creen en ti. Es un gusto ver como absolutamente todos los que están en el bote bucean, desde el capitán hasta el instructor más experimentado. He sido testigo de cómo forman a su gente, de cómo un dive master sin experiencia alguna en menos de un mes ya es capaz de hacer un trabajo excelente.

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No es fácil, te exigen día a día, pero cada segundo vale la pena. Mas de una vez me sorprendí a mí misma diciendo “no estudié 6 años para que este tipo se sienta con el derecho y la autoridad de hablarme así”. Y tuve que bajar la cabeza y humildemente aprender de él. Porque si bien soy muy buena con los modelos matemáticos, todo trabajo que requiere un esfuerzo físico mayor se me hace imposible. No soy capaz de cargar tanques fácilmente o instalar los reguladores eficientemente. Algo que a todos les toma 1 minuto a mí me toma 5.

Pero de eso se trata esta aventura, de desarrollar paciencia y humildad. De reconocerme como ignorante en ciertas cosas y aun así dar lo mejor de mí para aprender. De darme cuenta que, por muy bien pagada que sea mi profesión, nadie necesita en un barco a una ingeniera industrial que sabe de inteligencia de negocios. Nadie. Sé que no me voy a dedicar a esto de por vida, pero me alegra saber que fui capaz de hacerlo a pesar de mi ignorancia y la diferencia cultural. Me alegra haber formado una amistad con compañeros que no hablan inglés, solo con lenguaje de señas.

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Aprendí que hay habilidades universales. La responsabilidad, el compromiso y el trabajo en equipo son importante en todo lugar, y es lo que veo todos los días en el bote. Un equipo unido y comprometido por una misma causa. Nos apoyamos cuando lo necesitamos, nos cubrimos cuando alguien está enfermo, nos preocupamos por el otro. Todos, o casi todos, estamos lejos de casa. Somos una pequeña familia. Son mi pequeña familia.

Aprendí que el trabajo perfecto si existe, pero tienes que estar dispuesto a sacrificar para encontrarlo. Y dependiendo de lo que busques es lo que sacrificarás. Yo sacrifiqué tiempo, un sueldo alto y días libres para viajar. Me establecí en Hoi An indefinidamente. A cambio gané un techo, una familia, una mejor amiga, preocupación incondicional, muchas fiestas, siestas en la playa y risas infinitas. Recobré la confianza en el buceo. Llevo 2 meses en el bote y no tengo planes de dejarlo en el corto plazo. He tenido altos y bajos, he extrañado mi casa y me he sentido sola, pero nunca lo he estado. Vivo con mis compañeros de trabajo y mis mejores amigos están en el bote. He reído y llorado con ellos. Nos hemos levantado a las 4 de la mañana para ver el amanecer juntos y también nos hemos emborrachado a más no poder. Ensuciamos y limpiamos la casa, todos los días. Cocinamos juntos.

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Ahora entiendo a la gente que decide sacrificar un sueldo alto por un empleo que les permite pasar más tiempo con sus hijos, practicar sus hobbies o simplemente disfrutar la vida. Para ellos la plata no lo es todo. Para mí, ya no lo es.

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